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Javier Aguirre, un técnico poco ortodoxo, pero auténtico

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"Con polémica, pero el empate es justo": Aguirre (1:06)

El entrenador mexicano del Mallorca se refirió al penal con el que el Rayo Vallecano igualó el juego. (1:06)

Con sus palabras, el entrenador mexicano del Mallorca rompe con el aburrimiento, la monotonía y el vacío.


NOTA DEL EDITOR: Este texto se publicó originalmente en octubre de 2023

No hace mucho, el entrenador del Real Mallorca, Javier Aguirre, llamó a su mejor delantero "monstruo raro y feo", pero al ariete no le importó. "Tiene razón: soy feo. Creo que a mi mujer le pasa algo en la vista", respondió Vedat Muriqi. "Y él [Aguirre] tampoco es tan guapo".

Y así es exactamente como les gusta.

Gran narrador, líder nato, excepcionalmente carismático, Aguirre tiene el tipo de personalidad que llena una habitación, llevándote con él, y el tipo de boca que tus padres lavan con agua y jabón... y es mucho mejor por ello.

Y lo que es más importante, el futbol. No realmente por todas las palabrotas y carcajadas -aunque, sinceramente, también por eso-, sino porque hay una autenticidad, algo real en él: una sinceridad, una voluntad de apropiarse de sus palabras que rompe con el aburrimiento, la monotonía y el vacío cuidadosamente elaborado, que dice la verdad. Una verdad, en cualquier caso... y no sólo sus intereses.

Y funciona. Si hay una acusación que se hace a menudo a los periodistas -y seamos sinceros, una de las razones por las que directivos y jugadores no siempre dicen lo que piensan- es que las palabras se tergiversan, se descontextualizan. Aquí, al menos, es cierto. Cuando Aguirre dijo eso de Muriqi, era un cumplido. Este gran delantero era el tipo de persona que cruzarías la calle para evitar, dijo Aguirre, pero a pesar de su aspecto torpe y un poco asustadizo, sabía jugar de verdad.

Además, era un tipo encantador.

La respuesta de Muriqi demostró que no le importaba, que esa forma de hablar le llegaba, le motivaba. Al preguntarle por Aguirre cuando el Mallorca se enfrentaba al Barcelona en octubre del 2023, el kosovar contó una bonita anécdota sobre la primera vez que el entrenador llegó al club, cuando el Mallorca estaba en la parte baja de la tabla, casi a punto de descender."Estábamos hundidos y, sin embargo, él apareció con ese entusiasmo, esa alegría, esa honestidad... y gracias a él estamos aquí. Puedes hablar con él de cualquier cosa", dijo Muriqi.

Hubo un momento hace poco en el que Aguirre dijo que le habían sacado una tarjeta amarilla por "hablar" y la única respuesta fue: bueno, duh. Puede que no siempre sea el mejor plan, y habrá jugadores y árbitros a los que no les guste. También a algunos aficionados y medios de comunicación. Sin embargo, porque no parece una actuación, porque no va a cambiar, porque hay un cariño y una cordialidad que lo acompañan, incluso cuando te está haciendo pedazos, no parece mala idea. Además, lo que pienses de Aguirre como entrenador es harina de otro costal --aunque esté, absolutamente, relacionado con todo esto de que su carrera es de carácter, más de fuerza de personalidad que de otra cosa--.

Al fin y al cabo, como dice el propio Aguirre: "Ellos [los jugadores] también son seres humanos".

En el último minuto del partido entre el Mallorca y el Barcelona (2-2), en octubre del 2023, Cyle Larin se precipitó y desperdició una oportunidad de oro para ganar el partido. Después, Aguirre fue preguntado al respecto en la televisión española. Parecía disgustado por el fallo, dijo el presentador.

"Debería estarlo, el muy cabr**, porque eso no se falla", replicó Aguirre. "Una victoria hubiera sido demasiado, pero si te lo van a poner en bandeja... ¡Tira a puerta! Ay, hijo mío!".

Delante de él había un monitor. "¿Pueden reproducirlo otra vez?" preguntó Aguirre, y así lo hicieron. Mientras lo veía, volvió a repasarlo. Era como verlo con un compañero en un bar. "Mira, mira, mira. Ay mi vida, hijo. Cuando estaba en el Valladolid, ¡eso iba a la escuadra!".

La verdad sea dicha, a Larin podría no haberle gustado. De otros entrenadores, a todos los demás puede que tampoco: hay una indulgencia con Aguirre, es cierto. Pero eso es en parte porque, bueno, es verdad. Igual que era cierto hace unas semanas cuando apareció en rueda de prensa y dijo: "Es culpa mía. Me equivoqué. Me equivoqué en todo".

Hay algo que decir sobre la sinceridad. En una época en la que los clubes cierran puertas, en la que se suplican 90 segundos de nada, en la que los aficionados oyen una y otra vez las mismas frases hechas sin sentido - "Sabíamos que iba a ser un partido difícil"-, en la que nadie se atreve a hablar y lo que vemos y oímos parece tan alejado de la verdad, una realidad falsa, es de agradecer. Incluso hay que aferrarse a ella un poco desesperadamente, una migaja para un hambriento. Tal vez esto sea exagerado, tal vez incluso un poco meta, pero ese pequeño atisbo de algo genuino esta semana, ese pequeño recordatorio de que hay gente ahí fuera, fue algo para abrazar.

El mejor ejemplo llegó cuando discutían el posible penalti a favor del Barcelona en el que cayó Lamine Yamal, y Aguirre decidió que no bastaba con decir que es difícil ser árbitro, sino que había que demostrarlo y, al hacerlo, reveló otra verdad básica que nadie parece querer aceptar, y mucho menos decir: que a menudo los árbitros, el blanco más fácil y la cláusula de escape de todo el mundo, son las víctimas y no un enemigo vengativo. Que la culpa es nuestra y también nuestra responsabilidad, de todos.

Es hora de que todos nos parezcamos un poco más a Aguirre; es hora de decir la verdad.