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El último baile de Kobe Bryant

13 de abril de 2016.

Kobe Bryant levanta el dedo índice de su mano derecha y con la izquierda se golpea el pecho. El Staples Center, nutrido como nunca, se abroquela en un único grito. Sus compañeros se acercan y lo abrazan, lo contienen, lo exaltan. Bryant, agotado, se sumerge en los brazos de Brian Shaw en lo que será el último baile en Hollywood.

Superman, de nuevo, ha salvado la ciudad. Esta será, sin embargo, la última vez que lucirá la capa.

La escena parece extraída de algún guión escrito a sólo cuadras de distancia. Realismo mágico sobre el parquet: con 37 años y 234 días vividos, Bryant ha destrozado a Utah Jazz con sus propias manos. 60 puntos, el máximo para cualquier jugador en su último juego de temporada regular. Él solo le ha ganado a la armada completa de Utah (23-21) en el último cuarto para que su equipo quiebre una desventaja de 15 puntos en el marcador.

Las celebridades, al pie de cancha, pierden la cordura: Jack Nicholson, aún sentado, señala hacia un horizonte imaginario y acto seguido recrea la risa estrambótica de Atrapado sin Salida. Snoop Dogg, de pie, se mantiene inmóvil y aprovecha los cristales de sus lentes oscuros para intentar, en vano, ocultar lágrimas de emoción que descienden por sus mejillas. Jay-Z, aturdido, se desploma sobre su butaca y se envuelve a sí mismo con sus brazos.

El mundo, a través de la pantalla, se une en un único punto. Todos, absolutamente todos, son Kobe Bryant. El básquetbol, a veces, tiene razones que la razón no entiende.

"Le diste a un niño de seis años su sueño Laker. Y siempre te amaré por eso. Pero no puedo ser obsesivo y amarte por mucho más tiempo. Esta temporada es todo lo que me queda por dar. Mi corazón puede soportar los golpes, mi mente puede manejar la rutina, pero mi cuerpo sabe que es hora de decir adiós ".

Eso escribió Kobe Bryant, en el año 2015.

Esa noche, rodeado de su gente, se conformó tiempo y espacio perfecto para exhibir una síntesis de quien supo ser como jugador. Un anotador voraz, un Laker genuino por más de dos décadas, pero por sobre todas las cosas un competidor extremo. Un obsesivo consigo mismo, capaz de derrotar con su mente el desgaste lógico de su cuerpo. Las horas extra de gimnasio, las noches revolcándose en el colchón sin poder dormir, los tiros ejecutados una y otra vez en los entrenamientos con el objetivo de extender los límites, se vieron todos juntos por espacio de 48 minutos. Kobe fue, para sus seguidores, el ejemplo cabal de que no importa cuánto talento se tenga: el éxito se consumará si se le pone un esfuerzo mayúsculo a cada minuto, a cada hora, a cada día.

"¿Qué más puedo decir?", se preguntó Bryant a sí mismo luego del juego. "Mamba out."

Con el estadio entero de pie, Kobe anotó un triple con 59 segundos por jugar y otro con 31 en el reloj, para que los Lakers se pongan al frente 97-96. Terminó con una asistencia antes de salir hacia el banco de suplentes para recibir el grito ensordecedor del mundo, con 4.1 segundos en el reloj y con el equipo angelino llegando a la 17ª victoria de la temporada.

"El final perfecto hubiese sido un campeonato", dijo Bryant con una sonrisa. "Pero para mí, esta noche significó volver a salir, jugar duro y tratar de montar un show más grande dentro de mis posibilidades. Se sintió muy bien poder hacerlo por última vez", completó.

Ahora, Kobe abraza uno a uno a sus compañeros de equipo. Será la última vez. Pone sus dos manos en el corazón y las extiende hacia la tribuna. Se agolpan, todos juntos, recuerdos en forma de videoclip: la noche del Draft en la que la fortuna le permitió vestirse de oro y púrpura, los cinco campeonatos obtenidos con la franquicia, los compañeros que le permitieron levantar la vara, las alegrías recurrentes y las noches de dolor, con el recuerdo vívido de la lesión en el tendón de aquiles, que lo golpeó pero que, como era de esperar, no lo derrotó. Todos los hechos juntos conforman la fisonomía del ídolo.

Kobe se acerca ahora a su familia. Besa a Gianna, luego a Natalia y regresa a Gianna para finalizar el ritual de cada juego: doble golpe de puño, humo al cielo imaginario y despedida, ante la atenta mirada de Vanessa.

El destino, maldito destino, nos deja entonces un nudo en la garganta. La escena nos vuelve a quebrar por dentro: es un dolor que llegó para quedarse y volver, de vez en cuando, en forma de nostalgia.

Los finales, sin embargo, no existen con esta clase de atletas. Los genios hechos de esta madera siempre son punto de partida. Nos permiten exhibir, a quien haga falta, que hay un espíritu de trabajo, de superación, que bien vale emular en lo que hagamos, sin importar si es básquetbol o cualquier otra cosa que emprendamos en nuestras vidas: nunca importa el principio ni el final, sino que siempre importará el camino. Una forma de hacer las cosas que va más allá de un resultado.

Los 60 puntos ante Utah Jazz, con casi 38 años, conforman así una de las hazañas más memorables de la historia: el triunfo definitivo de la mente sobre el cuerpo.

Querer, para Kobe Bryant, siempre fue poder. Quizás el tiempo, sólo el tiempo, nos permita tomar distancia y disfrutar de sus proezas sin dolor.

Su inmortalidad, en definitiva, se cristalizará siempre con nuestros recuerdos.