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Cien historias rumbo a Qatar 2022: La primera Copa del Mundo ¿sin? Diego Maradona

ESPN.com

La de Diego Armando Maradona es una ausencia imposible. A casi dos años de la muerte de su cuerpo, su presencia aún es concreta. Real. Absoluta. Lo es en cada reunión de amigos en la que se lo recuerda, en cada partido de fútbol de barrio, en cada jugada de los compañeros que lo veneran, en cada acto de rebeldía, en cada reivindicación social. Y lo será, desde luego, en Qatar 2022, la primera Copa del Mundo que viveremos sin su participación física.

Maradona es un universo en sí mismo. Durante más de cincuenta años se ha abordado su existencia desde todos los ángulos posibles. Y así se seguirá haciendo. Aún hoy, a las puertas del segundo aniversario de su partida, que se cumplirá en plena disputa del Mundial, aparecen nuevas imágenes y nuevos testimonios que, lejos de esconder su magna figura en el olvido, la rescatan una y otra vez y la elevan a un sitio reservado para sólo él. Por eso, esta Copa también se podrá explicar desde su presencia espiritual.

SUS MUNDIALES
El 31 de agosto de 1969, la Selección Argentina empató 2-2 con Perú en la Bombonera y por primera (y única) vez en la historia quedó eliminada de una Copa del Mundo en la cancha. Ese mismo día, un niño de ocho años jugó a la pelota con sus amigos. La tristeza de la frustración profesional de sus futuros colegas quizás pasó desapercibida para él, que disfrutaba el fútbol como lo más divertido de la vida, despojado de las obligaciones y las presiones de la adultez.

Cuando Argentina miró por teglevisión el Mundial de México 1970, Diego Maradona ya formaba parte de las divisiones inferiores de Argentinos Juniors, donde había llegado a comienzos de 1969. Él, uno de los héroes indiscutibles de la mitología mundialista, no pudo disfrutar como hincha de su primera Copa con capacidad de entendimiento. Sin embargo, lejos de la angustia, ese mismo año y ante las cámaras de televisión lanzó su deseo más conocido: "mi sueño es jugar un Mundial". El niño de 10 años que vivía en un país de un porvenir futbolístico incierto dejaba en claro su objetivo: la Copa del Mundo.

Si su primer recuerdo mundialista es desgraciado por la ausencia de Argentina en México 1970, el primero de su carrera profesional es aún más doloroso. El más triste de toda su vida deportiva. El 19 de mayo de 1978, César Menotti le comunicó que era uno de los tres jugadores desafectados de la convocatoria para el Mundial que iba a comenzar menos de dos semanas después en su país. Tenía solo 17 años y lloró como el adolescente que era. Fueron sus primeras lágrimas derramadas por el torneo más importante de todos. Solo las primeras.

Cuatro años más tarde Maradona ya era uno de los futbolistas más destacados del planeta. Tras brillar en el Campeonato del mundo juvenil de 1979, se convirtió en pieza clave del seleccionado que jugó en España 1982. Allí, él y todo el equipo campeón defensor estuvieron por debajo de las expectativas y se despidieron en la segunda fase. Incluso, sufrió su única expulsión internacional, contra Brasil en la derrota 1-3. El único recuerdo grato es el de sus primeros goles, un doblete en el 4-1 sobre Hungría.

Su actuación en México 1986 es imposible de describir con palabras. Lo han intentado los más brillantes literatos de esta era y no han podido hacerle justicia. Cada una de sus actuaciones ya forma parte de la historia del arte universal. Nadie nunca jugó como jugó Maradona aquellos siete partidos. No sólo por su talento sino por su carácter, su ambición y su hambre de ganar. La Copa del Mundo de fútbol es el evento más grande de la humanidad en buena parte gracias a la faena del diez argentino en los estadios mexicanos hace 36 años.

