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Ricardo Pepi sueña en grande con la selección de Estados Unidos

NOTA: Este reportaje fue publicado el 6 de octubre de 2021. Pepi fue elegido en diciembre como el mejor futbolista joven de la selección de Estados Unidos.

RICARDO PEPI POSA durante una sesión fotográfica dentro del túnel del Toyota Stadium. Las últimas horas de la mañana parecen perfectas. El sol proyecta su sombra sobre gran parte del césped, que luce tan verde como nunca. La fresca brisa que hace ondear las banderas de Texas, Estados Unidos y el FC Dallas hace parecer que, finalmente, comienza a cambiar la temporada luego de otro cálido verano.

“Haz algo con tus manos”, instruye el fotógrafo a Ricardo. El eco de su voz resuena por el túnel, al igual que el sonido de la cámara.

Ricardo extiende sus largos brazos a los lados. Las palmas de sus manos, cerca de la cintura, miran hacia afuera con los dedos casi extendidos. Con la barbilla en alto, mira directamente al lente de la cámara.

“La pose Zen”. Así denomina el fotógrafo a lo que hace Ricardo, sea lo que sea.

“Eres un natural”, dice el fotógrafo.

Ricardo sonríe, al estilo del peculiar adolescente lleno de seguridad.

“Intento serlo”, responde el joven de 18 años.

Su voz carece de cualquier indicio de duda, como si entendiera algo que nadie más conoce. Hace pocas semanas, Pepi tomó una decisión trascendental entre dos países y se incorporó a la selección de Estados Unidos, equipo que intenta borrar el recuerdo de no haberse clasificado al Mundial de 2018. Pepi ha demostrado ser toda una revelación, marcando un gol crucial en la victoria del combinado estadounidense sobre Honduras del pasado 8 de septiembre, cumpliendo con la promesa que le hace a su familia antes de cada partido: “Marcaré. Marcaré. Marcaré”.

A pesar de ello, incluso a pesar de que su mundo entero está cambiando, a pesar de que se prepara para disputar tres partidos en ocho días que ojalá redunde en que él y sus compañeros sellen su boleto a Qatar 2022, Pepi se muestra tan tranquilo, tan pacífico. Parece que siempre ha estado consciente de que sólo era cuestión de tiempo y duro trabajo antes de que llegara toda la atención que se posa sobre él. Que sus sacrificios y los de su familia eventualmente los llevarían desde El Paso hasta aquí. Y que él, y quizás ellos también, partirán desde aquí a otro lugar.

Un lugar mucho más lejano que las 10 horas de trayecto entre este sitio y su casa.


EL 83 POR CIENTO de la población de El Paso es latina, en su mayoría de ascendencia mexicana. Sin embargo, hace algunas décadas, la ciudad tenía población mucho más blanca. Y por aquél entonces, la Avenida Alameda era una especie de línea divisoria. Si eras blanco, lo más probable es que vivieras al norte de dicha vía. Si eras mexicano, te mantenías al sur. Entre dicha avenida y el Río Grande, en la zona oriental del Condado de El Paso, donde los terrenos son mucho más baratos y se hace evidente que esta es la vida en las profundidades del Desierto de Chihuahua, se encuentra la población de San Elizario.

Todos la llaman San Eli. Allí se encuentra la casa donde Ricardo pasó su infancia, ubicada a kilómetro y medio al sur de la Avenida Alameda, al doble de dicha distancia al norte del Río Grande y del muro fronterizo de color óxido que ha marcado el alma de este lugar. La maleza crecida en exceso, las luces de Navidad aún colgadas, las alcobas vacías y el auto blanco con llantas desinfladas estacionado en la parte trasera, que dan la sensación de que la vivienda fue abandonada precipitadamente. Como si hubiera surgido una oportunidad que no se podía dejar pasar.

