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La Superliga es un capricho de los gigantes de Europa, y los hinchas salen perdiendo

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El lado oscuro de la Superliga Europea... (5:08)

Fernando Palomo analiza la creación de esta liga de élite impulsada por los equipos más acaudalados de UEFA. (5:08)

Sería un eufemismo sugerir que quienes impulsan el plan de crear una Superliga Europea (ESL, por sus siglas en inglés), en la que participarían los clubes más importantes de este deporte, se equivocaron en su lectura de forma espectacular, antes de desvelar su autodenominada “visión estratégica” en “beneficio de toda la pirámide del fútbol europeo”.

Los clubes sentados en la mesa, liderados por el presidente del Real Madrid Florentino Pérez (también presidente de la ESL), el copresidente del Manchester United Joel Glazer (vicepresidente de la ESL) y el presidente de la Juventus Andrea Agnelli (vicepresidente de la ESL) habrán visto las señales de aprobación de sus compañeros ejecutivos de nueve otros grandes clubes; Sin embargo, el balompié existe mucho más allá de ese exclusivo cabal de sala de juntas. Los sentimientos del resto de los que cuentan con un vínculo emocional con este deporte han sido completamente ignorados y echados a un lado, todo en la búsqueda de beneficios monetarios.

En pocas palabras, la ESL es una idea que nadie quiere, con la excepción de los dueños de los clubes más grandes y acaudalados del fútbol mundial, quienes simplemente desean hacerse más grandes y ricos, a pesar de las afirmaciones endulzadas de sus miembros principales.

“Ayudaremos al fútbol en todos sus niveles y lo llevaremos al lugar al que pertenece en el mundo”, expresó Pérez mediante un comunicado publicado por la ESL en la jornada del domingo. “El fútbol es el único deporte global en el mundo con más de cuatro mil millones de seguidores y nuestra responsabilidad como club grande es responder a los deseos de los aficionados”.

Agnelli, cuya Juventus confronta múltiples dificultades en la cancha y podría quedar eliminada de la próxima edición de Champions League, tras caer al cuarto puesto de la tabla de Serie A en la presente campaña, ubicado apenas a dos puntos de ventaja del Napoli, declaró que “nuestros 12 clubes fundadores representan a miles de millones de hinchas en todo el mundo”, antes de agregar: “Nos hemos unido en este momento crítico, permitiendo que la competición europea se transforme, poniendo al deporte que amamos sobre una base sostenible para el futuro a largo plazo”.

Pues ahí lo tienen: en vez de ser un vehículo que permita que cada club miembro de la ESL se haga más rico, a un ritmo cercano a los 300 millones de libras anuales, la propuesta de Superliga fue realmente diseñada con el fin de convertirse en salvadora del fútbol y por ello, sus aficionados de todo el mundo deberían sentir eterna gratitud.

Lamentablemente para los líderes de la ESL, la reacción de los hinchas ha sido universalmente hostil. Las redes sociales se han encendido con el repudio de los seguidores de todos los clubes, con declaraciones llenas de ira por parte de barras vinculadas con el Manchester United (“Estas propuestas son completamente inaceptables”), Arsenal (“La muerte de todo lo que debería ser el fútbol”), Chelsea (“Estamos consternados”) y Manchester City (“motivada por la codicia”), entre otros.

Ya sabemos que la UEFA y la FIFA están opuestas a los planes y que todos y cada uno de los clubes participantes han sido advertidos del riesgo de expulsión de sus ligas domésticas, junto con el veto de sus jugadores de competiciones internacionales, si prosiguen con su intento. Entonces, con tanta oposición por parte de los aficionados y de los órganos que gobiernan el fútbol por partes iguales, ¿por qué los dueños de los 12 miembros fundadores (la ESL ha confirmado que el grupo crecerá hasta llegar a 15 en las próximas semanas) están tan decididos en derrumbar el modelo actual para avanzar con sus planes?

Durante el último año, la pandemia del COVID-19 nos ha enseñado muchas cosas, en los ámbitos del deporte y la sociedad. Un elemento que entendimos bien desde la perspectiva deportiva es la realidad que el dinero generado por los derechos televisivos es lo que actualmente mantiene a los clubes con vida, y no los aficionados que pagan por ingresar al estadio. En lo que respecta al mero espectáculo, se ha echado mucho de menos la presencia de hinchas en los estadios; sin embargo, desde el punto de vista estrictamente económico, el fútbol de primer nivel ha demostrado ser capaz de sobrevivir sin que los hinchas paguen por ubicarse frente a la cancha.

Es obvio que los seguidores del balompié regresarán al estadio una vez termine la pandemia; no obstante, los dueños de los clubes miembros de la ESL saben bien que, incluso si la hostilidad continua y se profundiza, la mayoría de los aficionados seguirán pagando por ver partidos dentro de las arenas. De no hacerlo, los propietarios saben que millones de amantes del balompié a nivel mundial pagarán suscripciones para ver partidos de la Superliga, con auspiciadores desesperados por vincularse con una competición en la que participen los clubes más importantes y los mejores futbolistas.

Es una mentalidad despiadada, e incluso cínica; pero los personeros que manejan las riendas del fútbol saben bien como funcionan las cosas. Y si la Superliga se convierte en una tienda cerrada sin temor al descenso, pues la NFL y NBA son modelos de negocio altamente exitosos a emular. United, Arsenal y Liverpool (tres miembros fundadores de la USL) son todos propiedad de estadounidenses que participan en el deporte de su país; por ende, ya saben muy bien cómo rentabilizar la propiedad de una franquicia en un ambiente similar. También es evidente que, con un futuro que no contemple la posibilidad de quedar relegado, todos los clubes miembros de la ESL serían aún más valiosos para sus propietarios.

Pero nuevamente nos preguntamos: ¿qué hay de los hinchas? ¿Qué hay de las familias que han apoyado a su club por generaciones, los han visto tener éxitos y fracasos, han comprado boletos y camisetas, han acudido al estadio en medio del frio y la lluvia? Los actuales dueños han adquirido sus clubes, en muchos casos sin tener alguna asociación o vinculo previo. En el caso de la familia Glazer y el United, su adquisición en 2005 fue financiada utilizando los propios recursos del club. Y actualmente, esos mismos propietarios utilizan clubes históricos, con profundas raíces en sus comunidades, como moneda de cambio para crear una cerrada máquina de hacer dinero que solo ellos desean.

No son los clubes los que amenazan con destruir el tejido del fútbol. Son sus dueños, y ellos han demostrado ser ajenos a los deseos de los hinchas. Sin embargo, mientras ellos siguen adelante sin consultar a los aficionados, también lo hacen en un momento en el cual, debido a la pandemia, los estadios permanecen cerrados al acceso del seguidor del fútbol. Esto significa que los apasionados grupos de hinchas de todos los clubes han perdido la oportunidad de protestar (de forma visible y ruidosa). Solo hay que imaginar las escenas que se producirían en Anfield, Old Trafford o San Siro, de haberse permitido la presencia de hinchas en los partidos disputados este fin de semana, tal como ha sucedido en el pasado. A pesar de ello, los hinchas conseguirán una forma de hacerse sentir, bien sea a través de campañas en redes sociales u otras formas de protesta, asegurándose de que sus voces sean escuchadas.

Es probable que los propietarios hayan hecho una pésima lectura de la situación. Incluso, es posible que fingieron sordera y bajaron la cabeza a propósito; pero en estos momentos no pueden tener ninguna duda de lo que el mundo futbolístico piensa de ellos y de sus planes.