BARCELONA -- Ronald Koeman es el obús de Wembley que no alcanza Pagliuca. Es el misil que destroza a Buyo en el Clásico, el zambombazo que empequeñece a Vítor Baía, el globo que vuela por encima de Petranovic. Es el centro a Bakero en Kaiserslautern, el almirante que dirige la remontada épica sobre el Dynamo Kiev y el tobillo que se rompe en el Vicente Calderón, provocando la depresión de todo el barcelonismo...
Koeman es el barcelonismo militante que enterró sus complejos gracias al Dream Team, un nombre y una época que a muchos suena a leyenda pero fue real como la vida misma. Koeman, Tintín para todos aquellos que coreaban su nombre en un Camp Nou entregado a la causa, es una personalidad que merecería una consideración mucho más amable de la que lleva demasiados meses sufriendo.
Joan Laporta, el presidente que lo ha condenado, mantiene las formas, el respeto, al menos de puertas afuera porque, barcelonista de vida, era uno de esos miles que le consideró ídolo disfrutando, y a veces sufriendo, desde su localidad en el lateral del estadio, justo delante de la zona en la que ahora se sienta. Domingos por la tarde de sol y aplausos. El Dream Team. La leyenda.
Ronald Koeman se equivocó al aceptar la oferta envenenada de Josep Maria Bartomeu, el presidente que dejó al club al borde del colapso. Se equivocó porque arriesgó su figura inmortal sin necesidad ninguna. Hace catorce años, a finales de 2007 y cuando la figura de Frank Rijkaard se tambaleaba (antes de que nadie supiera o sospechara el futuro nombramiento de Guardiola), Laporta insinuó a Johan Cruyff la posibilidad de que tomase aunque fuese de manera provisional el mando del equipo. Johan pareció dudar... Pero su esposa, Danny, le quitó esa duda de la cabeza en un santiamén.
¿Cómo iba, a esas alturas y después de once años alejado de los banquillos de competición, a poner Cruyff en riesgo su nombre? Ni de broma. Como tampoco Guardiola, quien ha dicho y repetido hasta la saciedad que nunca volverá al Barça como entrenador. Cuando el recuerdo es tan dulce no vale la pena correr el riesgo de ponerlo en peligro. No solo ante quienes no olvidan el pasado sino, más aún ante quienes no lo vivieron en primera persona y pueden ser capaces de derrumbar a un mito sin miramiento ninguno.
Koeman merece ser despedido probablemente. Su carrera como entrenador al más alto nivel no ha sido, ni de lejos, la mitad de la mitad de lo que fue su trayectoria como futbolista y en el Barcelona no ha sabido transmitir (tampoco han colaborado mucho con él) unas ideas claras. La prensa, 'los amigos de la prensa' como se refirió él, quien sabe si con sarcasmo, le ha tratado con mano izquierda, con respeto y con una educación indiscutible. No sus 'amigos' ciertos, defensores de causas perdidas que han querido argumentar incluso lo indefendible... Pero, en general, los medios le han tratado con una cordialidad exquisita.
A Ronald se le ha masacrado mucho más desde el entorno, desde unas redes sociales donde el anonimato es usado como arma, incluso amenazante y ya no se diga irrespetuosa. En el universo barcelonista no son pocos los que se han debatido entre mantener el amor por el Koeman que les hizo llorar de ilusión en Wembley y crucificarle por su faceta de entrenador. Pero también han sido, y son, muchos los que hablan y escriben de Ronald Koeman como si fuera un cualquiera, un don nadie. Y no lo es.
Koeman es Pagliuca y Vitor Baia. Y es Buyo, el portero del Real Madrid tragándose los obuses de Tintín con el Camp Nou viniéndose abajo. Por eso se equivocó al volver arriesgando mucho más de lo que podía ganar porque en esa faceta solo hubo un Dios en el Barça: Johan Cruyff.