El 12 de marzo de 2019, Sahar Jodayarí fue detenida por la policía iraní cuando intentaba acceder al estadio Azadi de Teherán disfrazada de hombre, con la intención de ver el partido entre Esteghlal y Al Ain, por la Champions League de Asia. Unos meses después, cuando el tribunal islámico estaba a punto de sentenciarla a seis meses de cárcel, se inmoló a las puertas de la magistratura y murió horas más tarde a causa de las quemaduras. La "chica azul", reconocida de ese modo por los colores de su equipo, se convirtió en un símbolo de la lucha por la igualdad.
A menos de dos meses del comienzo de la Copa del Mundo de Qatar 2022, Irán vive momentos de gran agitación popular, con protestas multitudinarias lideradas por mujeres. Las manifestaciones se intensificaron el 16 de septiembre, cuando Mahsa Amini fue arrestada y torturada por no usar su hiyab de forma correcta. Murió horas después. Enseguida, Amnistía Internacional solicitó una investigación penal acerca de su fallecimiento. Tanto su muerte como la de Jodayarí han potenciado la pelea por la equidad de género en el país.
En la fecha FIFA de septiembre, los jugadores de la Selección de Irán se unieron a las protestas y antes del partido contra Senegal vistieron camperas negras con la intención de tapar el escudo nacional de sus camisetas durante la entonación de los himnos. Horas antes, el gobierno iraní había realizado una orden de silencio para que el plantel no se exprese. Pero primó la actitud rebelde.
Tras el encuentro, Sardar Azmoun, una de las figuras iraníes, fue más allá en su manifestación y publicó en su cuenta de Instagram: “el castigo máximo de ser expulsado de la selección nacional es solo un pequeño precio comparado con su valentía. ¡Larga vida a las mujeres iraníes!”.
Solo algunas semanas pasaron entre el martirio de la "chica de azul" y el primer partido de Irán al que pudieron asistir mujeres en más de cuarenta años. En octubre de 2019, 3.500 hinchas femeninas asistieron al encuentro contra Camboya por las Eliminatorias para Qatar 2022 en el estadio Azadi de Teherán. La FIFA intervino de forma clara para levantar la prohibición no escrita que había sido implementada poco después de la Revolución islámica de 1979.
Sin embargo, cuando se pensaba que el camino a la igualdad había comenzado a desandarse de forma lenta pero segura, 2000 mujeres que habían adquirido sus tickets fueron impedidas de su ingreso al estadio Imam Reza de la ciudad de Mashhad en marzo de este año.
Aquel fue un hecho más de los muchos que provocaron el clima de tensión social que hoy se vive en Irán. Desde hace décadas, el fútbol ha sido un actor clave en la vida política de esta nación, tal como quedó claro en el amistoso contra Senegal. Muy lejos de ser un deporte más, es el pasatiempo popular más importante por amplio margen y una herramienta fundamental para los organismos de poder. En su libro Cómo el fútbol explica el mundo, el periodista Franklin Foer afirmó “la historia del Irán moderno puede contarse como la historia del fútbol iraní”. Todo lo que sucede alrededor del balón lo excede. Y más aún cuando se trata de la Selección nacional.
Las razones del fenómeno se encuentran en los comienzos mismo de la historia. Reza Shah, el primer rey de la dinastía real Pahlavi, fue el principal impulsor del deporte en la nación. Apenas asumió el poder, en 1925, comprendió que el fútbol podía ayudar a inculcar valores occidentales en los jóvenes iraníes. En su afán por modernizar el país, decidió incluso demoler mezquitas para en su lugar inaugurar canchas de fútbol. Estas decisiones marcaron el futuro de Irán y unieron al fútbol con la política para siempre.
Si Reza Shah era un entusiasta aficionado al juego que habían llevado los británicos a la mesopotamia a finales del siglo XIX, su hijo y sucesor Mohammad Reza Pahlaví era un verdadero fanático. El cambio de monarca ocurrió en 1941, durante la Segunda Guerra Mundial. El viejo jefe de estado era simpatizante de la Alemania nazi y fue obligado a abdicar por los aliados, que habían ocupado el territorio iraní durante el conflicto bélico y contaban con la aprobación del descendiente.
Mohammad Reza Pahlaví intensificó el desarrollo del fútbol en todo el territorio. En 1939 su padre había inaugurado el estadio Amjadieh en Teherán, el primer estadio de fútbol en Asia Occidental, y él se dedicó a continuar con la institucionalización del deporte. El exjugador Hossein Sadaghiani fue su brazo ejecutor y el encargado de dirigir al combinado nacional en sus primeros partidos internacionales, disputados en 1941. El 23 de agosto venció 1-0 a un combinado de la India británica y el 25 empató sin goles contra Afganistán, en el encuentro reconocido como el debut oficial. Luego de la guerra, en 1948, Irán se unió a la FIFA.
La relación del Shah con el fútbol comenzó en su niñez. Era su juego favorito en la juventud e incluso cuenta la leyenda que llegó a marcar dos goles en un partido contra un conjunto británico, aunque no hay datos oficiales al respecto. Los registros escolares indican que era un buen jugador pero que prefería no correr demasiados para no sufrir riesgos físicos.
En los cincuenta, sesenta y setenta, el fútbol creció en popularidad e Irán se convirtió en una potencia regional. En 1968 la Selección se coronó campeona de la Copa asiática por primera vez, como local y tras vencer a Israel en el último partido. Aquella conquista quedó en la historia y, según el historiador Houchang Chehabi, fue el hecho que terminó de consolidar al fútbol como un fenómeno de masas. La Guerra de los Seis Días había finalizado pocos meses antes y los países árabes boicotearon el torneo, lo que le dio un tinte nacionalista al logro.