Al igual que muchas casas de este barrio, el antiguo hogar de la familia Pepi aparenta mantenerse en proceso de construcción. Suficiente para vivir en ella (las puertas y ventanas están cerradas, funcionan el suministro de agua y la electricidad, el techo no filtra), pero aún sigue sin terminar.

“Yo la hice”, afirma Daniel, padre de Ricardo. Cada vez que ingresaba dinero extra, era destinado a la casa. Poco a poco, trabajando en su construcción durante los fines de semana y después de los fines de semanas largos, Daniel construyó esta casa con sus propias manos.

“Las condiciones cuando Ricardo iba creciendo, no eran las más óptimas para nosotros”, indica Daniel. “Por eso nos fuimos a vivir a 'San Eli'. No realmente porque quisiéramos. Yo nunca viví en esa parte que es más rural, donde te levantan los gallos, donde el vecino tiene vacas”.

Daniel y su esposa Annette criaron a su joven familia en esta casa. Era una vida común para muchos habitantes de El Paso. De lunes a viernes, mientras trabajaban o iban a la escuela, permanecía al norte del Río Grande. Durante los fines de semana y alguna noche peculiar entre semana, la familia Pepi volvía al lado sur del río para pasar algo de tiempo con sus familiares que seguían viviendo en Juárez, México.

“Las consideramos como una sola comunidad, como una misma ciudad,” expresa Daniel sobre el vínculo entre El Paso y Juárez. “No importa si vives en El Paso o si vives en Juárez, cruzas ese puente tantas veces puedas".

En esta casa, Ricardo (el mayor de los tres hijos de la familia Pepi) comenzó a practicar fútbol cuando tenía 4 años. Se crio viendo jugar a su padre, y Daniel le entrenó durante unos años. Además de las prácticas, a veces hacían ciertas rutinas sobre un terreno ubicado a la sombra de una iglesia tan antigua como la constitución de Estados Unidos.

Daniel inscribió a su hijo en ligas de jugadores uno o dos años mayores que Ricardo. Es cierto que lo hizo para exigirle. Para retarle. Aunque también lo hizo porque Ricardo siempre tuvo una contextura física mucho más fornida que sus pares. En una ocasión, su familia lo apodó “Gordo”. Fuera de El Paso, Daniel debía mostrar la partida de nacimiento de su hijo para demostrarles que no era mayor que sus competidores; de hecho, era más joven que ellos.

Ricardo tenía, según afirma Daniel, “olfato de gol”, frase que pierde su belleza a la hora de intentar traducirla al inglés. A una edad tan joven, Ricardo ya demostraba su instinto goleador. Como si pudiera olerlo. Como si pudiera sentirlo. Como si fuera capaz de marcar a gusto (lo que hacía frecuentemente), incluso cuando su padre lo puso a jugar como defensor. Y como era tan prolífico frente al arco contrario, los padres del equipo rival seguían dudando de la edad de Ricardo.

“¡QUINCEAÑERO!”, gritaban esos padres, implicando que el chico era mayor.

“¿CUÁNDO ES LA BODA?”, gritaban sarcásticamente.

Daniel se ríe cuando recuerda aquellos días. Sin embargo, se pone serio cuando se le pregunta si cree que exigió demasiado de su hijo. Por ejemplo, en aquellos partidos en los que Ricardo no quería correr porque, a veces, eso es lo último que quiere hacer un niño de 7 años. Cuando eso sucedía, Daniel sacaba a Ricardo del partido y lo llevaba en auto hasta su casa. El trayecto hasta San Eli es largo y solitario. Un tramo de carretera perfecto para que un hombre orgulloso medite en silencio.

“Sí, fui duro con él”, confiesa Daniel.

“Le hacía que agarrara su uniforme y sus tacos, y que los tirara a la basura. Le decía, ‘mira, si no quieres jugar, está bien. No juegues. Pero no vas a perder mi tiempo y mucho menos mi dinero'”.

