El Barcelona se va quedando solo. Apenas 27 mil aficionados acudieron, fieles y animosos, al Camp Nou para acompañarle en otro partido de una temporada que ya pasa de transición a dramática. Nadie sabe cuánto aguantará Ronald Koeman en el banquillo pero tampoco sabe nadie quién puede ser capaz de resucitar a este Barça moribundo al que pareció haberle mirado un tuerto.
Le salvó de la derrota, en el último suspiro, Ronald Araújo con un cabezazo que habría firmado Puyol. O Godín. La rabia, la entrega, la negación a rendirse y a entregarlo todo. Sin futbol pero con orgullo. Así sobrevive un Barça asomado al abismo porque, no puede dejarse de lado, el Barça hace demasiado tiempo que no se entiende sin futbol.
Araújo coreado como en su día Luis Suárez al grito de 'Uruguayo' por la hinchada que le convierte en el héroe. Mala señal cuando un central, animoso, soberbio y entregado, toma el papel de estrella y que recuerda a los primeros tiempos de Carles Puyol mientras los argumentos futbolísticos no existen.
La tormenta que descargó en Barcelona horas antes del partido frente al Granada provocó que una entrada que ya se sabía poco numerosa fuera aún más pobre. Y se demostró que los pocos que siguen acudiendo al estadio están por encima de unos y de otros, ni se relamen las heridas recordando a Messi (ni asomo de aplausos ya en el minuto diez) ni pierden el tiempo señalando al entrenador ni, tampoco, reaccionan a cualquier error (hubo muchos este lunes) con bronca desmedida.
Animan los que quedan, cada vez menos, a pesar de que el juego del Barça es apenas una calamidad. Centrar balones sin ton ni son, correr sin sentido y convertir a Araújo en una suerte de líder futbolístico a imagen y semejanza de aquellos años oscuros en los que el Camp Nou se volcaba con un jovencísimo Puyol ante el desastre coyuntural.
Este Barcelona tiene demasiado aroma a un pasado triste y desangelado, desconocido para muchos pero existente en el recuerdo de los aficionados veteranos que aguantaron tiempos incluso peores que este presente. Tiempos en que, hace ya más de tres décadas, apenas se citaban en las gradas 25 mil hinchas sin necesidad de pandemias ni con la televisión y las redes sociales transmitiendo en directo cualquier partido.
Hoy, Koeman, con fecha de caducidad cada vez más cercana, es vilipendiado por esas redes sociales que le califican sin asomo de duda como el peor entrenador que se ha sentado en el banquillo del Camp Nou, demostrando una memoria tan corta como un ánimo de sentar cátedra cuando ésta no existe ni se la espera.
Al Barça hace demasiado tiempo que se le fue apagando la luz, poco a poco y de manera inexorable. Ni quiso primero ni supo después dar el relevo a su generación de oro, entregándose a los jugadores que le hicieron grande en ese pasado sin atender a que podrían ser un lastre en el futuro... Y así quedó señalado.
Johan Cruyff, en 1988 primero y 1994 y 1995 después, renovó a fondo el vestuario y dio salida, con buenas palabras o malas artes, a las vacas sagradas del momento. El presidente de aquel tiempo, Núñez, dejó hacer al entrenador tal como no supo hacer Bartomeu cuando tras la Champions ganada en 2015 empezó a demostrarse la necesidad de inyectar sabia nueva.
Llegados a 2020, con la pandemia, el desastre se hizo presente. Ya no tenía escapatoria un Barça arruinado en sus cuentas y derrumbado en su futbol. A Ronald Koeman, el último paraguas de Bartomeu, se le acaba el crédito mientras pone en el escenario a una nueva hornada de jóvenes que ya se verá hasta donde son capaces de llegar... Y que muy probablemente se quedarán pronto sin su padrino.
Habrá que ver quién es capaz de arreglar este destrozo...