Irónico, pero es la realidad de los entrenadores, son esclavos de las expectativas que generan
“Los entrenadores somos esclavos de las expectativas que generamos”. Es una frase que escuché decirle a Mauricio Pochettino semanas previas a que lo despidieran del Tottenham. Pochettino, en esos últimos meses de gestión al mando del equipo londinense, fue víctima de lo que él ayudó a liderar, una transformación total del club en todas las áreas, pero siendo la deportiva el estandarte principal. Cuando los resultados ya no eran acordes a lo que el público y los directivos esperaban (sin ser ésta su “realidad”), Pochettino fue el eslabón más débil y quien pagó los platos rotos de algo que él mismo creó. Irónico, pero es la realidad de los entrenadores: son esclavos de las expectativas que generan.
Entendido el punto desarrollado en el párrafo anterior, para mi existen dos herramientas con las cuales un entrenador puede generar expectativas: la primera es ejemplificada por el caso de Pochettino, crear expectativas a partir del buen funcionamiento del equipo y buenos resultados, generar esperanzas en todos los que están relacionados con el equipo, de forma directa o indirecta, a partir de lo que pasa en el terreno de juego. Esto es uno de esos problemas bonitos que todos los entrenadores quieren tener, y hay que tener mucha conciencia y mesura para manejarlo. Pero al final de cuentas es inevitable, es una expectativa (consecuencia positiva) producto del trabajo, esfuerzo y compromiso de directiva, jugadores y cuerpo técnico.
Por otro lado, el otro tipo de expectativa que el entrenador puede generar, que se asimila más a una “ilusión”, es la generada por medio de la boca, de la palabra. Este segundo tipo es mucho más sencilla de generar, se necesita de buena retórica y de valentía/cinismo para decir lo que se quiere escuchar a pesar de no tener las herramientas para sostenerlo. Pareciera que hay veces que no queda de otra. Mentira, ofrecer algo que no depende 100% de ti el lograrlo, además de ser deshonesto, es un yugo que sin necesidad te estás echando al cuello, un autogol.
Bien dicen que por la boca muere el pez, y los entrenadores tienen bastantes problemas/retos como para echarse encima aún más responsabilidades. La honestidad, siempre sustentada de la responsabilidad, es un valor que cualquier líder debe de ejercer. La honestidad muchas veces demuestra vulnerabilidad, pero como alguna vez me lo dijo mi amigo Pepe Galván: vulnerabilidad no es sinónimo de debilidad.
Un caso reciente de cómo tratar de evitar mostrar vulnerabilidad fueron las tan sonadas y comentadas declaraciones de Rafa Puente, quien fuera entrenador del Atlas, que queriendo ocultar una verdad a todas luces, se enrolló en argumentos que resultaron ofensivos para el medio periodístico. Cuál es “la verdad a todas luces” que mencionó, que los entrenadores tienen presión. Tan sencillo, presión es tensión de opuestos, en el caso del entrenador estos opuestos serían: 1. la expectativa generada (lo que los demás esperan de ti), y 2. el entorno y tus recursos (la realidad, probabilidad de conseguir los objetivos).
No sólo los entrenadores, en cualquiera actividad profesional que haya un objetivo de resultado, hay presión. La gran diferencia es cómo reaccionamos ante la presión. Una forma, como lo trató de argumentar Rafa Puente, es disfrutarla y utilizarla como trampolín para sacar lo mejor de cada quien, ver la presión como un privilegio y resultado de que eres “parte de”, en este caso parte del selecto grupo de 18 entrenadores de Liga MX. La segunda forma de afrontar la presión es tratar de evadirla, lo que lleva a gestionar fuera de la realidad y de tu esencia, consecuencia de un fracaso inminente.
Ventajoso de mi parte hablar desde la barrera y a toro pasado, pero mi objetivo era únicamente convencerlos que en el fútbol hay problemas/retos inevitables, y son de éstos los que los líderes deben ocuparse, utilizar toda su energía, recursos e inteligencia. Hay problemas/retos inventados, generalmente son el reflejo de un mal manejo de la situación, un poco de miedo y la vanidad a la que te expone el cargo. Son estos, los segundos, los que hay que evitar en cualquier puesto de liderazgo, son éstos también de los cuales yo, personalmente, fui esclavo en varios puntos de mi carrera. Pero hoy, desde la comodidad de un escritorio me es mucho más sencillo identificar y así tratar de ayudar a que, por lo menos mis cercanos y los que lean esta columna, no cometan estos fallos que fácilmente se pueden ahorrar, deseando así que escarmienten en cabeza ajena.