MILÁN – Las transiciones entre una generación y otra raramente pasan de forma tan limpia y pública como la que ocurrió cuando el puesto de representante de los arqueros italianos pasó de manos de Gigi Buffon a Gigio Donnarumma durante la final de la Copa Italia, en mayo pasado. El fin de la carrera de Buffon con la Juventus se acercaba y éste había dejado la malla en blanco mientras que, por su parte, Donnarumma permitió cuatro goles, cometiendo error tras error. Cuando el partido terminó piadosamente para el AC Milán, Buffon se acercó al joven cancerbero y susurró algo a su oído.
La época de un hombre terminaba. El momento del otro apenas comenzaba.
Durante el pasado mes de septiembre, me dirigí a la sede del AC Milán para preguntarle a Donnarumma sobre ese momento. Milanello es rodeado por una villa que sirve de marco al verde de las canchas de entrenamiento, a su vez cubiertas por la sombra de los árboles y una pérgola envuelta por una viña. Es un lugar con sensación de decadencia. Dicho de otra forma: Uno está seguro de que Silvio Berlusconi, expropietario del club, organizó una de sus célebres fiestas “Bunga Bunga” en este lugar.
Los jugadores cuentan con habitaciones en las cuales pueden descansar en la noche previa a un partido, o cuando deseen escapar de sus vidas reales. El staff sirve café espresso cuando se requiera, junto a porciones generosas de helado casero que es evocado gratamente por todos los ligados al fútbol italiano cada vez que se menciona.
Gigio y yo terminamos nuestro gelato y conseguimos un lugar tranquilo para sentarnos.
Donnarumma describió ese momento, producido tras la derrota 4-0 sufrida a manos de la Juve, sonriendo al recordarlo junto con la gracia y amabilidad que éste sintió por parte de su oponente.
“Mantén la calma”, le dijo Buffon.
Luego, cada uno tomó su camino. El pasado y el futuro se dirigían por rumbos opuestos.
Gigio y yo apenas pasamos media hora juntos y no hablamos el mismo idioma, lo cual no importa porque la pregunta más importante e interesante sobre su joven existencia no puede responderse en una mesa sino en la cancha. El vacío dejado por el gran Buffon está allí para ser cubierto por él. Para intentar cubrirlo, si puede. Allí radica la interrogante. La respuesta se conocerá luego del paso de meses y años, que transcurrirán a partir del miércoles, cuando que la selección italiana dispute un amistoso contra Ucrania.
Lo más atractivo que ahora Donnarumma nos puede ofrecer es atrapar una mirada fugaz, mientras se propulsa hacia el firmamento cual cohete.
Apenas tiene 19 años.
Reside en un apartamento cercano al centro de Milán con su novia. Gana $69,000 mensuales. El equipo firmó a su hermano Antonio para el puesto de arquero suplente, lo cual hace que Gigio se sienta como en casa y que su madre esté tranquila, al saber que siempre tendrá a un familiar cerca. Hoy, su padre se apersona en el complejo de entrenamientos para almorzar con él. Sentado a mi lado, describe la tarde por venir al enumerar lo que tenía planeado: “Casa, familia, novia, PlayStation”.
Juega mucho con su vídeo consola, siendo FIFA su título preferido. Escogió su usuario online antes de hacerse famoso y es muy similar a su verdadero nombre, por lo cual, en ocasiones, sus rivales logran descubrir que es él.
Bromeamos sobre lo nervioso que se debe poner antes de marcar el número telefónico de Buffon.
Le pregunto cuál es el número más interesante que tiene guardado en su teléfono.
“El de mi novia”, responde. Cuando lo miramos con sarcasmo y nos burlamos por haber dado una respuesta tan diplomática, comienza a revisar.
Se ríe.
“Mi agente, quizás”, dice.
Es representado, obviamente, por Mino Raiola, quien es probablemente el agente más temido por los clubes, porque es una pelea a cuchillos ambulante quien no teme defender a sus clientes al máximo. Entre sus poderdantes se encuentran figuras de la talla de Paul Pogba y Zlatan Ibrahimovic.
