Carlo Ancelotti, técnico del Real Madrid, ponderó el poder que es capaz de ejercer Javier Aguirre en sus jugadores para transformarlos emocionalmente
PASADENA -- “(Enfrentar a los equipos que dirige Javier Aguirre) es como ir al dentista”. La joya es de Carlo Ancelotti. Y es una analogía perfecta. El problema es que hoy El Vasco tiene ante sí a un paciente con caries, gingivitis, periodontitis, aftas, candidiasis y hasta leucoplaquia. Y así, su paciente no puede hablar… ni sonreír, y menos aún hacer sonreír a su huraña, recelosa, escéptica y escamada fanaticada.
En su alocución pública, el técnico del Real Madrid ponderó el poder que es capaz de ejercer Javier Aguirre en sus jugadores, para transformarlos emocionalmente. Ancelotti pareció recrear con sus palabras y gestos sobre El Vasco y el Mallorca la escena de Leónidas y sus espartanos. “Regresen con el escudo…o sobre él”. Mejor cenar en el Infierno que pervivir en el limbo de la pusilanimidad,
La noche de este sábado, el técnico de la Selección Mexicana reconoció que ya trabaja en ese laberinto, en ese trabalenguas emocional que vive el futbolista mexicano al vestirse de verde. Y advirtió: “El que no responda tendrá que irse”.
Ante Nueva Zelanda, detrás del biombo fraudulento del resultado, de un 3-0 que desnuda más las miserias del rival, que las virtudes del Tri, El Vasco y Rafa Márquez debieron darse cuenta de las taras emocionales que infestan el vestidor de la Selección Mexicana, más que por el jugador mismo, por los tumbos de estulticia de sus directivos, imponiendo, como ciego sin lazarillo, a tres entrenadores en menos de dos años.
A excepción de Chino Huerta, quien ingresó a la cancha decidido a ultrajar las tumbas vivientes de los adversarios neozelandeses, a excepción de él, de su gol, y de su atrevimiento, el resto, poco, poco y nada estamparon en la cancha del Rose Bowl de Pasadena. Santuario ayer del castigo, el desprecio y del rencor del aficionado mexicano: 25 mil aficionados, muchos de ellos con boleto regalado por los patrocinadores del Tri.
A excepción de una joya entre Orbelín Pineda y su cambio de juego, diagonal, profundo y que Luis Romo, ya con el portero dejando salir su alma del cuerpo, aún así, lo estrelló en el poste, a excepción de eso, desconcierto, desorden, desconfianza, pánico en el jugador mexicano.
Desde un Luis Chávez que vive del gol inútil en el Mundial de Qatar, hasta un Piojo Alvarado que deslumbra en Chivas y se opaca en el Tri.
Sí, alguna tara permanece, endémica, dentro del vestidor de México. Desde el fracaso histórico e histérico en Qatar, hasta ver la forma cínica en que se ungen las cabezas de Diego Cocca y Jaime Lozano, hasta la forma en que después son arrojados al cadalso desesperado de los Poncio Pilatos de cuello blanco y uñas negras de la FMF.
¿Cómo explicar que al asesino serial del Feyenoord le surjan escrúpulos pacifistas en el área? Ante Nueva Zelanda, Santiago Giménez tuvo dos, de esas, de las que, en Países Bajos, hasta a ciegas, hasta en entre sus devaneos entre su etérea religiosidad y su cursilería romántica, aún así, es capaz de embocar con la sangre fría de un cínico francotirador. Un desalmado en Feyenoord y un alma de la caridad con México.
A pesar de tener autopistas de tránsito libre por los costados, ni Jesús Gallardo ni Israel Reyes, entendieron, ni intuyeron, y mucho menos interpretaron o imaginaron, las bondades para regodearse y regocijarse con las concesiones suicidas del adversario.
Y cuál será la dimensión del trauma heredado en el Tri, de ese virus espiritual, que Julián Quiñones, aquel abanderado esplendoroso del Bicampeonato del Atlas, se muestra desconfiado en el desborde, el amague, la repentización, e incluso en el remate a gol, cuando tuvo un balón en el área, y por temor a errar decide no patear de zurda, y al tratar de controlar, en zona copada, pierde la pelota. Ese Julián de Atlas y América que traiciona la heráldica: su nombre en latín, significa “de raíces fuertes”, y en griego, “hijo de Júpiter”.
Porque más allá de trabajar en cancha, en lo colectivo, en entendimiento, en coherencia, en orden, Javier Aguirre ya se ha dado cuenta de que hay lastres emocionales que impiden liberar la calidad que sí existe, tal vez no de alto octanaje, pero definitivamente existe en su grupo.
Vale rescatar la frase india: “Es más peligroso un ejercito de ciervos dirigidos por un león, que un ejercito de leones dirigido por un ciervo”. ¿Será Aguirre ese caudillo? Por lo pronto ya se dio cuenta que su problema no es de pizarrón ni de cancha, sino también de diván. Sí, un dentista –según Ancelotti--, con Freud y Jung en la cabecera. O tal vez, más que Freud y Jung, Octavio Paz: “El mexicano tiene más miedo a la victoria que a la derrota”.
“Necesito gente que esté limpia de aquí (se señala la cabeza) y limpia de acá (marca el corazón) para abajo. Y estoy en ello, estoy en ello”, explicaba el Vasco la noche del sábado. “No es tangible que tal o cual jugador esté en un estado anímico de tres en escala de diez, o que de repente esté arrastrando derrotas o fracasos, o malos momentos, pero esa es mi labor. Mi labor es mirarlos a los ojos, escudriñando, interrogando y metiéndome ahí, tendré que sacar conclusiones, ¡y el que no responda, tendrá que irse!”.
Ahora se viene Canadá. En Arlington, en el Estadio de los Vaqueros. México volverá a jugar de local, a la espera de si los tricolores texanos son capaces de castigar a su selección como lo hicieron los californianos. Pero, por lo visto ante Estados Unidos, los canadienses de Jesse March pueden darle a México, un nuevo ya tal vez más doloroso golpe de realidad. . .