CUANDO ERES HIJO de padres inmigrantes, frecuentemente sientes que debes hacer que las luchas y sacrificios de tus padres sirvan para algo. Llamarlo “carga” es demasiado. Es mejor catalogarlo como esa sensación que tienes cuando ves a tu padre o madre, y te preguntas qué sueños tenían antes de que la vida los despertara repentinamente.

Porque a veces, tu madre tenía 16 años cuando te trajo al mundo. Y a veces, tu padre empeña el auto familiar y pide dinero prestado, porque esos pueden ser los problemas de mañana si ayudan a que todos coman hoy. Y a veces, vives en un sitio como El Paso y Juárez, frecuentemente dejados a su suerte por sus gobiernos, y sientes que debes escapar.

Al igual que el resto de las comunidades, en su mayoría de ascendencia mexicana, a lo largo del lado norte de la frontera entre Texas y México, el Condado de El Paso cuenta con una tasa de pobreza sustancialmente mayor al resto del país. Su ingreso per cápita es algo más de $12.400 menor al promedio nacional. Sus niveles de educación son más bajos. Tiene más del doble de porcentaje nacional de residentes menores de 65 años sin seguro médico.

Esa es la razón por la cual, cuando provienes de la zona fronteriza entre El Paso y Juárez (como es mi caso), es fácil sentir esa urgencia. Es inquietante comprobar lo poco que crecen las cosas aquí. Los áridos alrededores no ayudan. Es fácil perderse en los espacios abiertos del oeste de Texas y el norte de México.

Vivir aquí es sentir que las interrogantes son tan omnipresentes como las montañas que rodean la región, y tan persistentes como los vientos que corren por ellas. Ese viento aúlla en el peor de los días. Hace bailar al suelo del desierto, hasta que la arena bloquea el sol y convierte el tono azul del cielo en marrón rojizo.

Ese viento es capaz de desprender techos de los edificios y puertas de sus bisagras. Puede asfixiarte y dejarte ciego, y a veces es capaz de hacer cosas peores. Es en esos días cuando parece que todos deberíamos salir huyendo de este desierto. Huir de este mundo separado entre dos países. En esos días cuando pareciera que una mano invisible arroja tierra continuamente contra las puertas y ventanas cerradas, como si el viento cargara con las preguntas existenciales con las que lucha la mayoría de los habitantes de este lugar.

Si me quedo, ¿bastará para sentirme conforme permanecer con mis familiares y todo lo que conozco?

Si me voy, ¿las cosas que ganaré merecerán la pena ante el dolor de extrañar lo que estoy a punto de perder?

“COMO QUE ME quitaron un cacho de mi corazón”, afirma Annette sobre la mudanza de Ricardo a Dallas. Ocurrió en 2016. Ricardo tenía 13 años. El FC Dallas le ofreció un cupo en su academia. Ricardo aceptó. Y se marchó.

“Nomás era apoyarlo", recuerda Annette. “Era muy difícil. Muy difícil".

Esas primeras semanas en las que su bebé estaba lejos de casa, Annette lloraba hasta que conciliaba el sueño. En las mañanas que pasaban entre las llamadas telefónicas a su hijo, preguntándole cómo su familia anfitriona le trataba y si ya había comido, lloraba aún más.

“No puedo estar sin él”, le decía a Daniel. “No puedo”.

Daniel intentaba consolarla, diciéndole que eso era lo que quería Ricardo. Que lo único que podían hacer era apoyarle. Pero hasta para el propio Daniel, esa distancia se hizo demasiado.

Aproximadamente un año después de la partida de Ricardo, su familia viajó a Dallas para verle jugar en un torneo. Dos veces al mes, Daniel y Annette hacían ese viaje de 10 horas (unos 1,000 kilómetros) en auto. Los entrenadores dijeron a Daniel que a Ricardo le iba muy bien y que tenía un futuro brillante. Durante su visita, Ricardo le dijo a su padre que quería que todos se mudaran a Dallas y así volver a estar juntos.

