ROMA -- Con un gol de penalti marcado por Brehme en los últimos minutos del encuentro (1-0), la RFA conquistó la Copa del Mundo de fútbol en la final disputada ayer en el estadio Olímpico de Roma frente a Argentina, que terminó el partido con nueve jugadores por expulsión de Monzón y Dezzotti.
La RFA logró su tercera Copa del Mundo, Beckenbauer ganó el trofeo por segunda vez (el anterior lo consiguió como jugador en 1974) y se mantiene la tradición de que las finales europeas dan campeones del Viejo Continente, sólo rota por el Brasil de Pelé en 1958.
Argentina pagó con creces su pecado venial de haber eliminado a Brasil y su pecado mortal de haber cerrado el paso de Italia a la gran final de Roma. La suerte, que tanto ha sonreído al equipo de Maradona en esta Copa del Mundo, se cebó ayer en él hasta extremos increíbles.
La RFA es el nuevo campeón. Le tocaba después de jugar tres finales consecutivas y quedarse siempre a las puertas del éxito. Pero se adjudicó el título de una manera espúrea, más por la desgracia del adversario que por los propios méritos. El equipo alemán aprendió bien la lección de su anterior encuentro frente a Inglaterra, en el que ganó con más fortuna que merecimientos, y salió anoche al campo sin la más mínima prepotencia. Al contrario: salió con precaución, como la de dejar al líbero Augenthaler
siempre por detrás de la defensa y situar a Matthaeus en una posición mucho más retrasada de lo que juega habitualmente.
Otro aspecto de la prudencia con que jugó el equipo alemán en el primer tiempo, el único en el que puede decirse con propiedad que hubo partido, fue el marcaje a Maradona. El marcaje en sí al capitán argentino fue encomendado a Buchwald, un gigante que vigilaba a una cierta distancia aljugador del Nápoles y sólo se le venía encima cuando la pelota llegaba a sus pies.
En realidad, a Maradona se le hizo más un marcaje por pasiva que por activa, que consistió en aislarle de sus compañeros: apenas el balón caía en sus pies los jugadores alemanes, como autómatas, trataban de que no hubiera ningún jugador argentino desmarcado y muy especialmente Burruchaga y Basualdo, los dos hombres que ayer, ausente Caniggia, mejor podían auxiliar a Maradona.
Argentina cerró muy bien los huecos atrás, en la defensa, pero pecó de blandura en los marcajes en el centro del campo. Esa zona y con ella el dominio territorial y la iniciativa del partido fue siempre de los alemanes, con un Haessler que prodigó su cambio de ritmo endiablado y un Littbarski que, en su tercer Mundial consecutivo, todavía dio muestras de conservar un elevado nivel de fantasía en su juego.
Aunque Voeller y Klinsmann estaban muy bien marcados por Serrizuela y Ruggeri respectivamente, parecía claro que la RFA llegaba con fluidez hasta el área argentina y que sería difícil contener durante todo el encuentro las avalanchas cíclicas que el juego del mediocampo alemán provocaba sobre el área sudamericana.
En el primer tiempo no hubo ninguna ocasión clara de gol ni el juego fue digno de una final de la Copa del Mundo. La única conclusión a la que permitió llegar el 0-0 con que terminaron los primeros 45 minutos fue la de que Bilardo, el seleccionador argentino, con un equipo disminuido por las sanciones, había sabido neutralizar al gran favorito gracias a un aceptable sistema de cierre y al mucho coraje con que se emplearon sus jugadores. Y eso contando con que Burruchaga, uno de los héroes de la semifinal ante Italia, estuvo muy por debajo de sus posi bilidades, lo que constituyó un grave "handicap" para el funcionamiento del centro del campo, y Dezzotti, por su lentitud, invalidó cualquier intento de contraataque.
Pero la resistencia de los argentinos, numantina a veces, tuvo un límite: el que le permitió el árbitro Codesal, uruguayo hasta hace diez años y ahora mexicano, yerno de uno de los mandamases de la Comi sión de Árbitros de la FIFA, Javier Arriaga.
De nada sirvió que, tras el descanso, Argentina repitiera el planteamiento que le había dado tan buenos frutos ante Italia unos días antes.
DEZZOTTI, SÓLO E INÚTIL
Maradona y Calderón (que reemplazó al desconocido Burruchaga) aparecían como los únicos elementos de enlace con Dezotti, solo y abandonado en punta. Todos los demás, atrás, defendiendo a capa y espada (más espada que capa), la integridad de su portería. Y la ausencia tras el descanso de Ruggeri, lesionado al final del primer tiempo, no le sintió nada bien al sistema argentino.
Una entrada fuerte, y sobre todo muy aparatosa, de Monzón (precisamente el jugador que había relevado a Ruggeri) a Klinsmann (minuto 74) convirtió al defensa argentino en el primer jugador de la historia en ser expulsado en una final de Copa del Mundo. El árbitro Codesal, con esa tarjeta roja, entraba también en la historia del fútbol, pero por la puerta de servicio. Su actuación fue lamentable, pero a tono con el bajísimo nivel general del arbitraje en esta Copa del Mundo.
Poco después vino el penalti en una entrada de Sensini a Voeller en el área. Penales mucho más claros no se han pitado. Por ejemplo, sin ir más lejos, el que le habían hecho cinco minutos antes a Calderón en el área de la RFA. O incluso el que pudo existir antes de eso en una entrada del portero argentino, Goycoechea, al defensa alemán Augenthaler, que por una vez había pisado el área rival.
Está bien claro que el 1-0 dejaba el partido visto para sentencia pero el árbitro, por si acaso, aún expulsó a Dezotti (minuto 86), con lo que redondeó una faena nefasta y echó la última palada de tierra sobre la sepultura de Argentina, que se quedaba con las ganas de renovar su título de México'86.
Para los amantes del fútbol el final de Italia'90 no fue precisamente un final feliz. Aunque tampoco cabía esperar mucho más de un torneo que, desde luego, no ha respondido más que en contadas ocasiones a la expectación que había generado.