Italia 1990 representa otro capítulo de la odisea maradoniana. Un capítulo en el que se suceden el dolor y el goce. En la tierra donde se hizo Dios, también fue demonio. El sur lo abrazó como propio y lo cobijó en el camino hacia la final, mientras que el norte lo despreció como otras veces lo había hecho. Sufrió los golpes de Camerún en el encuentro inaugural; salvó al equipo con una "atajada" contra Unión Soviética en su segunda "mano de Dios"; volvió a ser el fenómeno del 86 por unos segundos e hizo posible la maravillosa victoria sobre Brasil en octavos; falló el penal frente a Yugoslavia en cuartos; lideró una de sus victorias más celebradas de todos los tiempos contra Italia en semis y padeció la caída ante Alemania Federal. Vivió un mes maradoniano en su máxima expresión.

El último Mundial de Diego en el campo de juego es también el más desgarrador. La expectativa de una nueva victoria había sido tan grande como después fue la frustración por la injusticia de la derrota. Estados Unidos nunca fue un país cómodo para Maradona, pero el seleccionado que él capitaneaba llegaba con ambiciones sólidas de ser campeón. Comenzó con dos victorias claras, apoyadas en un juego convincente. Ante Grecia el Diez convirtió un golazo espectacular que también fue su último grito con la casaca nacional. Luego, frente a Nigeria se despidió para siempre de la Copa del Mundo. De la mano de una enfermera, con la sonrisa de quien ignora la fatalidad del destino.

Aunque ya no jugaba, Maradona jamás dejó de participar de los Mundiales, de algún modo u otro. Francia 1998 fue el primero sin el máximo ídolo argentino de todos los tiempos en las canchas. No había pasado ni un año de su último partido profesional y su figura aún se sentía en el vestuario y en las tribunas, donde el "Maradoooo Maradoooo" se convirtió en grito de guerra y en himno de protesta. Fue comentarista de un canal argentino, pero sólo trabajó en el partido de cuartos de final contra Países Bajos, porque la angustia por un retiro siempre indeseado no le permitió viajar antes.

En Japón-Corea 2002 también iba a desempeñar esa función, pero Tokio le negó el visado hasta horas antes de la final entre Alemania y Brasil, que presenció como espectador. A Alemania 2006 acudió como simpatizante de la Albiceleste, más allá de su tarea en Cadena Cuatro de España. Cada gesto suyo en las plateas fue captado casi tanto como una gambeta de sus años de crack. También fue el mejor hincha de la historia.

En Sudáfrica 2010 volvió a ser protagonista. Nadie más que él merecía la oportunidad de dirigir al seleccionado argentino. Llegó al cargo dos años antes del Mundial y logró la clasificación de forma agónica. Con Lionel Messi en el mejor momento de su carrera y socios de primer nivel como Ángel Di María, Carlos Tevez, Sergio Agüero y Gonzalo Higuaín, el equipo tuvo pasajes de buen juego pero cayó sin atenuantes en cuartos de final contra Alemania. Maradona, vestido de un impecable traje gris, volvió a llorar. Sería su última vez en el campo de juego.

En Brasil 2014 condujo un programa de televisión y volvió a ser hincha de la Selección. La acompañó hasta la gran final, que perdió en el Maracaná. El pueblo argentino recuerda sus declaraciones como una parte fundamental de aquella Copa. Otra vez, el Mundial y Maradona fueron la misma cosa. Al igual que en Rusia 2018, cuando ya arrastraba problemas de salud pero aún así fue protagonista de una de las imágenes más icónicas del campeonato. Él, en la platea del estadio de San Petersburgo, con los brazos abiertos, suplicando a un cielo que parece abrirse solo para iluminarlo. El ruego es por un triunfo de su Argentina, que sufre contra Nigeria y así queda eliminada en primera fase. Pero a cuatro minutos del final, Marcos Rojo marca el gol de la victoria. La respuesta a su demanda divina llegó y trajo la clasificación a octavos. Así se despidió de los Mundiales su cuerpo.

Su alma y su espíritu estarán en Qatar. En cada gambeta, en cada grito de gol, en cada lamento genuino, en cada lágrima patriota. ¿El primer Mundial sin Maradona? Imposible. Porque Maradona y la Copa del Mundo ya son la misma cosa.