“M’ijo”, respondió Daniel a Ricardo. “Yo no me voy a venir. Nosotros no nos vamos a venir”.

Si eso no era suficientemente desalentador, Daniel dirigió la pregunta hacia Ricardo.

“¿Ya te quieres ir?”

Ricardo empezó a llorar tan pronto como Daniel hizo la pregunta. Los sueños que se imaginaba perseguir fueron puestos en duda. Tener 13 años y decirle que no a la persona que te ha dado tanto, parece ser la respuesta más difícil que darás en tu vida.

Entre lágrimas, Ricardo dijo entender lo difícil que era la distancia entre ello, porque él también lo sentía. Extrañaba su familia sobre todas las cosas, aunque también echaba de menos El Paso y Juárez. Echaba de menos a los amigos y familiares que vivían a ambos lados de ese río que los separa a todos en esa zona.

“Los quiero mucho”, dijo Ricardo a su padre. “Pero mi sueño es este y me voy a quedar. Los voy a extrañar".

Daniel sintió escalofríos en cuanto escuchó la respuesta de su hijo. Comenzó a llorar. Si han visto las lágrimas de un estoico hombre mexicano endurecido por la vida, se quedarán grabadas. Se abrazaron y besaron. Daniel comentó lo sucedido a Annette, y ella respondió que estaba lista para mudarse. “No quiero estar sin él”, afirmó.

Hace cinco años, toda la familia Pepi (padre, madre, hermano y hermana) se mudó a un suburbio ubicado al norte de Dallas. Ricardo dejó a su familia anfitriona y se mudó con ellos. Y al igual que en su antigua vivienda en San Eli, sus vidas giraron en torno al fútbol. Cuando no asistían a partidos, o iban a la escuela, o Daniel no trabajaba en alguna construcción, o Annette no limpiaba otra oficina, veían encuentros de Liga MX. Y como siempre, porque los Pepi son “americanistas de corazón”, alentaban al Club América.

“Yo me crie viendo el fútbol mexicano”, dice Daniel. “Y eso se lo inculqué a mis hijos".

Tanto fútbol mexicano (sí, la Liga MX, aunque también partidos de El Tri) que cuando era apenas un niño, Ricardo dijo algo que su padre aún recuerda.

“Oye, papá”, dijo Ricardo a Daniel mientras veían jugar a El Tri.

Quizás jugaban en el Estadio Azteca en Ciudad de México. O quizás la selección azteca jugaba en Estados Unidos, donde es el equipo más popular de este país. ¿Quién sabe?”

“Imagínate cuando yo este jugando allí”, dijo Ricardo.

“ESTABA 99 POR CIENTO seguro de que elegiría jugar con la selección de México”, expresa Manny Ruiz.

Ruiz, abonado del FC Dallas, también es miembro de El Matador, grupo bilingüe de hinchas del FC Dallas que se congregan en las previas, tocan salsa y rap y conversan entre ellos mediante una combinación de inglés y español. Ruiz vio jugar a Ricardo por primera vez en 2019. En aquél entonces, el precoz adolescente era miembro del North Texas SC y marcó “hat trick” en su primer partido como profesional. Ruiz, nacido y criado en Dallas, también es seguidor de El Tri.

Y así, después de un verano viendo a Ricardo marcar goles a un ritmo cada vez mayor con el FC Dallas (incluyendo convertirse en el jugador más joven en la historia de la MLS en convertir un “hat trick”), Ruiz se imaginó que el chico oriundo de El Paso, con doble nacionalidad, elegiría vestir la camiseta del seleccionado de México. Cierto, Ricardo había asistido a campamentos juveniles internacionales con ambas selecciones y fue miembro de la plantilla que representó a Estados Unidos en el mundial sub-17 de 2019. Sin embargo, desde hace tiempo existe la percepción de que los jugadores provenientes de comunidades latinas en Estados Unidos, que juegan en ligas urbanas en vez de costosas academias suburbanas, son subestimados en el mejor de los casos. En el peor, el sistema los ignora. Dos semanas antes de que Ricardo se decidiera, el portero mexicano-estadounidense David Ochoa expresó su intención de jugar con la selección de México.

