Jerry West es el baloncesto hecho persona. Aunque falleció este miércoles a los 86 años su nombre vivirá por siempre.
Jerry West, jugador talentoso, estrella de la NBA, ícono, formador de dinastías y, por sobre todas las cosas, guía y referente de los que amamos el baloncesto, falleció a los 86 años.
Tan doloroso es leer esta línea, que cuesta sacudirnos el estado de shock que nos agobia.
Peor aún, resulta cas inaceptable. ¿Cómo es posible que debamos despedir a un hombre que hace rato se había ganado la inmortalidad?
La pregunta no tiene mayor respuesta que un silencio indeseado. Acaso como para intentar recobrar fuerzas y seguir adelante.
Apenas tuve la suerte de coincidir con él unos pocos minutos cuando presentó su libro West by West en ESPN.
En su monólogo ante varias personas, mostró su pasión por el deporte que practicó y desnudó cada uno de sus atributos, inseguridades y hasta sus tormentos como persona.
Todo esto sin ocultar, ni tan siquiera intentarlo ocultar, su bonhomía, su humildad y su carisma.
Tras escuchar atentamente las lecciones de vida que nos regaló en casi una hora de charla, me acerqué a él, temeroso, y le dije: “como fanático del básquetbol y de Los Angeles Lakers, quiero agradecerle todo lo que hizo por la franquicia de la que soy hincha, tanto como jugador como GM”.
Su respuesta fue un simple “gracias, pero todo lo conseguido no fue mi obra exclusivamente. Simplemente tuve la suerte de tener gente talentosa que me ayudó a que todo saliera bien”.
Inmediatamente cambió el foco de la conversación para preguntarme de donde provenía mi acento.
“De Argentina”, le dije.
“No conozco tu país, pero sé que juegan buen básquet. Lo sé por Manu Ginóbili, Luis Scola y muchos más. Daba gusto ver jugar a ese equipo”, respondió con una sinceridad absoluta.
La misma sinceridad había tenido en su exposición diciendo que de haber sido por él, no habría escogido a Magic Johnson en el draft de 1979. “Quien lo eligió fue Jerry Buss, que era mi jefe. Y tenía razón. El equivocado era yo”.
En lo que no se equivocó fue en armar una de las dinastías más espectaculares de la NBA: el showtime de Magic, Kareen-Abdul Jabbar, James Worthy y Pat Riley como abanderados. Fue él su arquitecto.
También armó aquel equipo con Kobe, Shaq y Phil Jackson que dominó el inicio del siglo 21. En esa ocasión, él formó la base del plantel, trajo al mítico entrenador a pesar de tener diferencias con él, entendiendo que era a quien necesitaba la franquicia.
Como jugador, le tocó sufrir la dinastía de los Celtics y Bill Russell, a quienes nunca pudo vencer mano a mano. Sin embargo, tuvo la dicha de coronarse campeón como jugador vistiendo el uniforme de sus Lakers, uno de sus máximos logros que recuerde.
“Puedo decir con total certeza, que tengo el orgullo de haber defendido como jugador a mi alma mater de West Virginia, a los Lakers y a la selección de mi país cuando ganamos el oro en los Juego Olímpicos de Roma (1960)”, me confió antes de despedirse en esos minutos que atesoro como uno de mis mayores recuerdos.
Su hoja de vida tiene muchísimas páginas doradas. Imposible enumerarlas una por una.
Pero con solo recordar algunas de ellas, no dudaremos en decir que, si el baloncesto tuviera nombre propio, debería llamarse Jerry West. No es casualidad que su imagen es el logo de la mejor liga de basquetbol del mundo.
Este 12 de junio de 2024 es un día triste. No va a ser fácil aceptar que ya no esté entre nosotros. Pero bastará con mirar alrededor para ver como su persona se refleja en todo lo que tiene que ver con el baloncesto.
Jerry West fue líder dentro y fuera de una cancha.
Jerry West fue un ganador nato y una de las mentes más brillantes de la NBA.
Fue un faro inspirador para varias generaciones de jugadores.
Fue el espejo en donde se reflejaban el valor supremo que todo deporte enseña: que el equipo es mucho más que la suma de las partes.
Personificó a la competitividad, el esfuerzo, el liderazgo, el altruismo y a saber poner los intereses colectivos por sobre el individualismo.
Jerry West fue, es y será el básquet en persona.
Hasta siempre, Leyenda.
Descanse en paz.