Su estilo agresivo de negociación creó en años recientes tensiones en la vida de Donnarumma, causando que los hinchas del AC Milán le arrojaran dinero falso y abuchearan durante los partidos, lo cual lo dejó visiblemente sacudido, al punto de llorar en plena cancha. Antes de disputar un cotejo, los barrabravas mostraron una pancarta que rezaba: “¿Abuso moral, 6 millones al año y el fichaje de un hermano parásito? Ahora vete, nuestra paciencia se ha agotado”.
Su madre no gusta de asistir a los partidos. No soporta escuchar que otras personas insulten a su hijo.
“Si comienzan a criticarme”, afirma entre risas, “se enfada”.
Pues sí, Donnarumma tiene apenas 19 años y de cierta forma, aún no sabe nada de nada. Por otra parte, ha vivido durante dos años dentro de una burbuja, una vida para la cual nadie jamás tendrá tiempo suficiente para prepararse.
Nos dice que nada es distinto.
“Nada ha cambiado”, indica. “Soy la misma persona de antes”.
Así se tradujo. Pero la palabra que Donnarumma utilizó para describirse fue “ragazzo”: jovencito o niño en italiano. Se percibe a sí mismo, apropiadamente, como persona aún en formación. Dejó su casa (fue criado en Pompeya, a la sombra de las ruinas y del monte Vesubio) a los 14 años y ha estado desde entonces persiguiendo esta vida y obteniéndola, poco a poco, durante los cinco años que han transcurrido desde entonces.
Hago nuevamente la pregunta y en esta ocasión, se muestra más abierto.
“Llegué acá muy rápidamente”, dice. “Pero uno crece rápido, tanto a nivel humano como en la cancha. Es algo increíblemente diferente a cuando empecé”.
Pasa la mayor parte de su tiempo trabajando en mejorar.
Se siente más a gusto dentro de su burbuja.
Intenta no revisar las menciones que hacen de él en redes sociales, o de molestarse cuando lo hace.
“No estoy acostumbrado aún”, nos dice.
Cuando me dirijo hacia mi auto, estacionado justo frente a las puertas del complejo, volteo y miro a Donnarumma sentado en una banca junto a su padre. Varios hinchas frenéticos rodean la cerca pero, detrás de estos muros, Gigio se muestra calmado y protegido.
Su hermano se encuentra aquí.
Su padre puede venir a almorzar con él.
Pronto, volverá a su apartamento, el cual le separa aún más del mundo exterior. Cuando comenzó a jugar con el AC Milán, residía en un hotel muy cerca de San Siro, situación que no le permitía escapar. Ahora, está aprendiendo cómo ser rostro de algo tan serio como la selección nacional italiana. Está solo, defendiendo el arco.
Ha sido elogiado y criticado, analizado por ambos lados hasta el cansancio y la forma en la cual logre recomponerse determinará si se convierte en el líder de Italia por una generación o termina siendo superado por alguien más. El ejemplo y palabras de Buffon (mantén la calma, sé todo un guerrero, levántate cuando te tumben) permanecen con él. La experiencia de Donnarumma durante estas últimas dos temporadas le han ayudado a apreciar aún más a Buffon. “Lo veo de forma diferente, tanto dentro como fuera de la cancha”, indica. “Nunca podré agradecerle lo suficiente por sus consejos”.
Hace diez años, Donnarumma era apenas un niño que jugaba cerca de las célebres ruinas de su terruño natal. Recuerda aquellos días (sus amigos más cercanos siguen en Pompeya) y cómo se sentía al correr por esas calles. Nada parecía infundirle temor, ni siquiera el volcán cercano a la costa, o aquellos gélidos recordatorios de la destrucción que éste podía causar. Entonces, era un chico sin ataduras y libre de cualquier repercusión. Esos siguen siendo dos elementos esenciales e inherentes a la grandeza en el mundo del deporte. Por ello, debe protegerlos de todas las fuerzas que intentarán arrebatárselos de su ser.