A finales de agosto, un día después de que Ricardo convirtiera el penal que selló la victoria de las estrellas de la MLS sobre sus colegas de la Liga MX, la selección de Estados Unidos anunció su convocatoria a las eliminatorias mundialistas. Convocaron a Ricardo y éste dijo que sí. Durante el anuncio de su decisión, Ricardo indicó que, a pesar de su elección de defender la causa de Estados Unidos, se sentía orgulloso de ser mexicano-estadounidense y que eso nunca cambiaría.

“Me sentía consternado”, afirma Ruiz sobre sus sensaciones tras conocer la decisión de Ricardo. En cuanto se hizo pública, los seguidores de la selección de Estados Unidos miembros de El Matador llamaron a Ruiz para burlarse de él. Poco importaba que ellos también estuvieran sorprendidos.

“Estaba en shock”, expresa Miguel Villalpando. Villalpando, nacido y criado en Oak Cliff (barrio de Dallas, de población predominantemente latina), oyó hablar por primera vez de Ricardo cuando éste jugaba en la cantera del FC Dallas. Villalpando afirma que empezó a seguirle la pista inmediatamente, debido a las similitudes entre ambos. “Es prácticamente chicano”, afirma utilizando un término que define a una persona de origen mexicano nacida en Estados Unidos.

“Es de aquí y sus padres son de México. Debes sentirte orgulloso de eso, especialmente porque él juega con FC Dallas, junto con mi afición por la selección de Estados Unidos”.

Escuchar a Villalpando contar la historia de cómo él, de ascendencia mexicana, se hizo seguidor del seleccionado estadounidense, se asemeja al relato de origen de un villano de cómics. Tenía aproximadamente 11 años y Estados Unidos se aprestaba a enfrentar a México. “Mi padre me pregunta: ‘¿A quién le vas? ¿A Estados Unidos o México?’”

Pero, antes de que él pudiera siquiera entonar la primera sílaba, su padre (oriundo de Irapuato, Guanajuato) respondió por él. “Ah, tú eres chicanito, debes ir a Estados Unidos”.

Villalpando, quien se ríe mientras cuenta la historia y adorna algunas frases de su conversación con palabras en español, confiesa que fue una broma de su padre. Sin embargo, no todas las bromas son graciosas.

“Intentaba ofenderme”, prosigue Villalpando. “Sin embargo, decidí asumirlo. Desde entonces, siempre he sido hincha de Estados Unidos, porque papá me hizo eso”.

Amigos y familiares (frecuentemente en son de broma) le llaman traidor. Le dicen que debería recordar el sitio de donde provienen él y sus padres. Y antes de cada partido entre las selecciones de Estados Unidos y México, le dicen que se prepare para perder. “Estoy acostumbrado”, dice Villalpando. “Siempre ha pasado, desde que era niño. No es nada para mí”.

Durante este largo y caluroso verano, Estados Unidos venció en par de ocasiones a México, en las finales de dos torneos distintos.

Ruiz dice que eso le dolió. Afirma que también le dolerá si Ricardo llega a marcar contra México.

Por su parte, Villalpando afirma que se sintió muy bien. Dice que pronto comprará la camiseta de Estados Unidos con el dorsal de Ricardo.

ENTRE SESIONES FOTOGRÁFICAS, Ricardo dice que su elección de jugar con la selección de Estados Unidos fue una de las decisiones más difíciles de su vida. “Hablé con mis padres al respecto”, indica ubicado a pocos metros de la cancha, tan distinta a aquellas en las que creció jugando en El Paso. Esas canchas estaban llenas de piedras y hierba con pinchos que se quedaban pegados a sus zapatos, cordones y calcetines.

