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Futbol D.C. (Después del Covid)

ESPN

Cuentan que cuando Joao Havelange se convirtió en presidente de la FIFA, presumía que en las cuentas bancarias de la institución había “sólo 30 dólares”. Era 1974 y el brasileño de ojos claros era conocido como un ejecutivo que gustaba de fanfarronear. Lo cierto es que el máximo organismo del balón había ingresado casi 25 millones de dólares ese año, pero Havelange fijaba la mira en las verdaderas posibilidades del negocio.

A partir de su llegada, el cambio sonó tan fuerte como una cascada gigante. Havelange y su grupo más cercano se dieron cuenta que contaban con el activo más importante: el futbol y empezaron a involucrar a patrocinadores -Coca Cola fue el primero- y también a encarecer los derechos de televisión. En otras palabras, construyeron los cimientos del negocio (Y también de la corrupción).

La maquinaria se quedó aceitada y casi 50 años después, el futbol se convirtió en una industria multimillonaria que año con año supera sus cifras económicas de fichajes, derechos de televisión y tarifas a patrocinadores. O por lo menos así era su inercia, hasta antes de la pandemia del Covid 19, que reventó las burbujas y empezó a cambiar las reglas del juego.

Hoy, al igual que lo que sucede en el mundo, el futbol mexicano vive su parteaguas histórico. Las siguientes generaciones podrán dividir los tiempos de la cancha en Antes del Covid y Después del Covid y el 2020 será una especie de año cero en el que todo cambió.

Hay puntos de apoyo para dimensionar lo que viene, pues la crisis ni siquiera se ha ido y ya están los primeros cambios redactados sobre la mesa.

En el panorama inmediato se debe pensar en gerencias que detuvieron durante casi un año su venta de boletaje y que, en consecuencia, pararon sus ganancias por esquilmos; se reflexiona también en cómo los patrocinadores recortaron sus presupuestos para anunciarse en el futbol y en contratos de televisión que pasaron por la tijera de la crisis.

En pocas palabras, los dueños del balón reportan una baja sustancial de ingresos que tendrá muchas otras consecuencias y que, de inicio, generaron cambios que antes de la crisis parecían impensables.

Según anunció ayer el presidente de la Liga, Enrique Bonilla, a partir del siguiente torneo los contratos por prestación de servicios se harán en pesos mexicanos y no en otras monedas. No habrá dobles contratos para jugadores y cuerpo técnico y los futbolistas se tendrán que hacer cargo de sus obligaciones fiscales.

Los cambios, que se habían exigido durante muchos años, son un punto a favor de la transparencia, pero también la consecuencia de un golpe que se sumará a muchas preguntas más: ¿Cómo se verá afectado el espectáculo en el campo? ¿Qué pasará con los derechos de televisión en una época en la que el público es cada vez más asiduo a los contenidos en plataformas digitales? ¿Cómo se logrará traer jugadores de primer nivel si no hay dinero suficiente para sus cartas y sus salarios? ¿Qué se hará para que la experiencia en el estadio sea atractiva en una época de desempleo y economía debilitada?

Como sucedió hace años en la era de Havelange y del despegue de la economía futbolera, las grandes corporaciones (patrocinadores) tendrán que volver a jugar un papel fundamental, adaptándose a las nuevas reglas que exija el mercado. En sus portafolios tal vez deban hacerse cargo de las cartas de los (sus) jugadores para llevarlos a los clubes y así privilegiar el talento con salarios altos. Las gerencias deberán invertir más dinero en la captación de talentos y en el desarrollo de sus fuerzas básicas e idear experiencias virtuales para captar a los aficionados jóvenes en los estadios, entre muchos otros cambios que se deberán implementar.

Las preguntas están desde hace días en todos los escritorios de la Federación. De la capacidad de respuesta en este momento crítico dependerá el futuro del negocio.