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La industria del futbol y su andar de cojo

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VIDEO: Chicharito no es un gran futbolista, pero pocos han tenido su alcance (2:52)

Futbol Picante desde casa (2:52)

LOS ÁNGELES -- Poderosa, pensó que también era intocable, indestructible; impune, pensó también que era inmune; habituada a irrumpir, a inmiscuirse, nunca temió que un intruso le saqueara su tranquilidad.

La industria del futbol se estremece. Evoca una frase de José Luis Alvite: “Mi corazón late como las pisadas de un cojo y mi boca ya no derrite los helados”.

Mientras el mundo, pasmado, pero proactivo, trata de alentar cada uno de sus siete mil millones de latidos, la industria del futbol administra ufana y utópicamente, un futuro que no le pertenece.

Programa su futuro en una agenda ajena. Su tiempo ha dejado de ser suyo. La capacidad del hombre para confrontar y vencer al COVID-19, ése, es el verdadero cronograma de su destino.

Lamenta una bancarrota, mientras se colapsan las economías que son su verdadero sustento. La esperanza es la cara optimista del lamento.

La Liga de España habla de mil millones de euros si no concluye la temporada. Javier Tebas habla de jugar cada 72 horas para recuperar el tiempo perdido.

En las cuentas de Tebas, el futbolista deja de ser un artista para convertirse en un maquillador del entretenimiento. Los oligarcas de pantalón corto sienten el rigor de las urgencias de sus patrones.

El deporte se vuelve obsoleto, los asalariados deben cumplir con 90 minutos de fatiga cada 72 horas. Si se rompen las piezas, sobran repuestos en la industria del futbol.

¿Acaso Tebas y sus asociados en el mundo, especialmente en Zúrich, están seguros que el aficionado habrá sanado de sus heridas y que mantendrá el futbol en la cúspide de su decrépita escala de valores?

Cuando la pandemia llegue a su final, la Torre de Babel de cada ser humano, reordenará sus prioridades. El futbol volverá a ser una maravillosa bendición en la lista de frivolidades, pero no de sus prioridades.

Los jugadores de la MLS, desde su sindicato, siguen con la cabeza en el hoyo. El ocultismo y el ocultamiento, son la guarida perfecta de las irresponsabilidades. No veo, no oigo, no hablo.

“Los clubes de la MLS no nos han hablado de recortes salariales”, explica Bob Foose. La quietud del sindicato es la forma más dinámica del desdén. La inacción antes que la inanición.

Ha habido ejemplos fabulosos en otras partes del mundo. Clubes y jugadores que han empatizado con su entorno, donando millones de dólares. Entienden a Yupanqui: “Que nadie escupa sangre, para que otro viva mejor”.

Gentilmente, estadios de futbol que de incubadoras de fantasías y júbilo, se transfiguraron en santuarios, capaces de cobijar enfermos y almacenar material médico.

Chicharito Hernández, desde su filosofal torpeza o desde su torpeza filosófica, estruja el corazón de sus ciegos feligreses: “Y si estamos encerrados dos años, ¿qué va a pasar con nosotros los que estamos grandes?”.

¿Entenderá Javier Hernández que en dos años de reclusión, de enclaustramiento, el futbol sería una osamenta de museo? ¿Y tal vez la humanidad misma?

Pero así como Chicharito, otros, muchos, el resto de los narcisos semidioses, son capaces de traicionar a la humanidad, excepto a la veneración de su propio espejo, y cultivan fervorosamente la supervivencia de su ego antes que la supervivencia colectiva.

La Industria del Futbol intenta pervivir como rémora del gigantesco tiburón humano. Y si el tiburón muere, la rémora se alimentará de su carroña.

Para salvar al futbol debe ayudar a salvar a quienes hacen posible que el futbol permanezca y prevalezca como el espectáculo masivo más fascinante y maravilloso del mundo. “Nadie es una isla”, escribió Simmel. Y mucho menos el futbol.

No entiende, la industria del futbol, que sus esfuerzos aislados, egoístas, sólo le garantizan cumplir con el destino de los miserables: resucitar dentro de su propia tumba.