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Ascenso y caída de Lupita González

Conocí a Guadalupe González una tarde en la explanada del Comité Olímpico Mexicano. Era marzo de 2015 y mi intención era invitarla al estudio de ESPN, como parte de la cobertura previa a los Juegos Panamericanos de Toronto.

Pronto me di cuenta de su timidez, pero también me llamó la atención la determinación de su mirada.

Meses después, ya en los juegos continentales fui testigo de cómo se desmayó en la meta por el esfuerzo de la caminata de 20 kilómetros. Aquella vez ganó la medalla de oro con casi un minuto de ventaja y cuando despertó lo primero que preguntó fue: “¿Rompí el récord panamericano?”.

Por supuesto que lo había roto, pero una vez más mostraba su inquebrantable deseo de triunfo. Después trabajé con ella un perfil rumbo a los Juegos Olímpicos y cada vez me enteraba de más detalles acerca de su historia: Que había sido boxeadora, corredora en pruebas de vallas y que, finalmente, una lesión en la rodilla la había llevado a practicar caminata.

Es decir, como sucede en las mejores historias, una casualidad la había llevado de la mano a su destino.

Lo demostró poco después. Cuando ganó la medalla de plata en los Olímpicos de Río 2016 con aquella estampa llena de esfuerzo, ni siquiera llevaba cuatro años en esa disciplina y ya había llenado de orgullo el corazón de los mexicanos.

Recuerdo su proclama ante los micrófonos: “México es chingón”. La imagen de una hija del esfuerzo era perfecta para la idolatría, pero Lupita era alérgica a los reflectores.

Meses después de que volvió con la histórica medalla olímpica en el cuello se alejó de los medios y empezó a tomar decisiones que no mucha gente entendió. Dejó atrás a Juan Hernández, el entrenador que empujó su trayectoria, y lo cambió por Esteban Santos, quien hasta entonces era su compañero de entrenamiento.

Su talento todavía alcanzó para una plata en el Campeonato Mundial de Atletismo y para ser bicampeona en la Copa Mundial de la especialidad. Fue entonces que empezó a recibir las primeras malas noticias.

Fue una mañana de diciembre de 2018 cuando México se enteró del infortunio de su campeona. Lupita había dado positivo por trembolona en una prueba de dopaje tomada dos meses antes.

Su larga espiral hacia abajo apenas comenzaba hasta donde está hoy, con una suspensión de cuatro años y con el riesgo de que sea ampliada por falsificación de evidencias durante su defensa.

Y desde entonces todos hemos podido conocer menos lo que realmente ha pasado con Lupita, aunque queda claro que le costó mucho trabajo entender que una atleta de élite como ella tiene otras responsabilidades.

Entre ellas, estar enterada de que, según los códigos antidopaje, los atletas son los únicos responsables de cualquier sustancia que entre a su cuerpo. Hoy se encuentra atrapada en una cadena de mentiras, que amenazan con llevarla al fondo de un túnel que todavía no tiene fin.

De inicio, González arremetió contra sus primeros abogados, Luis Jiménez y Víctor Espinoza, quienes, según dice, le recomendaron simular que la contaminación de trembolona en su cuerpo sucedió por comer tacos de hígado y de picaña: “La realidad es que las personas que me recomendó precisamente la Conade, siendo supuestamente las mejores y yo confiar en ellos, fue ahí mi error”.

Los abogados, por su parte, aseguran que alguien experto en dopaje de la Comisión Nacional de Cultura Física y Deporte, le había recomendado a la marchista alegar la ingesta de carne para reducir la sanción.

Más allá de esas idas y vueltas, González no ha respondido por qué aceptó la mentira como el primer recurso para su defensa.

Su segundo abogado, el colombiano Andrés Charría, decidió cambiar el argumento de cómo entró la sustancia a su cuerpo: “El 15 de octubre la atleta y su equipo visitaron el restaurante Las Güeras después de terminar una sesión de entrenamiento en Temoaya, donde ordenó dos tacos de longaniza, en vez de sus habituales quesadillas.

Mientras el 16 de octubre, la atleta y su entrenador, el señor Esteban Santos, fueron a un puesto de comida callejera cerca del Comité Olímpico, donde ordenó cinco tacos”.

La pregunta sigue el mismo camino: ¿Cómo una medallista olímpica, una atleta que se somete a exámenes antidopaje sorpresa cotidianamente, consume tacos en un puesto de la calle y, más allá de eso, por qué su entrenador la acompaña y la impulsa a hacerlo? ¿Dónde están las recomendaciones de su equipo multidisciplinario?.

El cambio en la defensa derivó en que la Unidad de Integridad del Atletismo quiera extender su castigo y eso marcaría, ahora sí en definitiva, el final de su carrera. Hoy Lupita está en una situación muy diferente de la que conocí hace cinco años. Ha repartido culpas, pero está atrapada en un laberinto en el que lo único que falta es la verdad.