BARCELONA -- Una de las respuestas de Quique Setién a la metralla soltada por Lionel Messi el jueves fue dejar fuera de la convocatoria para el partido de Vitoria a Arthur, sin molestarse, al contrario, en disculpar al jugador. Más aún, el entrenador insinuó sin disimulo que el brasileño se borró y él no hizo nada por impedirlo. Buena manera de imponer una cultura de respeto...
Setién mantiene el tipo como buenamente puede pero no es ajeno a que su posición en el club es de extrema debilidad. Se sabe señalado desde fuera y desde dentro, donde crecen las voces favorables a un cambio inmediato en el banquillo por más que Bartomeu se resista a imponer una medida tan drástica que le dejaría sin el que se considera su último paragüas en un final de temporada dramático en el Barcelona.
Si pensó el presidente, o alguien de su entorno, que el entrenador pudiera el viernes aceptar dar un paso al lado, derrumbado por las palabras del capitán, debió quedarse tan a cuadros como es la camiseta más gafe que se recuerda en el club. Porque Setién se marchó tanto de Las Palmas en 2017 como del Betis en 2019 tras meses de desencuentros pero negándose a una dimisión que desde ambos clubes se le reclamó hasta que se decidió su salida.
Puede que el cántabro dirija al Barça el ocho de agosto frente al Napoli pero esa es una posibilidad que algunos consideran remota, otros tantos inadecuada y los menos lógica atendiendo a su relación con una plantilla en la que son mayoría los jugadores que han perdido toda la confianza en él.
El técnico aterrizó en un club en llamas, driblando las polémicas mientras el vestuario se enfrentaba a Abidal, por boca de Messi, y al club por el Barçagate primero y el polémico rebaje de salarios después. Se mantuvo en un segundo plano a pesar de la eliminación en la Copa y de las derrotas ligueras en Valencia y el Bernabéu, remontando su confianza gracias al triunfo del Betis sobre el Madrid que condujeron a un confinamiento con el Barça al frente de la clasificación.
Pero tras la reanudación de la Liga Setién ha quedado a cada día más expuesto, tanto por los resultados, como por el juego y por el divorcio entre su cuerpo técnico y el vestuario, que estalló en el vestuario de Balaídos para, a partir de ahí, ir de mal en peor.
El entrenador, a estas alturas, vive en una burbuja, ajeno a lo que pasa a su alrededor y como una suerte de intruso en un Barça que cerrará la Liga de la peor manera y que se esfuerza en mostrar una imagen optimista para la Champions que recuerda al mismo discurso repetido de las últimas semanas del campeonato español.
Inasequible al desaliento... Hasta el derrumbe final.