El futbol de Luka Modric se entiende a partir de la emoción. Su juego es tan discreto como efectivo, es una máquina al servicio de todos dispuesta al sacrificio y a la estética.
Si bien Karim Benzema acaparó los reflectores la noche que el madridismo no olvidará tras la remontada al PSG, la labor del croata fue digna de una ovación de pie.
Es crack y guerrero, tan capaz de filtrar un pase de gol en medio de múltiples piernas rivales, como de tirar una barrida para frenar a Messi en mediocampo.
Pocas veces se le ve tan eufórico como el miércoles pasado en la celebración de una victoria que refrendó la grandeza del Real Madrid y el peso histórico del Bernabéu.
Y cómo no iba a levantar los brazos y a estallar en júbilo si se comió la cancha a sus 36 años; no escatimó una gota de sudor y en cada intervención tuvo como aliada a la paciencia. Pausa cuando era necesario y vértigo ante el titubeo del oponente.
El mediocampista es un referente que no tiene mayor pretensión que la utilidad; las luces y ser el centro de atención no lo cautiva, su misión es darle al equipo lo que necesita, ni más ni menos. Y eso hace. Eso hizo ante los millonarios del PSG.
Modric contagia y ejecuta, el ‘10’ en la espalda de una camiseta sagrada no es mero adorno, lo porta con la sabiduría del que se sabe leyenda y actúa como simple mortal. La veteranía no lo define, es su ejemplo el que predomina, el que dicta los ‘cómos’ y los ‘cuándos’.
Luka ordena desde la autoridad de su Balón de Oro, y a partir de la humildad de su sacrificio. Es intocable porque se trata de un referente y a los referentes solo se les entiende a partir de la emoción… Más allá de colores y camisetas, Modric es un futbolista para enmarcar.