Ahora que se cumplen 50 años del Mundial México 70, torneo en el que se encumbró para siempre la figura de Pelé, me gustaría contarles la anécdota de cuando tuve oportunidad de conocer y entrevistar a O’Rei, con gran ayuda del destino.
Aquel domingo de 2004 fui como reportero del periódico Reforma al Estadio Hidalgo para cubrir el partido Campeón de Campeones entre Tuzos y Pumas, que tenía como atractivo principal la presencia de Pelé como invitado especial. Pero cuando bajó a la cancha, todos los reporteros lo rodeamos como abejas en medio de un gran desorden, y el pobre O’Rei no podía ni caminar. Entre tropezones y piquetes de ojo, Pelé alcanzó a decir “Grashas Méshico” y se escabulló hasta llegar a su lugar en el palco presidencial de Jesús Martínez.
Con apenas un par de años en el medio y muchas ganas de conseguir una entrevista con la leyenda, decidí lanzarme al palco y buscarla. ¿Pero cómo? Ir al palco principal y tocar la puerta para decir “Hola, vengo a entrevistar a Pelé” sonaba como una estrategia muy poco efectiva.
Lo que se me ocurrió fue ir a la zona de palcos y tocar la puerta de un palco cualquiera y pedir permiso para pasarme por las butacas al siguiente palco. Y de ahí al siguiente, y al siguiente, y así hasta llegar lo más cerca de donde estaba Pelé brincando los asientos. Memoricé la letanía pidiendo permiso para llegar al siguiente palco: “hola señor, usted no me conoce ni yo a usted, pero soy reportero y quiero entrevistar a Pelé, y su palco está pegado al palco que está pegado al palco que está pegado al palco... qué está pegado al palco donde está Pelé. ¿Me deja pasar?”. Y siempre me daban chance.
Probablemente repetí la mecánica unas 30 veces, hasta que llegué al palco de al lado. Y que cierto es que la vida te pone a las personas correctas en el lugar indicado. Lo sé porque ese día, la vida puso a Bruno Newman junto a Pelé. Por supuesto, yo no tenía ni idea de quién era él, pero después sabría que Bruno es un empresario muy importante en el mundo de la publicidad. Me vio llegar, cruzó la mirada y me preguntó qué quería. Le tiré mi cantaleta y como si ya supiera que yo iba a llegar a esa hora, me dijo: “por supuesto, siéntate aquí y habla con él”.
Ahí estaba yo. Sentado junto a Pelé. ¿Y ahora? ¿Qué le digo? ¿Hola? Es que me pasé taaanto tiempo pensando cómo llegar a Pelé que se me fue un pequeño detalle: ¡¿qué preguntarle?! Con una sonrisa de oreja a oreja, blanca como mazorca, el Rey vio que yo estaba muy nervioso. Amable, comprensivo, comenzó a contestarme. Yo me solté con los minutos, y le hice tal vez unas ocho preguntas. Al otro día se publicó mi nota y quedé muy satisfecho con ella.
Mi mayor sorpresa fue por la tarde del lunes, cuando me hablaron desde la recepción del periódico para decirme que me habían dejado un sobre a mi nombre. Dentro de él había cinco fotos, de ésas que necesitaban ser reveladas de un rollo, en las que aparecía yo hablando con Pelé. El mismo Bruno, quien me cedió el asiento para la entrevista, me tomó las fotos y las mandó al periódico.
Esas fotos las guardo con aprecio, igual que el recorte del periódico con mi nota, como recuerdo de que las recompensas que más se aprecian son las que se consiguen con más trabajo. Pero también es un recuerdo de que la gran mayoría de las veces, ese trabajo puede no servir de mucho… si no tienes una buena dosis de suerte.