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La historia de Tigres: Antes de Gignac y Después de Gignac

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El conjunto de los Tuzos derrotó 2-1 a Tigres como local, la última vez que los felinos los derrotaron en el Estadio Hidalgo fue en 2014. (3:18)

LOS ÁNGELES -- La historia de Tigres se narrará a partir de un antes y un después de André-Pierre Gignac. Ya le labran el altar en la capilla felina al lado de Tomás Boy, Gerónimo Barbadillo y Oswaldo Batocletti.

Con diez anotaciones en este torneo, el francés se empeña en avalar el vaticinio de su técnico, Miguel Herrera: “Gignac, (hará un) chingo de goles”. Y este domingo ante Querétaro, puede aumentar la cuota. Especialmente porque los felinos llegan heridos, tras ser sometidos por Pachuca (2-1). Y las fieras lastimadas, están cebadas con la sangre de la venganza.

Gignac ya rebasó al legendario Tomás Boy, en la cosecha de goles. Cierto, El Jefe sólo merodeaba el área, pero no la dinamitaba desde dentro, como lo hace Gignac. Sin embargo, el francés ha agregado, recientemente, esa especialidad en los tiros libres.

Como Boy, Gignac es líder, dentro y fuera de la cancha. Se apodera del vestidor con unos cuantos gestos y unas cuantas palabras, dejando la verborrea puntual en el portero Nahuel Guzman.

Llegó de Europa, desdeñando ofertas de ese mismo continente. Pudo seguir en el Viejo Mundo, pero decidió conquistar un nuevo mundo para él: el futbol mexicano. Las negociaciones no fueron fáciles. Tigres se atrevió por él y Gignac se atrevió con ellos.

En el delicioso y ocioso afán morboso de las comparaciones, cuando Gignac despelleja adversarios, es inevitable regodearse comparándolo con otros extranjeros llegado al futbol mexicano. Y la lucha es despiadada.

Los venerados no abundan, pero los hay. Evanivaldo Castro Cabinho, Carlos Reinoso, José Saturnino Cardozo, Juan José Muñante, Miguel Marín, Alberto Quintano, Rafael Albrecht y Alex Aguinaga, en tiempos y perspectivas diferentes, son algunos de los grandes legionarios de la historia.

Pero ahí habría que depurar. Tomando el gol como el tesoro mayúsculo del futbol, la apuesta quedaría sobre sólo tres jugadores: Cabinho, Reinoso y Cardozo.

Las medallas de Gignac no son cuestionables. Un hombre rico en virtudes para definir, desde el punterazo, hasta chilenas, medias tijeras, o en cobros de faltas, certifica su habilidad. Además, sale de cacería y regresa con la presa al hombro, generalmente cuando el equipo más lo necesita.

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Indudablemente, en la historia de Tigres, por la cantidad de goles, cotiza apenas por encima de Tomás Boy, aunque El Jefe era el motor del equipo, especialmente durante esos dos títulos bajo el mando de Carlos Miloc.

Pero al delantero francés difícilmente podrá considerársele por encima de Cabinho o Reinoso, y estaría muy cerca de Cardozo. Claro, al final, ya tiene un elevado mérito poder sentarse ante una mesa en la que hay pocos comensales y el derecho de admisión está muy restringido.

Lo de Cabinho era una locura. El tipo no perdonaba en tiros libres, en remates de cabeza, desde el manchón, y además su explosividad en el regate y el desborde, para fabricarse sus propias oportunidades, lo hacían más temible, con el poderoso obús en ambas piernas.

Con semejantes facultades, el brasileño, de poderosa musculatura, conquistó ocho títulos de goleo, todos en torneos largos, y además ocho reconocimientos como el mejor delantero del torneo mexicano, despedazando récords con Pumas, Atlante, León y con los mismos Tigres, a donde llegó ya en el ocaso a los 38 años.

Y más allá de la habilidad de Gignac para ser generoso con el equipo, haciendo labores fuera del área y generando futbol, imposible remitirlo a un comparativo con el chileno Carlos Reinoso, quien no sólo orquestaba al América, sino que además graduó a varios goleadores, entre ellos Enrique Borja, el chileno Oswaldo Castro Pata Bendita y el brasileño Alcindo Mata da Freitas.

Carlos Reinoso era dueño de un toque de balón exquisito, de golpeo potente, de gambeta corta, de pases precisos, y de algunos lujos, como goles o pases para gol, conseguidos con “rabonas”, además de su innegable liderazgo dentro de un vestidor siempre veleidoso como el del América.

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Gignac está más cerca de mirarse en el espejo del paraguayo José Saturnino Cardozo. El demonio escarlata tuvo su máxima expresión en la época en que Ricardo La Volpe dirigió al Toluca. El técnico argentino sacó del área al paraguayo, inventó una emboscada con Vicente Sánchez, y terminó por aplastar a los adversarios.

Sin embargo, ya antes con Enrique Meza, Cardozo mostró ese temperamento guaraní. Además, un delantero habilidoso e inteligente en el área, capaz de regodearse hasta la burla en la forma de finalizar sus goles.

Cardozo se coronó campeón de goleo en cuatro ocasiones. Sin embargo, en el año futbolístico de 2002-2003, marcó 58 anotaciones un récord para el futbol mexicano y el mundo entero, y finalmente el 5 de enero de 2004, la Federación de Historia y Estadística de Futbol (IFFHS), lo proclamó el mejor goleador del orbe.

Visto pues así, Gignac no podría ser considerado entre los tres mejores extranjeros del futbol mexicano, pero entra en la pasarela de las consideraciones. Sin embargo, es incuestionable, que la historia de Tigres deberá puntualizarse de esa manera: un antes y un después de André Pierre.

Tiene, sin embargo, un mérito especial. Gignac fue capaz de adaptarse de inmediato a su nuevo hábitat. Se interiorizó con la cultura de la región y se apresuró por dominar el español, además de presentar con orgullo la doble nacionalidad, francesa y mexicana, de sus hijos.

Y en un acto de absoluto humanismo y filantropía, su esposa Déborah dirige la Fundación Gignac, que lleva asistencia médica en casos especiales y bajo crisis, además de que ella misma se encarga de desarrollar labores en grupos de niños necesitados, procurando alimentos, vestimenta y apoyos a la educación.

La afición de Tigres lo postuló de inmediato entre sus favoritos, y como dato curioso, se desató una epidemia bautismal. Hay más André Pierre y Gignacs en el Registro Civil de Nuevo León, que en toda la región de Martigues, la cuna del jugador francés.

Y este domingo, con el rejón ardiente y doloroso que dejó Pachuca en el lomo de Tigres, los Gallos Blancos de Querétaro aparecen como víctimas propiciatorias para que Gignac y sus felinos puedan saciar esa apurada sed de venganza.