“Fui convocado por la selección nacional”, indica Ricardo. “Pedí su opinión a mi papá y él realmente no dijo mucho. Dijo que me apoyaría donde yo quisiera jugar”.

Al igual que Daniel, el resto de la familia Pepi, tanto inmediata como extensa, han apoyado la decisión de Ricardo, incluso si algunos siguen preguntando al respecto. Los amigos de Ricardo en El Paso también lo han apoyado. Incluso, han adquirido sus camisetas de la selección de Estados Unidos con el dorsal de “Pepi”.

A pesar de ello, Ricardo está consciente de que hay muchas personas, e incluso medios de comunicación, que creen que debió elegir jugar con México. Solo explica que era una mejor oportunidad y afirma haber hecho la decisión correcta.

Cuando conversa sobre esa decisión (se le hace la misma pregunta en todas y cada una de sus entrevistas, que crecen con el tiempo), su voz muestra cero dudas. Mantiene la calma y la paz, tal como se muestra antes de cada partido, cuando se sienta y medita en silencio. “Todo esto tiene mucho que ver con la mente”, indica. “Si estás preparado para ello, si lo esperas, entonces llegará”.

Sin embargo, el hecho de que se encuentra en paz con la decisión tomada no significa que pueda ignorar lo que está por venir. El 12 de noviembre, Estados Unidos jugará contra México y no existe Zen con energías lo suficientemente fuertes como para que Ricardo pretenda que será otro partido más. Para que no sienta emoción alguna cuando escuche el himno nacional mexicano y no lo cante. Quizás hasta deje correr alguna lágrima, ya que los miembros de El Tri y sus hinchas son conocidos por hacer precisamente eso.

Ricardo dice que ese partido será distinto. Está consciente de que dos países estarán viendo y que la línea que divide aficiones no siempre está clara. Sabe que podría convertirse en la primera superestrella mexicano-estadounidense de la selección de Estados Unidos y que siempre habrá gente que crea que tomó la decisión equivocada.

Sabe que el sueño de su padre era que uno de sus hijos jugara con El Tri. Pero ahora, Ricardo sabe que tiene pleno apoyo por parte de su progenitor.

“Con todo respeto”, dice Daniel. “Sigo siendo mexicano y quiero mucho a mi país, pero mi camisa, ahorita, es la de Estados Unidos”.

NO PUEDO RECORDAR por completo cuando entendí que, a pesar de no encontrarme allí físicamente, jamás podré escapar de haber vivido en una zona fronteriza. Que, lejos de este lugar entre Estados Unidos y México, siempre sentiría una barrera que se interpone entre mí y el lugar donde vivía. Que mientras estaba aquí, mi sentido más íntimo de pertenencia sería para aquel lugar en el medio del río que divide y une a El Paso y Juárez. Eso es lo que pasa con este lugar. Son muchas cosas, algunas contradictorias.

A veces, se siente como si fuera el lugar más bello del mundo. En otras, parece que vivir en el medio del desierto siempre terminaría en un escape. Esa misma belleza rugosa es capaz de inspirar el sueño más alocado: un jovencito que juega al fútbol en las ligas más grandes de Europa, un ex obrero que redacta la presente nota. Aunque también es la clase de sitio que puede sofocarte.

Entonces, te vas porque no tienes otra opción. Sin embargo, a veces huir genera una sensación de culpa.

Irse puede causar daños irreparables a unos lazos que antes eran tan fuertes, que uno habría apostado a que serían capaces de soportar cualquier distancia. Irse te hace entender que, mientras más lejos estés, menos probable será que llegues a sentirte como en casa.

“Intento ir allí cada vez que tengo la oportunidad”, expresa Ricardo sobre la frontera. Extraña la cultura, que todo el mundo es amistoso y humilde y cómo el español es el idioma más escuchado a ambos lados del Río Grande. Echa de menos a su familia. La temporada es larga, por lo que regresar se hace cada vez más difícil. Sin embargo, cuando regresa, afirma que los sábados por la mañana disfruta de comer barbacoa en Juárez, en un sitio llamado El Chivo Brincón.

