VIÑA DEL MAR -- El 'Apache' tuvo cuatro años para afinar su puntería. Y templar su temperamento. Y aplazar con paciencia su revancha. Los momentos los elige la cancha. Hace cuatro años cobró. Este viernes, en El Sausalito, pagó.
Argentina en semifinales. De manera atropellada. Sin poder clavar una espina en la noche mágica de Ospina durante los 90 minutos. El arquero colombiano enamoró a la diosa Fortuna. Hasta que la flecha del 'Apache', hecho cupido, le enamoró de la victoria.
Desde el manchón de fusilamiento, donde las tragedias y las epopeyas se consuman, al final, como en el trámite de los 90 minutos, Argentina fue menos malo que Colombia. Tévez consumó su oportunidad, luego de que Murillo había consumido su momento de gloria.
Ocurre en el futbol. Veintidós jugadores con currículos notables. Con títulos y blasones, con talento y gracia, con clase y adrenalina, defraudaron.
Al final renunciaron a su exquisitez y eligieron ser gladiadores. Olvidaron la esencia de su goce y se entregaron a la urgencia de su misión.
Y en esa epidemia de transpirar en lugar de inspirar, arrastraron a sus propios genios. James Rodríguez demostró que no ha sobrevivido a su clímax en el Mundial de Brasil, mientras que Lionel Messi tardó en comprometerse y pasó por la intermitencia, no sólo errando un gol con un cabezazo casi en la línea de la sentencia, sino por momentos jugando con simplismo y hasta con un recurso que parece rehuir en el Barcelona: el fingimiento obsesivo, pueril, vulgar de faltas.
Enfrascados en la lucha física, como si sólo el músculo y el aliento, les permitiera desarrollar hazañas, poco se acordaron, los virtuosos y los obreros, de jugar al futbol con los principios naturales de sus virtudes.
En ese tesón por la pelota, en esa obsesión por estorbar más que por fomentar, Argentina le daba curso más lógico a sus ataques y fue convirtiendo a Ospina, sus patas de conejo, sus brazaletes, sus collarines y sus supersticiones, en los protagonistas de una renuncia desesperada de Colombia a su propio holocausto.
Con un arbitraje que desquició a los atletas fervorosos y desesperados de la cancha y de la tribuna, que enajenó a las bancas y a las fanaticadas, al final logró ponerle grilletes a una violencia que parecía explotar de manera caótica.
El mexicano Roberto García Orozco tuvo el ojo de halcón de su lado, con un José Luis Camargo casi impecable, más allá de que desaforadas e irritadas, ambas facciones, colombiana y argentina, terminaron por ejecutar públicamente a las progenitoras del cuerpo arbitral.
García Orozco administró las amarillas y hasta le recetó una, ante la mirada atónita de todos, a Lionel Messi, quien quiso jugar al vivo y puso cara de muerto, al castigársele una entrada alevosa sobre Murillo, y el reclamo posterior.
Al final, el tribunal de los penaltis condena a una Colombia que se mantuvo guerrera, pero para sobrevivir, más que para vencer, mientras que premia a una Argentina que mantuvo al menos el hálito consistente por una victoria.
Los cobros comenzaron llenos de violencia, certeza, puntería e impiedad. Los dos números 10, que habían quedado en deuda conforme a las expectativas y la expectación en el fragor de los 90 minutos, abrieron la sesión de manera impecable e implacable. Tévez, el 'Apache' de la puntería menesterosa hace cuatro años, rescata su credibilidad ante el furor de un hinchada argentina que nunca tuvo la mayoría ni en voz ni en voto en el circo de El Sausalito.
Ahora, Argentina, con un Messi aún somnoliento, y un grupo albiceleste que trabaja más sobre una convicción ancestral que por un plan claro de trabajo por parte del Tata Martino, se enfrentará al vencedor este sábado de Brasil y Paraguay.
¿Messi? Este viernes se comprometió. Menos de lo debido, menos de lo deseado, menos de lo querido.
¿James? Aún no sobrevive al empalago a que fue sometido de elogios en el Mundial de Brasil.