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La odisea de los giles

Hay doce tipos formados que, juntos, pretenden reescribir un guión. No son los más altos, ni los más fuertes, pero ellos dicen que unidos pueden conseguirlo. Afuera, algunos escuchan a la pasada y agachan la mirada. No es para menos, enfrente, el rascacielos azul luce intimidante. Los apellidos ilustres conforman una armada indestructible y dicen, aquellos que saben de esto, que no se puede escalar sin tener las herramientas adecuadas.

Sin embargo, ese grupo se abroquela y avanza. Hay uno de ellos que ya peina algunas canas y dice tener el plan maestro para lograrlo. Con la camiseta cuatro en la espalda, se para en el centro de la cancha, abraza a sus compañeros, habla y todos asienten. Ojos inyectados de fuego, energía pura que se desparrama hacia todos lados pero que nace desde las manos de un pequeño gigante llamado Facundo Campazzo. Serbia arranca dócil porque considera que será una cuestión de tiempo, pero el tiempo pasa y nada. La fábula de la tortuga y la liebre. Y entonces, los gigantes de azul que lucían intimidantes ya no parecen tanto. Están molestos, sorprendidos, irritados. Y la razón está enfrente. Son esos doce tipos que no se conforman, que se esfuerzan a límites insospechados, que se caen, pelean y se levantan, porque son duros de la cabeza. El primer round es el último y el último es el primero.

Esta es la historia de un milagro deportivo consumado. Esta es la historia de dos décadas de esfuerzo y alegría que se tocan en un punto imaginario de éxtasis. La palomita de Manu Ginóbili en una autopista hacia la eternidad que se une en las manos de Campazzo, con Luis Scola como noble conector. Un círculo de riqueza inextinguible, el mejor cuento jamás contado. Y en la orilla de la emoción, un grupo de jóvenes entusiastas que todavía no saben lo que hicieron, pero que por primera vez saborearon el elixir de las hazañas imposibles.

Hay puertas que se atraviesan para nunca más regresar. Este triunfo ante Serbia entra en la lista de las mejores victorias de la Selección Argentina de básquetbol en toda su historia. Ni más ni menos que eso.

Quizás Campazzo no sea aún el mejor base del mundo (lo dudo seriamente), pero hoy jugó como si lo fuera. Porque con su impronta de líder, su carácter y su talento dibujó un recorrido hacia el triunfo que puso a un país frente al televisor con un grito in extremis. Quizás Patricio Garino no sea el mejor de todos sin la pelota, pero durante este Mundial nadie estuvo a su altura. Quizás, también, Luca Vildoza no sea tan, pero tan efectivo desde detrás del arco como Bogan Bogdanovic, pero hoy anotó con una certeza fantástica. Ni Gabriel Deck sea más fuerte que Nikola Jokic, Marcos Delía más potente que Miroslav Raduljica, o Nico Laprovíttola y Maxi Fjellerup más técnicos que Stefan Jovic. Quizás, Luis Scola, tampoco tenga 20 años, pero qué importa: hoy jugó como si estuviésemos transitando los bellos días de Atenas 2004.

Quizás, nada de esto nunca jamás vuelva a suceder, pero hoy pasó. Todo junto. Y de eso se tratan estos golpes de gloria. Vivir para contarlos. Porque la clave no es estar ni ayer ni mañana, sino ahora. Cuando a uno lo necesitan, poder decir sí, contá conmigo. Cuando la pelota quema, cuando las cosas verdaderamente importan. Y entonces, cuando se presenten las dificultades, estaremos todos juntos como estuvimos hoy. Serás de Argentina y nunca más caminarás solo. Veremos a Scola, una vez más, vencer al tiempo, y seremos nosotros los que retrocederemos para ser jóvenes una vez más, como si las arrugas fuesen solo detalles que muestra el espejo para confundirnos. Cerraremos los ojos y veremos entonces a Campazzo correr y lanzar el latigazo, edificar una vez más ese pase lacerante que nos cambie la vida, al menos por un rato. Que nos permita olvidarnos de todo lo malo para que el dolor se transforme en alegría. Para que las lágrimas sean solo de felicidad.

En el país de los anteproyectos que no llegan a nada, en la tierra de las discusiones mezquinas recurrentes, un grupo nos vuelve a sacudir con otro mensaje esperanzador: la lucha empieza por nosotros y para conseguirlo, hay que unirse y hacerlo. Sin quejas ni frustraciones. Sin demoras ni excusas. Talento, energía, dedicación, esfuerzo y convencimiento. De esa manera los giles, entonces, ya no serán tan giles.

Y la odisea estará consumada.