“¿Has comido ahí?”, me pregunta Ricardo.

Cuando le respondo que nunca he ido a ese lugar, me responde con un “noooo” incrédulo que dura al menos dos segundos. Le digo que el sitio donde solíamos comer era un simple carrito ubicado al lado de una gasolinera. Todos ignoraban si tenía nombre.

“Todos lo llamaban ‘el güey de la gasolinera’”, le digo.

Nos reímos, sin que las personas a nuestro alrededor entendieran por qué.

A menos que seas de acá, nunca sabrás lo reconfortante que se siente conocer a un oriundo de El Paso o a un juarense fuera de este lugar. Cuesta describirlo, pero ese sentimiento reside en la forma en la que hablan, especialmente cuando la conversación pasa a ser en español. Reside en la música en la que escuchan y la comida que degustan. Reside en los recuerdos compartidos de este lugar.

Reside en la interacción. Porque, aunque sólo sea por una vez, no debes explicar de dónde provienes. No necesitas explicar cuánto lo echas de menos. O la lucha entre quedarse e irse.

No hay necesidad de explicar por qué el muro fronterizo nunca se ve tan chocante como se ve cuando te vas y regresas.

O que, porque se siente como si siempre ha estado allí, a veces ese maldito muro se convierte en solo otra parte del desierto.


“ES IMPOSIBLE”, AFIRMA Daniel cuando se le pide que describa las emociones sentidas cuando se enteró de que Ricardo sería titular en el partido de eliminatorias mundialistas contra la selección de Honduras.

La familia Pepi viajó hasta Nashville para presenciar el partido previo contra el combinado de Canadá. Desde que Estados Unidos firmó empate sin goles en El Salvador, encuentro en el que Ricardo no sumó minutos, Daniel imaginó que su hijo tendría entre 10 y 15 minutos de participación en Tennessee.

“Fuimos con la ilusión esa”, dice Daniel. “Lastimosamente, no jugó. Y realmente, siendo realistas, al haber rescatado no más dos puntos en dos juegos, yo prácticamente veía que no iba jugar mucho, o que no iba jugar, contra Honduras”.

Luego de dos partidos disputados en las eliminatorias de CONCACAF al Mundial 2022 y la selección de Estados Unidos parecía perdida. Había la expectativa de ganar ambos encuentros; sin embargo, sólo lograron empatar. Para sus hinchas, esos resultados despertaron oscuros recuerdos de aquella eliminación del Mundial de Rusia 2018.

Esa es la razón por la que el partido contra Honduras importaba tanto. Y el por qué Daniel creía que Ricardo no iba a jugar, ya que no tenía experiencia comprobada. Por supuesto, si lo vemos desde el ángulo opuesto, es evidente que Estados Unidos no lograba conjugar su juego. Y por ello, en el avión con rumbo a Honduras, Gregg Berhalter (quien probablemente se jugaba el puesto de seleccionador) le dijo a Ricardo que sería titular.

Daniel conducía su auto por Waco, donde trabaja de lunes a viernes, cuando se enteró de la noticia.

“¿No estás jugando conmigo?”, le preguntó a Ricardo. Su sorpresa era tan grande que Daniel tuvo que detenerse y apartarse del camino.

“No”, fue la respuesta de Ricardo.

Durante el descanso, con desventaja 1-0 y lidiando nuevamente con la idea de que Estados Unidos podría colapsar (quizás confrontando la idea de que se habían equivocado de selección), Daniel se preocupó creyendo que Ricardo sería sustituido en la cancha. No porque jugaba mal, sino porque era su primera ocasión como titular.

“Al ver que empieza el segundo tiempo”, dice Daniel, “y como empieza a jugar, le decía a mi señora, ‘va caer el gol, va caer el gol, va caer el gol.’ Y cayó”.

