BARCELONA -- Ronaldo Nazario. Una estrella fugaz, una aparición apoteósica. Un jugador que enamoró y cuya partida aún es sentida alrededor del Camp Nou. Hoy hace 20 años el brasileño lo sentenció: “No volveré a jugar en el Barça”. En dos días, simplemente, pasó de estar renovado a dejar Barcelona entre lágrimas. Y el barcelonismo, sin excepción, lloró aquel divorcio.
Se cumplen dos décadas de aquel suceso. Había llegado desde el PSV en el verano de 1996. El entonces vicepresidente Joan Gaspart viajó a Brasil expresamente para cerrar su fichaje, que costó 15 millones de euros (un récord en aquel momento), y en un abrir y cerrar de ojos se ganó a todo el mundo.
Su debut frente al Atlético de Madrid en la Supercopa de España mostró ya de forma bestial qué era Ronaldo y los siguientes meses, a pesar de la irregularidad del equipo que dirigía Robson, su crecimiento sorprendió a la propia empresa.
¿Qué ocurrió? Pasó que un 12 de octubre de 1996, en plena algarabía, Ronaldo convirtió en Santiago de Compostela un gol estratosférico que se mantiene aún en la retina y que provocó que, de la noche a la mañana, su cotización se disparase motivando un estado de nervios insospechado en los despachos del Camp Nou.
Núñez, el presidente, citó a sus agentes y les propuso renegociar el contrato del jugador. Alexandre Martins y Reinaldo Pitta, los dos hombres de negocios que conducían la carrera de Ronaldo y que años después terminarían en la cárcel por sus actuaciones ilícitas, entendieron la posibilidad de explotar aquella mina que significaba tener a quien estaba llamado a ser el número del futbol mundial y convirtieron los siguientes meses, mientras ‘Ronnie’ disfrutaba en el césped y era inmensamente feliz en Barcelona, en una guerra sorda dirigida a sacar una renovación de oro… O acabar con un traspaso millonario.
El Barça, que en aquel entonces mantenía contrato con la firma Kappa, llegó a tratar con Nike, con Ronaldo como ‘elemento colateral’, ofreciéndose la multinacional estadounidense a colaborar en el pago del nuevo contrato en una negociación que no llegó a buen término por la imposibilidad de romper el acuerdo con la empresa italiana…
Y la solución fue demorándose, sin que nadie acertase a saber las razones pero, a la vez, sin que nadie, tampoco, pudiera sospechar que todo acabaría como acabó.
EL FIASCO
El 27 de mayo, un día después de que Josep María Minguella, agente de Pep Guardiola, afease a Núñez el maltrato que el club ofrecía al canterano azulgrana, el presidente del Barça proclamó que la renovación de Ronaldo estaba cerrada “en un 90 por ciento” mientras el brasileño volaba a Noruega con su selección.
Giovanni Branchini, que llevaba el peso de las negociaciones era, igualmente optimista… Pero en apenas unas horas todo saltó por los aires.
El Barcelona acordó aumentar su salario hasta los 3 millones de euros, netos, anuales, fijar su cláusula de rescisión en 60 millones y firmar un nuevo contrato hasta el año 2004. “Soy feliz. Estoy muy contento porque mi deseo es quedarme en el Barça”, expresó desde Noruega el brasileño, que no conocía aún lo que estaba a punto de suceder la noche del 28 de mayo en las oficinas profesionales de Núñez.
Medio centenar de periodistas esperando en la acera, un calor infernal y pizzas para matar las horas esperando a que un portavoz del club aparezca por la puerta para anunciar el visto bueno definitivo… Hasta que cerca de la media noche un coche sale del parking a toda velocidad y el esperado portavoz dice, lacónicamente, “se ha roto”. Incredulidad absoluta.
“Les dimos todo lo que pedían, pero ellos ya estaban de acuerdo con otro club”, denunció el presidente. “Cuando todo estaba de acuerdo, se descolgaron con unas pretensiones que no podíamos aceptar, lo cambiaron todo”, explicó, sin entrar en detalles, Núñez mientras los abogados del jugador ya volaban a Milán para acordar el fichaje por el Inter.
La clave de la ruptura fue el pago de un 15 por ciento del salario avalado por el contrato del club con TV3, presentado por el Barcelona pero sin la existencia de la firma de ningún representante del canal televisivo. A eso se agarró Branchini para rechazar la firma y ni que el presidente del Barcelona le presentase su propio patrimonio como aval dio la vuelta a la situación.
Días después el Inter de Milán ingresó los 28 millones de euros en que estaba marcada la cláusula de rescisión y Ronaldo dejó el Barcelona. Llorando pero firme y llamando “mentiroso” a Núñez aún desconociendo la realidad íntima de lo sucedido.
Un año, 47 goles y mil sonrisas después Ronaldo abandonó por la puerta de atrás el Barça, dejando huérfano a un club alrededor del cual siempre quedó la sensación de que aquel sueño, por breve, nunca se olvidaría. Y no se ha olvidado.