¿Por qué el fútbol es el deporte más lindo y más seguido del mundo? Tal vez porque se pueda jugar prácticamente en cualquier lado, de un patio a una plaza, de un parque a una playa, de la calle a un campo de verdad: todos alguna vez pateamos una pelota con los amigos en un estacionamiento vacío de noche.
Pero creo que haya también otra razón poderosa: el fútbol es el deporte en el que existen mayores probabilidades de que el pronóstico se vea revertido, que el pequeño le pueda ganar al grande, que el débil doblegue al poderoso, que David pueda meterle el bíblico hondazo en la cabeza al gigante Goliat.
La historia reciente demuestra que no alcanzan inversiones millonarias para garantizarse el triunfo, máxime en el torneo más importante, el más difícil, la mítica UEFA Champions League. Una competición en la que no sólo juegan los equipos, sino que le deja un lugar importante, quizás fundamental, a la historia, a la mística, a la gloria de la camiseta.
Quien niega esto no mira la realidad: han pasado 11 años desde el último triunfo de un equipo que nunca había levantado la Orejona (2012, Chelsea), y nada menos que 30 desde una situación similar anterior (1993, Marsella). Un año antes, en 1992, se dio la última final entre dos equipos que nunca habían ganado el trofeo, Barcelona y Sampdoria. Así que la historia evidentemente juega, y mucho.
Ahora parecería ser que la final 2023 no tendrá “historia”, inclusive hay algunos que parecen opinar que ni siquiera valga la pena jugarla: demasiada diferencia entre el multimillonario Manchester City e Inter, convidado de piedra en la gran final de Estambul. El partido tendrá transmisión exclusiva por Star+ (solo para Sudamericana).
Inter tiene que con qué darle pelea al candidato
Sin embargo, las finales siempre hay que jugarlas e Inter tiene argumentos de peso para tratar de revertir lo que parece un pronóstico muy cerrado. En primer lugar, como dijimos, la historia: con sus tres Orejonas en las vidrieras, el equipo nerazzurro, representante de la única ciudad en Europa que puede lucir dos equipos ganadores del trofeo (de paso, ganando impediría que Manchester iguale ese récord), llega con la tranquilidad de quien sabe de que se trata eso, ante un rival obsesionado por un logro que se le sigue escapando, a pesar de las increíbles inversiones realizadas en los últimos años, con un total que iguala todo lo gastado por los 20 equipos de la Serie A italiana en el mismo período.
Con respecto a los entrenadores, el universalmente alabado Pep Guardiola, el “mejor entrenador del mundo” (como debe de estar riéndose Carletto Ancelotti), viene buscando repetir los ya lejanos éxitos de su pase por Barcelona. Enfrente, un entrenador mucho más humilde, Simone Inzaghi, que sin embargo ya ha demostrado fehacientemente que las finales son para él un terreno confortable y que, en los 90 minutos de una definición seca, no tiene porqué temerle a nadie.
El fútbol es un juego de conjunto, en el que la organización potencia las individualidades y puede mucho más que la simple suma de talentos de los planteles. Si hay algo que ha caracterizado los últimos años es justamente la capacidad de los técnicos italianos (Mancini, Ranieri, Conte, Sarri, obviamente el propio Ancelotti) de ganar en cualquier contexto y aún sin ser ni lejanamente favoritos.
Obviamente, Inter necesitará un partido perfecto, en un evidente choque de estilos futbolísticos, y también que su rival no juegue su mejor encuentro. Pero también Inter puede regalar al fútbol italiano una revancha y una “rehabilitación” histórica: demostrar que el Calcio no es “defensivismo” sino “arte de saber defender”, que no son absolutamente la misma cosa. Que los técnicos italianos son magistrales a la hora de, sabiéndose inferiores sobre el papel, “inventar” una movida táctica para anular las diferencias y dar la sorpresa.
Vuelve a la memoria la celebre frase de Nereo Rocco, primer italiano en ganar el trofeo, allá por 1963, nada menos que 60 años atrás. Cuenta la leyenda que, cuando los técnicos rivales le estrechaban la mano y decían “Qué gane el mejor!”, el mítico Nereo contestaba “Ojalá qué no!”. Saberse inferiores pero hacer todo lo posible para ganar es, en última análisis, la esencia misma del deporte.
¿Qué necesita Inter para dar el batacazo? Como dicho, jugar un partido bien a la italiana: agresividad, intensidad, marca feroz, concentración, inteligencia táctica, contundencia ofensiva, aprovechamiento de la pelota parada, en suma llevar el partido hacia un terreno favorable, donde las cualidades nerazzurre puedan lucir y donde se le impida al rival jugar un partido en su “zona de confort”.
Difícil, claro, pero nada es imposible. El “Goliat” Pep Guardiola, de esto estoy absolutamente seguro, sabe mejor que cualquiera que este Inter “formato David” es el peor rival que podía tocarle en esta final, en la que él es el que tiene mucho más para perder. Como suele pasar a menudo en este maravilloso deporte que es el fútbol.