BUENOS AIRES -- Emprende una corrida loca. Se saca la camiseta. No tardan en alcanzarlo, en medio de un delirio Monumental. Una locura generalizada. Sus compañeros lo felicitan, le agradecen. Se besa los tatuajes, abre los brazos y agradece al cielo. Un cielo que devuelve un diluvio. O un mar de lágrimas. Porque la escena emociona hasta el más insensible.
Él es el Loco Palermo. O simplemente Martín. El muchacho de la película que protagoniza otro capítulo glorioso, con un gol que quedará en la historia.
Vox Populi, Vox Dei. La gente lo empezó a pedir a los 27 del primer tiempo: "Paleeeeermo, "Paleeeeermo". E insistió siete minutos después, cuando el equipo no podía entrarle al ordenado Perú. Maradona escuchó el reclamo y lo mandó para el segundo tiempo, en lugar de Enzo Pérez.
No tenía chances claras frente a Butrón. Y encima a los 10 minutos tenía que salir momentáneamente por un golpe que le hizo sangrar la nariz. Fiel a su historia, rápida recuperación y a la cancha.
Con la salida de Higuaín, quedó como único punta de referencia y se las resbuscaba para pelear con los centrales. De paso le pedía más juego a Messi y compañía. Sólo durante el 3º minuto de descuento y con la desesperación por evitar el empate, a su juego lo llamaron.
Insúa ejecutó un corner pasado desde la derecha, Di María volvió a poner la pelota en circulación dentro del área, el mismo Insúa tiró un buscapié y tras una serie de rebotes, apareció él, en su habitat natural, para empujar el balón a la red y darle a la Argentina un triunfo vital por 2-1 sobre Perú. Quizás en offside y con el algodón en la nariz. Bien dramático, bien heroico, a lo Palermo. Todo el Monumental gritando por él. ¿Quién lo hubiera dicho?
"Un milagro más de San Palermo", lo catalogó su técnico Diego Maradona, que le dio un abrazo del alma al Titán tras el partido. "En mi carrera me han pasado muchas cosas, pero no pierdo la capacidad de asombro por todo lo que me ocurre", admite Martín, quien destaca: "Mi sacrificio, nunca bajar los brazos, me enseñaron eso, siempre mirar para adelante".
Difícil no caer en lugares comunes. Muchos se ha dicho y escrito sobre Martín Palermo. Al que algunos, cada vez menos, irrespetuosos tildan de tronco, patadura o simplemente un futbolista con suerte que sólo sabe cabecear.
Es el tipo que en 1999 anotó su gol 100 ya con la rotura de los ligamentos cruzados de su rodilla derecha. El que volvió con un gol antólogico, y en cámara lenta, para eliminar a River de la Libertadores 2000. El de los dos goles al Real Madrid en la Intercontinental.
El que en 2001 sufrió una fractura expuesta de tibia y peroné de manera insólita, cuando se le cayó un muro mientras celebraba un tanto en Villarreal. El que erró tres penales en el mismo partido en el Argentina-Colombia de la Copa América '99.
El que sufrió el golpe más duro, como es la muerte de un hijo, y a las pocas horas decidió jugar y marcó dos goles para el triunfo ante Banfield. El que volvió a romperse la rodilla, con 34 años, y reapareció más rápido de lo pensado.
El de los peinados excéntricos y festejos originales. El que metió goles de penal con las dos piernas, colgándose del travesaño, de chilena, con un zapatazo de mitad de cancha o uno reciente de cabeza desde casi 39 metros. El que le hizo tres al Atlas en un tiempo, en México. El del récord de goles en torneos cortos (20 en 19 partidos).
El multicampeón y goleador del profesionalismo de Boca. El que tiene 200 gritos en Argentina y otros tantos en el exterior. El Optimista del Gol, como lo bautizó Carlos Bianchi.
El que siempre resurge y se reinventa a sí mismo.
Mejor paramos acá. Seguramente habrá más capítulos de película.
Y de ahí, al Oscar sin escalas.