Los uruguayos dejaron huellas imborrables para el mundo del fútbol. El primer Mundial, 15 veces campeones de la Copa América, y la primera estrella de los Juegos Olímpicos con un detalle que jamás hubiesen imaginado. Allá por 1924, en una lejana cancha de París, los uruguayos inventaron la vuelta olímpica. Un acontecimiento que se mantiene inalterable al paso del tiempo. Tan increíble como real.
La historia dice que un 9 de junio de 1924, la Selección uruguaya conquistó su primera estrella al lograr los Juegos Olímpicos de París.
Todo comenzó a la uruguaya: sin plata, con peleas, dudas, y apelando a la viveza criolla.
La historia se empezó a gestar en 1923 cuando la Asociación Uruguaya de Fútbol asumió la organización de la Copa América que se disputó en el Parque Central.
Antes del comienzo del torneo, el presidente de la AUF, Atilio Narancio, le prometió al plantel: “Si salen campeones, los llevo a los Juegos Olímpicos de París”.
Los jugadores cumplieron. Uruguay venció 2-0 a Paraguay, 2-1 a Brasil y 2-0 a Argentina en la final para consagrarse campeón. En aquel equipo asomó la figura de un joven de 22 años llamado José Nasazzi.
Una vez finalizada la Copa América, la AUF recibió oficialmente la aceptación de la FIFA para convertirse en una de sus afiliadas. Esto motivó que los dirigentes hicieran saber el interés por disputar los Juegos Olímpicos de 1924, y de ese modo cumplir con la promesa realizada a los jugadores.
Con el fin de obtener recursos económicos, la AUF encomendó al dirigente Casto Martínez Laguarda que, en los primeros días de enero de 1924, viajara a Europa en procura de concretar partidos amistosos que permitieran obtener recursos para financiar la estadía de Uruguay en los Juegos.
Hipotecó la chacra
Las primeras gestiones no prosperaron hasta que, después de un mes en España, Martínez Laguarda encontró eco en San Sebastián.
Para que la Selección pudiera viajar, el dirigente Narancio hipotecó una quinta que tenía en la zona de Maroñas. Su actitud le valió que se lo bautizará como “El Padre de la victoria”.
Cuando todo estaba encaminado, el viaje se vio amenazado a última hora por la negativa del Comité Olímpico Uruguayo que no autorizaba la participación de la Celeste por temor a un papelón en París.
Pero finalmente, se llegó a un entendimiento y el 16 de marzo de 1924 los uruguayos se embarcaron en la tercera clase del vapor Desidare, el más barato que por entonces cubría el trayecto entre América y Europa.
Luego de realizar escalas en Río de Janeiro, Dakar y Lisboa, la delegación Celeste arribó a Vigo el 7 de abril.
El plantel lo conformaban: José Nasazzi (Bella Vista), Andrés Mazali (Nacional), Héctor Scarone (Nacional), Pedro Arispe (Rampla Juniors), José Leandro Andrade (Bella Vista), Pedro Cea (Lito), Santos Urdinarán (Nacional), Ángel Romano (Nacional), Zoilo Saldombide (Wanderers), Alfredo Zibechi (Nacional), Pedro Petrone (Charley), Alfredo Ghierra (Universal), Pascual Somma (Nacional), José Naya (Liverpool), Pedro Etchegoyen (Liverpool), Fermín Uriarte (Lito), José Vidal (Belgrano), Pedro Zingone (Liverpool), Pedro Casella (Belgrano), Humberto Tomassina (Liverpool).
Somma y Uriarte no integraron el plantel definitivo ya que, antes de llegar a París, fueron enviados de regreso a Montevideo.
Después de la gira por España, la Celeste se fue a París. Al arribar a la capital de los Juegos, el plantel fue alojado en la Villa Olímpica pero, debido a que no existía conformidad con el lugar y la comida, decidieron retirarse y alojarse en un pequeño castillo en Argenteuil.
La viveza criolla
Previo al debut, los celestes fueron a entrenar. Estaban en pleno movimiento cuando se percataron de que los yugoslavos, sus primeros rivales en los Juegos, los estaban mirando desde la tribuna.
Cuenta la leyenda que los jugadores de Uruguay empezaron a cometer errores infantiles con la pelota y que, ante esto, un jugador yugoslavo se arrimó y les dijo “¡Qué pena que nos toque jugar con ustedes! ¡Vinieron de tan lejos!”.
En el libro La crónica celeste, de Luis Prats, se da cuenta que el diario francés Le Temps escribió: “Nos apena que sean tan torpes estos jóvenes sudamericanos. Han venido desde tan lejos y tendrán que volver después del primer partido”.
Sin embargo, el 26 de mayo de 1924, Uruguay goleó 7-0 a Yugoslavia en su debut. Al siguiente partido vencieron 3-0 a Estados Unidos.
Para los cuartos de final las tribunas de Colombes estaban repletas para ver el duelo de Francia contra el sorprendente Uruguay. Y la Celeste volvió a ganar, esta vez 5 a 0, con Rodríguez Andrade como figura, un jugador que con el paso del tiempo fue bautizado como La Maravilla Negra.
En semifinales Uruguay venció a Holanda y el 9 de junio terminó ganando la medalla de oro al derrotar 3-0 a Suiza con goles de Petrone, Cea y Romano.
La vuelta olímpica
Una vez finalizado el partido, los jugadores uruguayos decidieron dar una vuelta alrededor de la cancha para saludar al público que les lanzaba flores y sombreros desde las tribunas. Aquel hecho marcó el nacimiento de la vuelta olímpica, un ritual que cumplen todos los campeones.
El enviado del diario El Día, Lorenzo Batlle Berres, escribió: “Se yerguen todos, avanzan gallardos, decididos, echando fuera los pechos vigorosos. El paso enérgico, seguro y el brazo derecho rígido, abiertas las manos a la altura de la cabeza, saludando al público como lo hacían los griegos y romanos. Así dan la vuelta al campo”.
Por su parte Aníbal Vigil describió para El Gráfico: “No concluida la primera impresión de la victoria, al elevarse en el mástil la bandera del Uruguay, una enorme bandera, a los acordes del himno nacional, comprendimos toda la magnitud y el valor del triunfo. Después, la vuelta de honor alrededor del estadio de los once uruguayos, en medio de una aclamación como jamás ha recibido team alguno”.