Damián L. Delgado Averhoff, Escritor ESPN Digital 315d

La Novena: De teorías sobre trampas, regresos ansiados y diseños horrendos

1. LAS RECIENTES SANCIONES de los lanzadores Domingo Germán, de los New York Yankees, y Max Scherzer, de los New York Mets, por utilizar sustancias pegajosas para mejorar el agarre no hacen más que confirmar mi teoría de que hacer trampa es parte indisoluble del juego de béisbol y no son pocos los que toman el camino corto para sacar ventaja. Parafraseando uno de los culebrones lacrimógenos y reciclables de la televisión hispana, sin trampas no hay paraíso. Miles de fanáticos, expertos y hasta jugadores se alarmaron cuando el esquema de robo de señales de los Houston Astros en 2017 salió a la luz pública por alguien que se fue de lengua, solo después de agarrar su anillo de campeón de Serie Mundial. Tan pulcro no era... ¿verdad? Aquellos que se rasgaron las vestiduras parecían más santos que el Papa y más intransigentes que la Santa Inquisición. Varios jugadores de Grandes Ligas han dicho por activa y por pasiva que la mayoría de los equipos también rayan la pintura de la legalidad. Pero sus reacciones han sido minimizadas. Su testimonio sin pruebas verificables no pasa de ser mero chismorreteo de pasillo.

2. EL ESCÁNDALO de la carta que implicaba a los Yankees de 2015 y 2016 por usar su sala de video para decodificar las señas de los rivales en esas dos temporadas vino a reavivar el debate, aunque el papel de villano ya estaba bien definido. De hecho, todavía hoy no son pocos los que abuchean a los Astros en cada parque que visitan. Dicen que la "era de los esteroides" salvó al béisbol en la década del '90 del pasado siglo. Quienes escaparon, son venerados, los capturados son satanizados, aunque también no son pocos los que aseguran que la mayoría de los jugadores se puyaba hasta agua con azúcar para aumentar su rendimiento. En fin, son muchos los ejemplos que no hacen más que respaldar mi creencia de que en el béisbol existe mucha hipocresía y donde si no te agarran con las manos en la masa, tienes carta abierta para tomar el camino corto. A fin de cuentas, si engañas eres un tramposo, si eres cómplice, también, y si juzgas a conveniencia... también pasas a ser un tramposo. En esta historia no hay medios tonos.

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