En un país donde el fútbol es religión y cada héroe tiene su historia, el nombre de Ubaldo Matildo Fillol está grabado con tinta indeleble en la epopeya argentina del Mundial de 1978, cuando sus reflejos milagrosos y esas atajadas inolvidables ante Holanda sellaron el camino hacia la gloria. Su aporte fue clave en aquella gesta mundialista.
Fillol es el guardián que voló para detener el destino y elevar la camiseta nacional a lo más alto. Un superhéroe sin capa, pero con guantes de acero, mirada de lince y reflejos de guepardo, que defendio el arco de la Selección Argentina con un simple apodo: "Pato".
El vuelo que detuvo el tiempo
En el minuto en que el mundo contuvo la respiración, cuando Johnny Rep se paró frente al arco y la pelota parecía condenada a entrar, Fillol se lanzó al abismo de lo imposible. Con el instinto de un poeta y la fuerza de un guerrero, desvió el balón con la punta de sus dedos y con ese gesto escribió el capítulo más luminoso de una epopeya que Argentina aún no termina de contar.
Era más que una atajada. Era la defensa de un sueño colectivo, la barrera entre la gloria y la derrota. El guardián del alma de un pueblo que vibraba en un solo latido, ese día en el Monumental.
Dos historias, un mismo espíritu: Fillol, el Dibu y una atajada que atraviesa el tiempo
Hay otras imágenes que no se borran. Una de ellas es esa atajada monumental de Ubaldo Fillol a Rob Rensenbrink en la final frente a Holanda. Corría el segundo tiempo en el Monumental, y con el partido todavía abierto, el delantero neerlandés quedó mano a mano con el arquero argentino. Fillol, firme, valiente, con los ojos clavados en la pelota, se estiró hacia su derecha y desvió el disparo con una reacción de otro planeta.
Décadas después, esa jugada volvió al centro de la escena. Fue el propio Fillol quien, invitado al programa F90 de ESPN, trazó un paralelismo emocional e histórico con la salvada de Emiliano Martínez a Randal Kolo Muani en la final de Qatar 2022 ante Francia. “Buscá la tapada del Dibu contra Francia y la mía a Rensenbrink”, pidió el Pato, aludiendo a la misma esencia: un arquero con la mirada fija, el alma en el cuerpo, y la determinación para sostener el destino de un país entre sus manos.
“Nunca hay que dar vuelta la cara. Esas son cosas que se aprenden de pibes. En esa jugada estoy mirando al delantero”, explicó Fillol con la simpleza de quien enseña desde la experiencia. “Hoy se ven errores así, pero eso no puede pasar. El Dibu también tenía los ojos bien abiertos. Eso me sirve para la docencia”.
En esas dos postales —la del 78 y la del 2022— hay más que reflejos. Hay una línea invisible que une a dos generaciones de arqueros argentinos con un mismo fuego sagrado: el de custodiar la gloria.
El abrazo del alma, la imagen que congeló el tiempo
Cuando el pitazo final estalló en un estallido de festejos y lágrimas, Fillol se dejó caer al césped, agotado, feliz, pero sobre todo en paz. En ese instante sagrado, el arquero vio vivió algo más de la coronación.
Una imagen quedó grabada para siempre: un joven sin brazos, Víctor Dell'Aquila, se funde en un abrazo espontáneo con Fillol y Tarantini, que celebraban de rodillas sobre el césped del Monumental. Captada por Ricardo Alfieri, la foto se transformó en emblema de la emoción desbordada y el amor incondicional por la Selección.
Ahí se congelaba en el tiempo, y para siempre será “el abrazo del alma”, un símbolo de que el fútbol es pasión, pero también espiritualidad, un rito donde se mezclan sudor, lágrimas y milagros.
Más que un arquero, un líder eterno
No sólo fue el hombre que detuvo penales o sacó balones imposibles. Fillol fue el faro, el capitán silencioso que lideró a la Selección Argentina en 58 partidos entre 1974 y 1985. Tres mundiales en su espalda, un legado de coraje y dedicación que dejó huella en cada rincón de la cancha.
Sus reflejos no solo salvaban goles, salvaban sueños. Y con ellos, construyó una carrera que trascendió clubes, ciudades y generaciones. River, Racing, Vélez… cada camiseta fue una historia que enriqueció con su entrega incondicional.
La leyenda del arco
Fillol es un hombre que, con cada atajada y cada gesto, escribió poesía con sus manos.
Su nombre no es solo un recuerdo. Es una llama que sigue encendida, un faro que guía a los nuevos guardianes del arco, un ejemplo de humildad, pasión y amor inquebrantable por la celeste y blanca.
Porque hay héroes que no necesitan capa ni espada. Solo unas manos, un corazón gigante y volar para detener el tiempo. Siempre con ese “abrazo del alma”.
