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Griguol: un maestro del fútbol y de la vida

Carlos Timoteo Griguol escribió una parte grande de la historia del fútbol argentino. Como futbolista, nació en Atlanta, donde jugó entre 1957 y 1965, y luego pasó a Rosario Central, club en el que se retiró en 1969.

Eran otros tiempos, donde algunos jugadores se daban el gusto de empezar y terminar su carrera en un mismo equipo. Timoteo, el Viejo, el Maestro, lo hizo en dos. Jugó un total de 392 partidos, marcando 32 goles.

Pero lo mejor de su historia iba a verse en el banco de suplentes, con el buzo de DT y esa gorra infaltable que lo identificaba. Tras su retiro en el club rosarino, comenzó a dar los primeros pasos en las divisiones inferiores.

En 1971 saltó al plantel de Primera División, como ayudante de campo. Y en 1973, luego de la renuncia de una gloria de Central como Angel Tulio Zof, tomó la manija del primer equipo.

Sin dudas, esa primera experiencia iba a marcarlo ya como un entrenador para tener en cuenta. A los pocos meses del debut oficial, se consagró campeón del Nacional de 1973.

Luego de terminar segundo en su zona, clasificó al equipo a la fase final: jugaban, además de Central, River, San Lorenzo y Atlanta. El Canalla se consagró campeón de ese cuadrangular con cinco puntos, logrando el segundo título de la historia de los Canallas en Primera División.

“De la mano de Timoteo conformamos un equipo muy fuerte, que defendía y atacaba muy bien. Utilizábamos un esquema 4-2-1-3, que era totalmente llamativo”, recordaba el Cai Aimar, protagonista de ese plantel.

El juego no era vistoso, pero sí efectivo: se ganó el mote de Los Picapiedras. Pese a todo, el apodo que buscaba ser peyorativo no detuvo la marcha del equipo, que en 1974 llegó nada menos que a las semifinales de la Copa Libertadores. Era un momento donde Los Picapiedras contrastaban con el fútbol elegante que proponía el Huracán campeón del '73 que dirigía César Luis Menotti. Los dos, con sus estilos, imponían condiciones.

A sus equipos les hacían pocos goles, presionaban en toda la cancha, tenían orden táctico y la pelota parada era muy bien trabajada: esas características fueron una marca registrada de su trayectoria como DT.

En 1980 llegó Ferro, club en el que hizo historia. Casi le saca el título al Boca de Maradona en 1981, y fue subcampeón también en el Nacional de ese año, ante River.

En 1982 llegaría la recompensa, con el título ganado en el Nacional, logro que conseguiría también en 1984 con el conjunto Verde. Se trató de una época dorada para el club de Caballito, que tenía a León Najnudel como entrenador en el básquetbol y a Julio Velasco en el equipo de vóleibol. Sin dudas, junto con Timoteo, tres formadores de lujo.

Un breve paso por River entre 1987 y 1988, donde más allá de ganar una Copa Interamericana no dejó mucho para destacar, hicieron que volviera a Ferro en 1989. Gimnasia lo esperaría unos años más tarde. Llegó en 1994 y en 1995 estuvo a un partido de conseguir el primer título del Lobo.

Pero no pudo en la última fecha: perdió 1 a 0 con Independiente de local, y San Lorenzo, justamente en Arroyito y ante Central (cosas del destino), le sacó la gloria.

Se lo recuerda por ser un maestro más allá del campo de juego. Una frase lo define a la perfección. Cuando un jugador que estaba dando los primeros pasos se enceguecía por el dinero ganado y llegaba a la práctica con un auto nuevo, decía: “Muy lindo el auto, pero no tiene bidet”.

Para él, primero estaba la casa, el bienestar de la familia. Luego los lujos. Aconsejaba como hijos a sus jugadores, siempre presente en cada paso que daban como futbolistas. Y los impulsaba a seguir una carrera terciaria, consciente de que la vida profesional del futbolista no es eterna; por el contrario, es corta.

Los quería a todos atentos, en la cancha como en la vida. Cada vez que salían al campo de juego, los esperaba a la salida del túnel o de la manga y les daba un golpe fuerte en el pecho: no debían relajarse nunca.

El Maestro tiene una estatua en la sede de Ferro, y se ganó a lo largo de los años el reconocimientos de muchos de los jugadores a los que dirigió y formó. Uno de ellos, tal vez el más reconocido, Guillermo Barros Schelotto, dijo de él: "Por su forma de manejar un grupo, por cómo enseñaba, por lo que transmitía más allá de la cancha, fue un Maestro. Hubo pocos como él".