BUENOS AIRES -- En esa búsqueda por la excelencia futbolística que Marcelo Gallardo se ha puesto como meta para este semestre, quizás el segundo tiempo que River jugó contra San Lorenzo fue como paradigma de esa idea.
Un fútbol dinámico, sin posiciones fijas, profundo, con gol, seguro en el fondo, casi sin fisuras. Suele decirse que es complicado plasmar en un partido todo aquello que se trabaja en los entrenamientos, pues bien, en esa narrada segunda mitad lo que ensayó en la pretemporada de Punta del Este fue lo que se observó en el campo. Casi calcado. Es cierto que lo hizo ante un rival que, a la luz de los hechos, está sufriendo horrores esa modificación de estilos a la cual apostó.
De aquel de Edgardo Bauza a este Pablo Guede hay un abismo, son formas bien antagónicas, pero de ninguna manera esto puede opacar lo que produjo River. Al contrario, en todo caso fue una superación respecto del Superclásico el haber podido usufructuar esas ventajas, porque ante Boca tuvo todo a su disposición y no logró sacar provecho a eso.
De todas formas continúa teniendo ese "lado b", la cara opuesta que no le permite estar pleno. El primer tiempo fue demasiado flojo si tenemos en cuenta lo que puede dar (y dio) y las pretensiones que tiene un club de semejante jerarquía.
Estuvo individualmente endeble y esto llevó a que colectivamente otorgue beneficios que podrían ser letales en otro momento. Gallardo supo pegar un volantazo en el momento indicado (con dos cambios en el entretiempo y seguramente una buena lavada de cabeza en el vestuario), pero no siempre esa fórmula es redituable. De más está aclarar que dista mucho de la idea del entrenador el configurar un equipo bipolar, pero no se puede soslayar que le está costando adquirir la regularidad que realmente desea.
Otro tema. Cuando Sebastián Driussi jugaba en las divisiones inferiores era moneda corriente encontrarse con él en el tope de la tabla de goleadores. Cada temporada anotaba una buena cantidad de tantos. En el salto a primera esa cosecha fue enflaqueciendo. No porque haya perdido la pericia para definir, sino más bien porque le tocó ocupar puestos que lo alejaban del arco. El martes, como punta, recuperó ese olfato y dio muestras de su aptitud en el área (hizo dos goles). Una buena variante para Gallardo en una posición en la cual no tiene sobrepoblación.
Ya habíamos señalado desde esta columna la trascendencia del triunfo ante Boca, el cual representaba, entre otras cosas, poder transitar una pretemporada en paz. Esta nueva victoria fortalece más esta idea y le quita presión de cara al último Superclásico del verano. Es cierto que en ese tipo de partidos no es posible relajarse, pero una cosa es jugar además presionado. River tendrá sólo la obligación que se tiene en estos compromisos y no otra, como sí se hubiese cargado si el primer capítulo de la saga se resolvía de otra forma.
Gallardo busca mejorar el juego y de a poco lo va logrando. El desafío no es sencillo ni muy común en tiempos de resultadismo extremo, porque muchas veces ese intento queda en el camino por la opulencia feroz de las victorias, pero el entrenador se ha propuesto no claudicar en la búsqueda. Porque se pueden conseguir las dos cosas, jugar bien y ganar. Un buen mensaje que en la fase de preparación es posible sostener, pero que en la competición oficial apuntalarlo se vuelve más complejo. El Muñeco tiene espalda y deseo de hacerlo. ¡¡Bienvenido sea!!