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Cuenta regresiva Rusia 2018, día 56: El legado de la Copa América

Cuanto más se acerque la Copa del Mundo, el nivel de frustración en la comunidad futbolera de Estados Unidos irá creciendo. Sin embargo, más allá de que el seleccionado estadounidense no estará en Rusia, el país entero puede sentir al menos un poco de orgullo debido al importante rol que tuvo durante el camino al Mundial, debido a la organización de la última Copa América Centenario.

Hoy, la Copa América se disputa cada cuatro años y da comienzo a un ciclo de acción competitiva. Durante los dos años previos al Mundial, los equipos americanos no juegan más que amistosos, por lo que la Copa ayuda a formar las Selecciones que buscarán la gloria mundial dos años después.

En esta ocasión, la Copa América Centenario que se jugó dos años antes del Mundial en Estados Unidos fue clave para que muchos conjuntos se renovaran o afianzaran su continuidad. En junio de 2016, seis de las 18 fechas de las Eliminatorias ya se habían disputado, así que el torneo dio la oportunidad de afirmar virtudes o de mejorar defectos antes de los últimos dos tercios de competencia.

Afortunadamente para todos, lo que parecía ser el cambio más significativo provocado por la Copa Centenario no se concretó. Desanimado después de otra derrota en una final, Lionel Messi anunció su retiro del fútbol internacional en los vestuarios del estadio MetLife de New Jersey. Pero el astro repensó su decisiòn casi de forma inmediata y decidió darle una nueva oportunidad a la Selección y, sobre todo, al Mundial. Sin él, Argentina seguramente no habría clasificado a Rusia 2018.

El equipo de Messi perdió el título ante Chile por penales. Aquella victoria celebrada con euforia por el pueblo chileno resultó ser una victoria pírrica. La mejor generación de la historia de la Roja ganó su segundo campeonato en dos años y en 2017 disputó un certamen (la Copa Confederaciones) por cuarto verano consecutivo.

Toda esta actividad hizo mella en un grupo de jugadores que se mantuvo unido durante una década y que envejeció. Se agotaron en las últimas rondas de la clasificación para el Mundial y no estarán en Rusia. Al menos pueden recordar los 90 minutos más notables de la historia del equipo nacional: ese extraordinario triunfo 7-0 en los cuartos de final contra México en Santa Clara.

Pero fue en Foxborough, en las afueras de Boston, donde la Copa Centenario demostró su gran influencia en los participantes. El último juego de grupo en el estadio Gillette tuvo dos formas: tanto Perú como Brasil salieron favorecidos de aquel encuentro.

El histórico triunfo peruano con el solitario gol de Raúl Ruidiaz fue, por supuesto, un gran envión anímico para un seleccionado que todavía estaba lejos de los puestos de clasificación. Sumaron gran confianza, igualaron la mejor racha invicta de la Albirroja en la historia y regresaron a un Mundial después de décadas de frustraciones.

La Copa Centenario fue el ámbito en el que Perú comenzó a formar un grupo sólido. Allí Ricardo Gareca logró trabajar con ua línea defensiva completamente diferente de laque comenzó la campaña de clasificación; Aldo Corzo en el lateral derecho, Christian Ramos y Alberto Rodríguez en el medio y Miguel Trauco en el lateral derecho. En EEUU también Yoshimar Yotun dejó el lateral izquierdo para pasar al centro del campo y Edison Flores se presentó como una pieza fundamental.

Como mediocampista zurdo, Flores demostró su capacidad para defender pero también para atacar y, gracias a su disparo de media y larga distancia, terminó como el máximo artillero de su equipo en las Eliminatorias. De todos modos, nada de esto se podía ver al final de la Copa América, cuando nadie pensaba en que Perú iba a estar en Rusia.

En Brasil, mientras tanto, hoy nadie duda de que la derrota era lo mejor que podría haberle pasado a la Selección nacional. Después del sorprendente colapso en su tierra natal en la Copa del Mundo 2014, Brasil tomó la extraña decisión de repatriar a Dunga, cuyo enfoque gruñón había hecho pocos amigos cuando estuvo a cargo entre 2006 y 2010.

En el nuevo ciclo nada mejoró. Después de seis fechas de Eliminatorias, Brasil durmió en el sexto lugar, fuera de los puestos de clasificación. Hubo un temor real de que, por primera vez, Brasil no esté presente en un Mundial. Por eso, Dunga llegó a Estados Unidos colgando de un hilo.

De todos modos, podría haber aguantado más tiempo si las cosas le hubieran ido mejor en la Copa Centenario. Esa derrota ante Perú, y el hecho de no haber llegado ni siquiera a los cuartos de final, fue la gota que colmó el vaso. Fue despedido y reemplazado por el hombre a quien deberían haberle dado el trabajo dos años antes.

Si la historia de Perú es la de un equipo renovado, la de Brasil es de un entrenador renovado. Tite reemplazó a Dunga y el cambio fue dramático e inmediato. El equipo que había decepcionado era otro, con nuevas ideas y mucho mejor juego. Se clasificó de manera holgada, con 10 victorias y 2 empates, anotando 30 goles y concediendo solo 3.

Y así, mientras los fanáticos del equipo nacional de EEUU se reúnen para echar una mirada melancólica a la Copa del Mundo 2018, pueden consolarse de que al menos un poco de lo que ocurre en Rusia puede atribuirse a eventos ocurridos hace dos años en un campo fuera de Boston.