El 7 de abril de 2000, Moacir Barbosa murió por segunda vez. A sus 79 años falleció como el resto de los mortales, valga la reduncia. Pero cinco décadas antes ya había sufrido algo bastante similar a la muerte en vida. Lo que muy pocos sufren: el escarnio popular, unánime, implacable. Fue el escritor mexicano Juan Villoro quien describió al arquero de la Selección de Brasil en el Mundial 1950 como "el hombre que murió dos veces".
Fue protagonista principal de la tragedia deportiva más significativa de todos los tiempos. La multitud más grande que alguna vez asistió a un partido de fútbol vio como su equipo, el indiscutido favorito, caía de rodillas ante un humilde combinado de voluntades. La leyenda fue bautizada como Maracanazo y en su historia viven miles de historias. La de Barbosa es una de ellas.
Aquel partido disputado en Río de Janeiro es mucho más que una final mundialista. Es una metáfora de todo lo que significa este juego para el pueblo sudamericano. Dejó una alegría interminable en unos y una desazón gigantesca en otros, dos sensaciones que aún perduran. Incluso 64 años después se jugó otra Copa del Mundo en Brasil, pero la de 1950 dejó esta historia imposible de olvidar.
Cuando se habla del Maracanazo es casi inevitable pensar en la imagen de Obdulio Varela con la pelota bajo el brazo o la foto de Jules Rimet con el capitán uruguayo, ante la incredulidad de los torcedores. Pero esta vez nos ocuparemos de los derrotados, cuya vida también cambió después de aquel día.
Tras la caída ante Uruguay en el último partido de Brasil 50, la Verdeamarelha ganó cinco Mundiales y se convirtió en el Seleccionado más exitoso del planeta. Sin embargo, los éxitos posteriores nunca hicieron olvidar la tristeza vivida en el Maracaná. Las 200 mil personas que presenciaron el encuentro fueron testigos de un día que quedó grabado en el alma de todo el pueblo brasileño con la fuerza de los momentos más tristes.
Esa pena que vivieron los anónimos fue mucho más potente en los protagonistas. Casi todos los jugadores que hasta ese día eran ídolos nacionales se perdieron en el olvido, pero hubo uno que murió por primera vez ese 16 de julio de 1950. Se trata de Moacir Barbosa, el arquero que soportó los dos goles charrúas.
"La pena más alta en mi país por cometer un crimen es de 30 años. Yo llevo 45 pagando por un delito que no cometí", sentenció el guardavallas muchos años después del Maracanazo. Nadie recuerda que el guardavalla haya tenido especial responsabilidad en los goles uruguayos, sin embargo, todos señalaron a Barbosa como el mayor culpable de la derrota. El futbolista querido por todos pasó a ser el hombre más odiado del país.
"Llegué a tocarla y creí que la había desviado al tiro de esquina, pero escuché el silencio del estadio y me tuve que armar de valor para mirar hacia atrás. Cuando me di cuenta de que la pelota estaba dentro del arco, un frío paralizante recorrió todo mi cuerpo y sentí de inmediato la mirada de todo el estadio sobre mí". Esas son palabras del propio portero, que pareció darse cuenta de inmediato todo lo que estaba por vivir. "La mirada de todo el estadio sobre mí", esa fue su sensación en la cancha, la misma que vivió en las calles durante el resto de su existencia.
"La peor tragedia de la historia de Brasil" o "Nuestro Hiroshima" fueron los titulares de la prensa al día siguiente de la final. El prestigioso periodista Mario Filho escribió en su columna: "La ciudad cerró sus ventanas, se sumergió en el luto. Era como si cada brasileño hubiera perdido al ser más querido. Peor que eso, como si cada brasileño hubiera perdido el honor y la dignidad". La tristeza era muy profunda y todos los índices apuntaban a un gran culpable: Barbosa.
Quizás el único que lo defendió fue uno de sus grandes rivales, Obdulio Varela. El Negro jefe declaró: "La culpa no fue de Barbosa. A esa pelota la hizo entrar el destino".
Moacir fue el primer gran arquero de la historia del fútbol brasileño, pero todo lo bueno que había hecho hasta aquel Mundial fue eliminado del recuerdo de todos. Sólo quedó en la memoria colectiva aquellos dos goles de la Celeste. Muchos años después, un ya anciano Barbosa quiso visitar a la Selección que se preparaba para la Copa del Mundo de 1994. Pero no pudo, porque no lo dejaron entrar: "Ese hombre trae la mala suerte", dijeron. Él ya estaba acostumbrado al desprecio.
Hace dos décadas, en la más cruda pobreza, Moacir Barbosa murió por segunda vez. No hubo homenajes ni minutos de silencio, pero al menos por un momento las críticas fueron silenciadas, por eso del respeto a los muertos. Fue la segunda muerte del arquero del Maracanazo. Hoy es un buen momento para reivindicar a un jugador de fútbol que intentó hacer su trabajo de la mejor manera pero se equivocó y lo pagó demasiado caro... con el destierro y el desprecio. Con la muerte en vida.