Jaime Lozano erró desde el once inicial. Apostó por la artritis reumatoide de Romo, la torpeza ratificada en los amistosos por Orbelín Pineda, y cantado estaba que Santiago Giménez necesita llanuras, no callejones, para poder desarrollar su futbol.
LOS ÁNGELES -- En el “Cerro de Plata” (Tegucigalpa), el Tri de Copa Oro, enseñó el cobre. Honduras 2-0 México. El Final Four parece esfumarse y el boleto a Copa América habría que limosnearlo en el repechaje.
Puntualícese: partidazo de Honduras. Devoción, compromiso, rabia, fe, audacia, seriedad, dignidad y, lo más importante, calidad de futbol. La patética noche del Tri no desmerece el esplendor catracho, en este cambio de sede a Tegucigalpa, nombre que significa eso, Cerro de Plata, con un estadio abarrotado de comayagüenses.
Jaime Lozano erró desde el once inicial. Apostó por la artritis reumatoide de Romo, la torpeza ratificada en los amistosos por Orbelín Pineda, y cantado estaba que Santiago Giménez necesita llanuras, no callejones, para poder desarrollar su futbol.
Y no sólo falla Jimmy, sino su grupo de expertos y asesores en la lectura obvia, anticipada, expuesta del adversario: Honduras, especialmente con la doctrina de Reinaldo Rueda, iba a montar su trinchera y a lanzar guerreros kamikazes. Le hicieron dos a México y pudieron ser cuatro o cinco.
Y claro, los jugadores. Aquella vehemencia, compromiso, rabia, dignidad, orgullo, de Copa Oro, que hizo pensar que había deseos genuinos de despojarse de la estigmatización de “generación perdida”, quedó en eso, en un acto farsante de ilusionismo, especialmente en el cuadro bajo, con alcahuetas actuaciones de Jorge Sánchez, César Montes y Johan Vásquez, por cierto, el cabecilla de aquellos desertores que querían abandonar antes de la misma Copa Oro.
Cierto, cabe la posibilidad de que Jaime Lozano fuera engatusado. Tal vez tipos como los mencionados, le hicieron creer que querían, que podían y que sabían lo que debían hacer ante Honduras. Y lo timaron, lo estafaron.
Y cierto, también es posible que Jaime Lozano no sea tan claro en sus expresiones y explicaciones tácticas, o no sea tan contundente en su liderazgo, o no sea tan puntualmente eficiente en la lectura anímica del jugador, o tampoco tenga tanta credibilidad como él cree, ante el grupo.
Y mientras Honduras tomaba confianza y desnudaba a un México fragilizado, el Tri nunca pudo encontrar orden. Y los cambios, que Lozano se niega siempre a hacer antes del minuto 60, llegaron tarde, asustadizos, presurosos, desconcertados e incapaces de cambiar la historia. Incluso cuando decide que entre Julián Quiñones fue una medida ciega, desesperada, porque llegaba condenado a ser una isla de pujanza en el páramo neuronal del Tri.
Por ejemplo, era evidente que Santi Giménez no debía estar en este partido. Era para Henry Martín, ese “delantero asociativo”, como le llaman los exquisitos, que pueda provocar sociedades con los interiores o los extremos, para generar sorpresa y presencia en el área.
¿Orbelín? Seguramente calza zapatos de payaso. No retenía, ni recuperaba, y hasta parecía esconderse en la marca y en la obligada labor colectiva de ofrecerse como relevo. Fue el jugador 12 de Honduras.
Y Romo fue el número 13 de los catrachos. Tuvo varias víctimas. Muy lejos de ser el jugador de aquel Cruz Azul campeón, se convierte en un Judas plurifuncional en esta selección. Ayer arrastró damnificados, tal y como lo hizo Orbelín. De repente, Edson Álvarez y Erick Sánchez terminaron desubicados, sacrificados, expuestos, vulnerables, porque debían hacer su chamba, la de Romo, y encima solucionar los errores mentales y técnicos del mismo Romo y de Orbelín.
La tajante crítica de Álvaro Morales ante la derrota de México ante la Selección de Honduras en Tegucigalpa.
Y otra vez distracciones en la marca. Desatenciones de los centrales, malas coberturas y regresos desorientados de Jorge Sánchez y de Jesús Gallardo.
Lozano no puede argumentar falta de trabajo. Porque en medio de la pueril desbandada de su equipo, una desbandada emocional y estratégica, resulta que Honduras brilló por el orden, y Reinaldo Rueda tiene menos tiempo de trabajo con la “H”.
México goza de una tregua: tiene aún el Partido de Vuelta en el Estadio Azteca. Tendrá un escenario a favor para remontar. Pero esta vez, ni Jaime Lozano ni sus tan protegidos, mimados y elogiados asesores, podrán equivocarse tanto en la selección de jugadores, como ocurrió en Tegucigalpa.
Y por supuesto, el grupo de jugadores. Prácticamente este mismo paquete de futbolistas fue humillado en el Final Four pasado por Estados Unidos. Y prácticamente esa misma recua de cínicos jugadores se alebrestó y culpó a Diego Cocca. ¿Pedirán ahora otro entrenador porque ya tampoco entienden a Jaime Lozano?
Claro, México puede aspirar al repechaje para llegar a la Copa América, y sólo habrá tres tipos felices de que así ocurra: Diego Cocca, Gerardo Martino, y, por supuesto, el contador de Emilio Azcárraga Jean, pues con ese juego de repechaje se podría embolsar unos cuatro millones de dólares libres de polvo y paja en la transmisión, porque recuérdese que las transmisiones del Final Four, juegue o no México, ya están vendidas a los patrocinadores, y si tienen audiencia o no, poco le importa al padre putativo de la Rosa de Guadalupe.