BARCELONA -- "La pelota es mi alegría, es un privilegio formar parte de un club como el Barcelona y pretendo hacer historia como antes hicieron aquí mis ídolos". Con una sonrisa franca y una felicidad indisimulada Ronaldinho, un 20 de julio de 2003 del que se cumplen 17 años, ofreció su primera entrevista como azulgrana.
Acompañado en todo momento por los entonces colegas inseparables Joan Laporta y Sandro Rosell, presidente electo el primero y vicepresidente deportivo el segundo (protagonista directo de su fichaje), el Gaucho comenzaba de esta manera la inolvidable aventura que protagonizaría en un Barcelona al que devolvió la alegría perdida.
No fue un comienzo fácil, colectivamente para el equipo al que le costó cinco meses convertir la mediocridad en éxtasis. Ronaldinho dejó para la historia su primer gol oficial, el tres de septiembre frente al Sevilla en el Camp Nou, de madrugada, con una jugada salvaje y un disparo lejano brutal, saludado con una euforia desmedida por la hinchada, ya entregada a su magia, que se multiplicaría a lo largo de los siguientes tres años.
Con él, con Rafa Márquez, con el renacer de Xavi, Saviola, Puyol, Valdés, la llegada de Davids en la segunda mitad del primer curso y la suma de Deco y Eto'o después, el Barça de Rijkaard se fue engrasando para abandonar su peor época y convertirse en un equipo fiable y brillante a partes iguales. Y en el que explotó, ya en la segunda temporada, un jovencísimo Leo Messi que, secundario de lujo, tuvo la oportunidad de aprender de los mejores maestros.
Ronaldinho lideró a un Barça breve pero intenso y magnífico, que enlazó dos títulos de Liga (2004-05 y 2005-06) y conquistó en París la segunda Champions de su historia entre el embrujo de su sonrisa y saludo surfero, acabando con el reinado de los Galácticos y convirtiendo al club azulgrana en la moda del fútbol español.
Pero casi tan veloz como fue su ascenso a la gloria fue su caída del podio. Legendario y ganador a ojos de todo el mundo, aquel Barcelona dejó de ser intocable cuando el conformismo y la dejadez le quitaron el sitio a la ambición y la derrota frente al Sevilla en la Supercopa de Europa disputada en agosto de 2006 señaló el principio del final.
Enrabietado bajo el mando de Fabio Capello al Real Madrid le bastó con la solidez para hacer frente a aquel Barça que sobrevivía a golpes de genio, con Messi enlazando lesiones, Ronaldinho de capa caída y el vestuario incapaz de mantener una excelencia que se transformó en decepción definitiva la noche que el Espanyol arrancó un empate
en el Camp Nou, en la penúltima jornada, para entregar el liderato, y casi el título, al Madrid que salvó un gol de Van Nistelrooy en Zaragoza.
Y entregado el mando de la Liga a los merengues, la caída barcelonista ya fue sin freno. En el verano de 2007 el Barcelona tuvo la oportunidad de traspasar a Ronaldinho pero Laporta, de lo que después afirmó haberse arrepentido, frenó su marcha, esperanzado en que aquel mal final de temporada sirviera para recomponer al equipo alrededor del brasileño...Pero Ronnie ya no era aquel futbolista bestial. Su magia se había evaporado entre noches de fiesta y resacas inasumibles para un deportista de primer nivel.
La temporada 2007-08, la del final de aquella era, fue triste en el Barça, salpicada por algunas imágenes icónicas como el gol maradoniano de Messi al Getafe o una chilena majestuosa de Ronaldinho en el Calderón, pero el conjunto del curso ya no ocultaba la necesidad de acabar esa etapa de forma abrupta.
Eliminado por el Manchester United en las semifinales de la Champions y desplazado al tercer puesto liguero, 18 puntos por detrás del Real Madrid, aquel Barcelona se descompuso en primavera por orden de Pep Guardiola, quien asumió el cargo de entrenador con la condición de no tener a sus órdenes a Deco, Thuram, Zambrotta, Edmilson... y Ronaldinho, quien se despidió con pesar del Camp Nou pero consciente de que había llegado el momento del adiós.
Dejó por detrás 207 partidos, 94 goles y, algo tan importante como los títulos, la recuperación de la sonrisa en el Camp Nou. Tanta sonrisa que hoy, al cabo de 13 años, nadie repara en aquel triste final y alumbra su nombre como el de un futbolista único, amigo y profesor de Messi, a quien asistió en su primer gol oficial y que dejó tras de sí una leyenda única.