Férenc Puskas es un símbolo. Quizás en la Copa del Mundo de Suiza 1954 no mostró el nivel esperado, sobre todo porque sufrió una lesión y no pudo jugar dos partidos claves. Sin embargo, en su figura puede sintetizarse todo lo que significó para la historia del fútbol el seleccionado húngaro que perdió la final ante Alemania pero se ganó un lugar en la leyenda. Puskas brilló en los tres encuentros que disputó y se convirtió en leyenda de los Mundiales.
Miklós Kovács firmó con el Kispest a los doce años de edad. Ese nombre no significa nada, pero fue el pseudónimo que utilizó Puskas para eludir las normas que no permitían a los menores fichar por un club profesional. Debutó en primera división a los 16 años y poco tiempo después el club fue tomado por el Ministerio húngaro de defensa, por lo que pasó a llamarse Budapest Honvéd y se convirtió en el equipo del Ejército. Por eso motivo Puskas pasó a integrar las filas militares y se ganó el mote de "Comandante galopante".
Con su equipo ganó todo lo que se puede ganar y en la Selección se convirtió en un héroe nacional. Su debut internacional fue en 1945, cuando sólo tenía 18 años. Ese día le convirtió un gol a Austria en la gran victoria magiar por 5-2. Aquel fue el primer encuentro de ambos combinados tras la Gran Guerra y también el primero de un equipo que dejó una huella imborrable: "Los mágicos magiares".
Puskas lideró al seleccionado húngaro que permaneció cuatro años sin perder y ganó la medalla olímpica de oro en los Juegos de Helsinki. Fue el hombre indispensable en la revolución táctica de Gusztav Sebes, el que mejor entendió las nuevas ideas del entrenador. Junto a Zoltán Czibor, Sándor Kocsis, József Bozsik y Nándor Hidegkut brillaron en los años previos a la Copa del Mundo de 1954 y también en dicho torneo.
El primer gol de Hungría en el Mundial lo marcó el "Cañoncito Pum", quien se ganó ese mote por su potente remate con la pierna izquierda. Fue a los tres minutos del duelo frente a Corea del Sur, que ganaron los europeos por 9-0. Como para cerrar un debut mundialista perfecto, Puskas cerró la cuenta en el último minuto del partido disputado en Zurich.
La goleada 8-3 sobre Alemania Federal fue sin duda uno de las mejores actuaciones del Equipo de oro. Puskas y sus amigos se divirtieron a lo grande y destrozaron a un adversario que en la previa podía ser peligroso. El fenómeno de Honved marcó un gol y generó mil problemas a los gigantes defensores teutones, que nunca supieron cómo controlarlo. O sí supieron: con agresiones físicas: "fue el partido que más me pegaron. No es una excusa, pero no me recuperé de una lesión que me dejó al margen de los cuartos de final y de la semifinal", afirmó Puskas.
Y es cierto, los golpes de los alemanes lo marginaron de los dos compromisos siguientes. El líder futbolístico del equipo vio desde la tribuna la épica victoria sobre Brasil en la Batalla de Berna y también estuvo ausente en la semifinal frente a Uruguay. Ambas fueron victorias por 4-2 de los húngaros, que lograron acceder a la gran final incluso sin su mejor futbolista.
La última estación hacia el título volvió a enfrentar a los Mágicos magiares con Alemania Federal, aquel adversario que quedó de rodillas en la primera ronda. En su regreso a la titularidad tras la lesión, Puskas no acusó la inactividad y convirtió el primer gol del juego, a los cinco minutos. A los ocho Czibor convirtió el segundo y nadie esperaba otra cosa que una nueva fiesta húngara. Sin embargo, diez minutos después el partido estaba 2-2.
A poco del final, Helmut Rahn convirtió el 3-2 y el milagro de Berna tomó forma de manera definitiva. En la última jugada del partido, Puskas convirtió el empate 3-3, pero el árbitro inglés William Ling no lo convalidó debido a una posición adelantada que nunca exisitó. Fue la injusticia final de una definición muy injusta.
El título de "campeón moral" es un lugar común que no tiene sentido. Por eso, Hungría no fue campeón moral de nada. En cambio, sí fue el mejor equipo de una de las mejores Copas del Mundo de todos los tiempos. El que desplegó un fútbol de alto vuelo, el que se animó a llevar adelante nuevas ideas tácticas, el que brilló con una luz que encandila a pesar de la derrota. Y en todo esto tuvo mucho que ver Ferenc Puskas, el símbolo del equipo de oro.