En el minuto 75, un cabezazo de Ricardo rompe el empate y pone el marcador 2-1. Y mientras Ricardo (el segundo futbolista más joven en jugar una eliminatoria mundialista vistiendo la camiseta de la selección de Estados Unidos, después de su compañero Christian Pulisic) corría, gritaba y saltaba celebrando con sus compañeros, sus familiares hicieron lo mismo en casa. Todos celebraban la euforia de lo que Ricardo denomina “un gol que cambió el partido por completo”. Un gol que, al menos por un partido, liberó al combinado estadounidense del pánico, dudas e inseguridades que le rodeaban.

“No nos cabía la emoción en el corazón”, recuerda Daniel. Sentada a su lado, Annette también saltó y gritó. Lloró. Porque eso es lo que siempre hace cuando Ricardo marca.

“M’ijo siempre decía que iba ser profesional. Que iba ir a un equipo en Europa. Y siempre, siempre, siempre, cuando anota gol, se me salen las lágrimas de alegría y felicidad”, expresa Annette. Mientras habla, su voz comienza a quebrarse.

“Este es su sueño”, afirma de su hijo, que terminó su debut con la selección de Estados Unidos con gol y dos asistencias, para imponerse 4-1 sobre Honduras.

“Ese partido fue especial”, expresa el adolescente oriundo del límite entre dos países.

RICARDO SE UBICA al lado de su Camaro. Es el último sitio donde se desarrollará la sesión fotográfica del día.

Su auto, símbolo del poderío estadounidense, es tan rojo y brillante como una manzana de caramelo. Lo compró hace un mes, aproximadamente. Es el primer auto que adquiere por cuenta propia. Y cuando lo estaciona, tiene cuidado de no tocar las ventanas cuando cierra la puerta. No quiere que sus huellas digitales manchen el cristal tintado.

“Ha sido una locura”, afirma Ricardo sobre los últimos meses. Dice que ahora lo reconocen mucho más. Los hinchas se acercan y le piden autógrafos. Algunos (más que antes) le dicen que también provienen de El Paso.

Es fácil olvidar lo joven que es Ricardo al verle jugar contra hombres. Olvidar que, en algún momento de esa temporada que le ha cambiado la vida, se graduó de la secundaria. Que sigue viviendo en casa con sus padres. Que cuando no marca goles, saca la basura, pasea al perro y lava platos de vez en cuando.

Ricardo extraña su hogar. Pero no siente dudas sobre las decisiones tomadas. Dice entender cuánto ha arriesgado su familia. Dejaron la comodidad y familiaridad de El Paso y Juárez por Dallas, una ciudad gigantesca. Cinco años viviendo allí y siguen usando un GPS para orientarse en ella.

Ahora viven en este lugar. Aunque, ¿por cuánto tiempo? Nadie lo sabe. La maquinaria de rumores futbolísticos menciona el nombre de Ricardo al lado de algunos de los clubes más grandes del mundo con sede en Alemania, Italia, Inglaterra y los Países Bajos. Daniel indica que su familia piensa en ello diariamente.

“Pero no pensamos que sigue”, dice Daniel. “Sabemos lo que sigue. El tiene grabado su camino en su mente. Sabe hasta dónde quiere llegar. Y qué pasos tomar para llegar”.

Sin importar dónde viva él, o ellos como familia, hablan como si también estuvieran conscientes de que es imposible escapar de la frontera entre El Paso y Juárez. Mantienen la propiedad sobre esa casa sin terminar en San Eli. Hablan de la posibilidad de visitar cuantas veces les sea posible, cruzando ese puente que divide y conecta el hogar. Dicen que nunca les basta. Aunque Ricardo eligió jugar con la selección de Estados Unidos en vez de México, todos parecen sentirse más cómodos en ese sitio ubicado entre esos dos países.

Parece que lo último que quisieran hacer es olvidarse de dónde provienen. Por eso, aunque Ricardo y su diestra mágica juegan para la causa de Estados Unidos, en casa sólo se habla español.