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Lamar Odom, fuerte, débil y de la mano con la tragedia

La sonrisa de Lamar Odom pende de un hilo en un hospital de Las Vegas. Su cabeza no responde a los estímulos y dormita mientras se debate entre la vida y la muerte. Cerca, muy cerca estuvieron el martes por la noche algunos de sus compañeros más queridos. Kobe Bryant y Metta World Peace, dos de los que conocieron la versión más brillante de este neoyorquino que siempre se ganó a los que le rodearon. Los Angeles Lakers jugaron un partido de pretemporada en Las Vegas en el mismo momento en que Odom se jugaba la vida en una liga muy diferente.

El dos veces campeón de la NBA con los laguneros nunca debía haber estado sumido en una espiral huidiza marcada por varios acontecimientos dramáticos. Su estado natural deberían haber sido las duelas de baloncesto, los títulos y las ganas de vivir con la mente fresca. El talento no pudo equilibrar su alma, perdida en algún confín desconocido, arrastrada por la marea de una realidad que le acabó mermando.

Las cosas le fueron llegando sin mesura al ala-pívot, la adicción a la heroína de su padre o el fallecimiento de su madre por culpa de un cáncer cuando él tan solo tenía 12 años de edad. Aquello comenzó a moldear a un joven alto, de andar acompasado y discurso sincero. Nunca dejó de hablar de los momentos más tristes de su vida, jamás los evitó de cara a la galería ni tuvo reparos en airear sus sentimientos. Con los ojos llorosos en ocasiones, con una amplia sonrisa en otras y con la mirada perdida en la mayoría. Otra cosa fue su propia asunción, su manera de afrontar tantos y tan precoces reveses. Odom optó por huir de la realidad y dejar sus pensamientos a merced de un mundo paralelo que poco tenía que ver con el que tantos éxitos le estaba dando. Nadie pudo ayudarle.

El rosario de despropósitos siguió su camino. En 2006 Odom perdió a uno los tres hijos que tuvo con su exesposa, Liza Morales. El recién nacido Jayden falleció de manera súbita con seis meses y medio de edad. En 2011 perdió a su primo, que falleció tras ser tiroteado y el día posterior a su funeral el vehículo en el que viajaba Odom se vio envuelto en un accidente de tráfico en el que perdió la vida un adolescente de 15 años. Los últimos episodios fatales sucedieron este verano, cuando perdió a dos de sus mejores amigos por sobredosis: Jamie Sangouthai and Bobby Heyward.

Tantas muertes tatuadas mermaron la personalidad de un Odom fuerte pero débil, que no logró apegarse al deporte de manera incondicional, que siempre estuvo disperso, con las ideas difusas y en ocasiones vacías. Varias suspensiones a sus espaldas, confesiones públicas de consumo de drogas, alcohol, sentencias por conducir bajo los efectos, adicciones... aún guarda el título de Mejor Sexto Hombre de la NBA pero para los que apenas saben de básquetbol su fama llegó por otras razones. La boda/vida televisada con Khloe Hardashian y los derrapes de su vida son una renta injusta para uno de los jugadores que más ilusión han generado desde que fu elegido por Los Angeles Clippers en el cuarto puesto del draft de 1999. Capaz de ser amado por sus compañeros, tanto como odiado. La reacción de Kobe cuando Odom optó por marcharse a jugar a Dallas Mavericks lo dice todo.

Cuatro equipos de la NBA disfrutaron y sufrieron sus vicisitudes en 15 años de una carrera marcada por los altibajos. El último plantel, un Laboral Kutxa que vivió el último suspiro deportivo del ala-pívot. Odom soñó con seguir apegado al baloncesto y a la vida con aquella oportunidad en España en 2014. El sobrepeso era evidente y sus palabras en una entrevista resultaron inexpresivas hasta que su mirada se concentró en el reportero.

"A veces más es menos. A veces más es menos", incidió. "Esta es una gran oportunidad para concentrarme en el básquetbol y en la vida".

Odom siempre ha sido consciente de sus errores pero nunca ha querido salir del todo de su espiral adictiva. Ni por él, ni por los seres que le quieren. Su debilidad se lo ha impedido y ni siquiera las personas más importantes de su vida han podido abrirle los ojos. Ahora sólo queda esperar a que el destino no le dé la espalda.