Que los dos “gigantes de Concacaf” cayeran en semifinales le daría, primero, valor al torneo.
Que me tachen de lo que quieran. Al final ya es una costumbre. Como sea, y afortunadamente, ni mi estado de ánimo ni, mucho menos, mi nivel de compromiso ante la crítica deportiva ha estado nunca relacionado a un resultado de futbol. Dicho esto, sí, espero que Jamaica y Panamá jueguen la final de la Copa Oro. O lo que es lo mismo, que México y Estados Unidos pierdan en semifinales.
No hay ninguna duda. Las dos selecciones con mayor crecimiento en la zona de Concacaf son la jamaiquina y la panameña. Por eso que ambas jugarán la final de este domingo sería la mejor forma de confirmarlo y de reconocerlo. Entiendo también, desde luego, que el futbol, como el deporte y la vida, no son ni serán nunca de merecimientos y que cada oportunidad hay que ganársela. En este caso le toca a los dos equipos hacerlo en la cancha.
Que los dos “gigantes de Concacaf” cayeran en semifinales le daría, primero, valor al torneo. Abriría los ojos para entender que, en el futbol de hoy, sin importar la zona geográfica en la que se juegue, no se puede minimizar a nadie. Y nos permitiría ver que si lo que se quiere es ganar, hay que ponerle seriedad al asunto.
Estados Unidos decidió enfrentar el torneo con un equipo alterno. Como lo hizo también Canadá con las consecuencias ya vistas. Es cierto que así le alcanzó para ganar la última edición; pero no hacerlo ahora traería esa lectura: para ganar, incluso en Concacaf, hay que jugar con los mejores. Por tanto, una victoria de Panamá le daría valor al torneo y, a futuro, tendría que suponer ver a todas las selecciones ponerle más compromiso y encararlo con equipos titulares.
Por el contrario, si Estados Unidos gana con este cuadro B ó C, confirmaría las grandes diferencias que sigue habiendo con el resto de los equipos y reforzaría la teoría estadunidense, avalada probablemente por dos títulos al hilo, de que con sus futbolistas suplentes basta y sobra en una Copa Oro.
En el caso de México, caer ante Jamaica terminaría por abrir los ojos y crear una verdadera conciencia del momento que se atraviesa. Un futbol tan resultadista como el mexicano sólo se podrá entender así, a golpes.
Tras jugar la peor Copa del Mundo en las últimos ocho ediciones y perder con la contundencia con la que se hizo en la Nations League, hay quienes creen que por haberle ganando a Honduras, Haití y Costa Rica, y la posibilidad de sumar un par de victorias más y la obtención de un título, todo volverá a la normalidad. Resultadismo puro, aunque también, realidad absoluta. Si México gana el miércoles y lo hace también el domingo en la final se volvería al lugar de antes de la tragedia. Sí. Pero la pregunta para hacerse es ¿es ahí donde queremos estar?
Una victoria sobre Jamaica y la posible coronación en Copa Oro después, sólo confundiría al entorno de la selección mexicana. A sus directivos y a muchos de sus aficionados. Podría hacerlo también con parte de la prensa. Taparía la realidad y escondería debajo del tapete todas las necesidades urgentes que demanda, no sólo la selección; sino, y sobre todo, la estructura completa que hay detrás.
No se trata de desear la derrota de México ni por malinchista, antipatriota o mala leche. Quiero y deseo una mejor selección que fundamente su crecimiento en un verdadero proyecto y no en la simpleza de un resultado. Y me encantaría ver también un mucho mejor torneo en la zona de Concacaf. Por eso es por lo que Jamaica contra Panamá sería la final ideal.