Irán jugó sus primeras Eliminatorias en 1973 pero no consiguió la clasificación al caer contra Australia. Entonces, Reza Pahlaví decidió que era momento de contratar un director técnico de renombre mundial y llegó Frank O'Farrell, quien venía de entrenar a Manchester United. El DT no solo condujo al seleccionado al título en la Copa asiática 1975, sino que también fue maestro del príncipe y sus compañeros. Dejó el cargo en 1976, pero fue clave en la formación del plantel que clasificó al Mundial de Argentina 1978.
Menos de un año después de aquella Copa del Mundo estalló la revolución que provocó el derrocamiento de la dinastía Pahlaví y que significó la instauración de la república islámica. Entonces, el fútbol no solo dejó de ser una prioridad para el estado, sino que se convirtió en una herramienta de segregación, ya que las mujeres fueron prohibidas en los estadios.
Durante casi dos décadas, el pasatiempo favorito de los iraníes sufrió un pronunciado deterioro. Primero por la guerra contra Irak y luego por la naturaleza propia del régime islámico. Sin embargo, cuando volvió a irrumpir lo hizo con la enorme fuerza de los movimientos populares. En noviembre de 1997, la Selección derrotó a Australia y se clasificó para el Mundial de Francia 1998. Entonces, una multitud salió a las calles para celebrar la victoria, en lo que fue la primera manifestación de este tipo desde la revolución. Las muestras de felicidad por la clasificación también significaron un desafío a los dictados del ayatola. David Goldblatt en su libro El balón es redondo explicó que el fútbol fue un "punto de reunión para los opositores al conservadurismo de la teocracia".
Las elecciones de 1997 enfrentaron al candidato conservador Nateq-Nouri con el clérigo reformista Mohammad Khatami, quien se acercó a los ídolos del combinado nacional. Para él, el fútbol podía coexistir con el Islam y generar un vínculo virtuoso con la cultura occidental. Khatami ganó los comicios y enseguida propició la contratación del brasileño Valdeir Viera como seleccionador de cara a Francia 1998. Era el primer DT extranjero desde la revolución. La historia en aquella Copa es conocida: Irán no pasó la primera fase pero venció a Estados Unidos en la victoria más celebrada de todos los tiempos.
Aquella campaña y la algarabía que provocó terminó de despejar las dudas: el fútbol era algo demasiado grande como para que no sea valorado por los gobernantes, sean del credo que sean. Mahmud Ahmadineyad asumió como presidente en 2005 e intentó profundizar la apertura al permitir que las mujeres pudieran asistir a los partidos. Sin embargo, la ley fue anulada por el supremo religioso y el poder político aceptó esa anulación de manera sumisa. Entonces, el fútbol volvió a ser una herramienta del progresismo.
En 2009, Ahmadineyad venció al candidato reformista Mir Hossein Mousavi. En un partido contra Corea del Sur en Seúl, seis jugadores de la Selección utilizaron muñequeras verdes, el color de la campaña de Mousavi. Después del gesto político, estos futbolistas se convirtieron en símbolos de los manifestantes opositores. En tanto, el presidente electo, lejos de alejarse del plantel nacional, reafirmó sus intenciones de apoyar a la Federación.
Esta intromisión ha sido justamente uno de los grandes problemas del fútbol iraní. Las autoridades deportivas jamás pudieron sostener una clara independencia del poder de turno, lo que ha provocado varias contrariedades. En 2006, la FIFA suspendió a la Federación de Fútbol de la República Islámica de Irán (IRIFF) de toda actividad internacional debido a la injerencia del gobierno en asuntos futbolísticos. Mohammad Dadkan había sido apartado de la presidencia de la IRIFF por sugerencia de la organización de educación física (hoy ministerio de deporte).
En 2020, FIFA volvió a amenazar con una suspensión si la Federación no cambiaba sus estatutos. Ese año, el expresidente Ali Kafashian declaró que a pesar de las regulaciones oficiales, el fútbol iraní siempre estuvo bajo control directo del gobierno. El dirigente explicó que en 2016, cuando cambió el ministro de deporte fue obligado a renunciar a su cargo.
Los últimos años de la Selección nacional estuvieron teñidos de diversos problemas de índole administrativa. En 2019, Marc Wilmots renunció a su cargo de director técnico porque la IRIFF no cumplió con las obligaciones acordadas en el contrato. El belga fue reemplazado por Dragan Skočić, quien hizo una gran campaña y logró la clasificación a Qatar 2022, aunque fue despedido meses antes del comienzo del torneo. Una vez más, la sombra de la mano estatal está encima de la decisión.
El encargado de dirigir a Irán en el Mundial será Carlos Queiroz, el mismo que estuvo en Brasil 2014 y Rusia 2018. La sensación de continuidad no es más que eso. La turbulencia ha sido habitual en los alrededores del combinado iraní, aunque el portugués sabe como manejar la situación. Lo hizo apenas llegó en 2011, cuando impuso tres condiciones: la Federación no puede entrometerse en las decisiones técnicas, los colaboradores son elegidos por el DT y los futbolistas de la diáspora podrán ser convocados. Con esas premisas consiguió volver a ser uno de los seleccionados más prestigiosos de Asia.
En definitiva, Irán llega a la Copa del Mundo de Qatar 2022 en estado de ebullición, dentro y fuera del ámbito del seleccionado nacional. El fútbol ha sido un elemento fundamental en la vida política de la nación y sin dudas una buena actuación del equipo de Queiroz repercutirá en la realidad social de un país golpeado.