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Semifinal en Tokio 2020 suma otro capítulo a la rivalidad México-Brasil

Un momento clave se produjo en plena Copa América 1999: Brasil tenía ventaja 2-1 en el marcador; sin embargo, México no dejaba de presionar. Y mientras corría el reloj, el cuerpo técnico y los suplentes del seleccionado brasileño se pusieron de pie, rogándole al árbitro que diera el pitazo final.

Los mexicanos no podían dar crédito a lo que veían sus ojos. ¡Brasil les tenía miedo! México cargó con la derrota, aunque ganó mucho respeto propio. Durante toda la historia del balompié, especialmente en aquel Mundial de 1970 disputado en su país, los mexicanos miraban al fútbol brasileño como referencia casi intocable. Y ahora México pudo echarles un guantazo a los dioses.

La población de México es un poco más de la mitad de la de Brasil; no obstante, supera en más de dos veces y medio a la de Argentina. Un choque entre México y Brasil tiene el potencial de convertirse en el superclásico latinoamericano y la semifinal olímpica de este martes será un paso más en ese camino.

La tendencia siempre era que los brasileños miraran a los mexicanos por encima del hombro, haciendo comparaciones desfavorables debido a la menor tradición futbolística de los aztecas. En el Mundial sub-17 de 2005, varios miembros del cuerpo técnico del seleccionado de Brasil se felicitaban entre ellos tras una emocionante victoria 4-3 sobre Turquía en semifinales.

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“Acabamos de superar al segundo mejor plantel del torneo”, me dijo un miembro de la delegación brasileña. Era un análisis que menospreciaba el obvio hecho que, ese mismo día, México se impuso 4-0 en su respectiva llave de semifinales. Cuando ambas oncenas se enfrentaron en la final, fue una cómoda victoria para figuras tales como Giovani Dos Santos y Carlos Vela, superando a jugadores de la talla de Marcelo y Anderson. México ganó 3-0 y tenía un título mundial en su haber.

Los honores siguen perteneciendo a Brasil en el torneo que importa de verdad: la Copa del Mundo de mayores. El tanto convertido por Pelé contra México en 1962 puede ser el mejor gol de “O Rei” en la competición: una clase maestra de destrezas, equilibrio y poder.

Más reciente, Brasil venció 2-0 cuando ambas selecciones chocaron en la segunda ronda del Mundial de Rusia 2018. El empate sin goles entre ambos combinados en la fase de grupos cuatro años antes es igual de importante. Brasil tuvo un inicio incómodo, con un triunfo controversial sobre Croacia en su debut mundialista en patio propio. Se podía atribuir la dispar actuación a los nervios de la primera noche. El segundo partido mostró a la verdadera selección de Brasil de forma contundente.

Pero México (con un portero Guillermo Ochoa en su mejor forma) fue capaz de mantener a raya al Scratch. Los susurros no dejaban de correr por el palco de prensa: ¿Eso es todo lo que tiene Brasil? Las dudas comenzaron a apoderarse de la concentración. Parece válido argumentar que el bajón de nivel que redundó en aquella extraordinaria capitulación 7-1 en semifinales ante Alemania se inició un par de semana antes en el encuentro ante los mexicanos.

Y, como es obvio, México puede animarse al recordar la final de los Juegos Olímpicos de Londres disputada hace nueve años, cuando salieron con rapidez para establecer una ventaja que Brasil nunca pudo remontar. Ahora México tiene su propia tradición de ganar títulos contra Brasil. Por ello, no existe razón para sentirse intimidados con miras a la semifinal del martes. El mismo Ochoa está presente para aportar la última línea defensiva, contra un seleccionado brasileño que lucha para recuperar la aptitud física de su centrodelantero Matheus Cunha para que pueda jugar el partido.

Richarlison ha anotado la mayor parte de los goles para Brasil, aunque Cunha ha cobrado una importancia similar, combinando bien y aportando al ataque una sólida base con su regreso a un óptimo nivel goleador, lo que podría ser muy interesante para el plantel de mayores. El hombre del Everton fue autor del único tanto del choque de cuartos de final contra Egipto, aunque salió del encuentro posteriormente tras sufrir un problema muscular. Brasil le echará de menos si se ausenta, o incluso si no muestra su mejor forma.

Pero es al otro lado de la cancha donde la situación despierta mayor interés. Con 14 goles en sus cuatro encuentros, México posee mucha más pólvora que los anteriores oponentes de Brasil en el torneo olímpico. El central del Sevilla Diego Carlos ha sorprendido por la debilidad demostrada a la hora de defender contra centros; sin embargo, derrocha elegancia en la cancha. Su socio Nino puede verse sorprendido por la velocidad, y el lateral que juega por ese lado del campo es Daniel Alves, siempre mejor conocido por su capacidad ofensiva e inteligencia que por el aspecto defensivo de su juego.

Ésta es una selección mexicana con experiencia: la mayoría de sus miembros tiene minutos con el equipo nacional de mayores. También comparten el olfato goleador: siete de sus jugadores han convertido en la competición. Con su juego en el mediocampo y velocidad por las bandas, México planteará serias dudas con respecto a la defensiva brasileña.

La incógnita a corto plazo es simple: ¿cuál de estos equipos jugará el partido por la medalla de oro este sábado? La pregunta a largo plazo es más interesante: ¿en qué nivel dejará este encuentro a Brasil-México en su camino a convertirse en una de las grandes rivalidades futbolísticas latinoamericanas?