Cuando recuerdo 1981 se me vienen a la mente dos cosas inmediatamente: la muerte de mi abuelo y Fernando Valenzuela. Una fue muy dolorosa en el plano personal, y la otra, que me ayudó a sanar, marcó el inicio de la era más gloriosa del deporte mexicano.
Así de trascendente es para mí y para muchos mexicanos el año en que un hombre miró al cielo para pasar una pelota en forma de 'tirabuzón' por el ojo de una aguja.
Pero esa trascendencia del hombre de Etchohuaquila, Sonora, cuyo número 34 reposará desde el viernes 11 de agosto de 2023, y para siempre, en el Dodger Stadium, nadie la imaginaba el día en que Tom Lasorda le dio la pelota para el juego inaugural de la temporada de 1981, luego de que su as, Jerry Reuss, se encontrara indispuesto por una lesión en la pantorrilla... pero una vez que terminó el juego ya había un fuerte olor a leyenda en el ambiente.
Yo tenía 11 años, cuando el 9 de abril de 1981, el montículo del estadio de Chavez Ravine fue ocupado por un robusto sujeto de origen yaqui proveniente de un poblado que entonces tenía menos de 700 y hoy no llega a 800 habitantes. Fernando Valenzuela Anguamea tenía 20 años y la oportunidad se le presentaba para enfrentar a los Houston Astros y a su veterano lanzador de bola de nudillos, Joe Niekro.
No vi ese partido, porque fue un jueves en la tarde y yo iba apenas de regreso de la escuela secundaria, donde cursaba el primer año algo así como Freshman en Middle School, pero esa noche en el noticiero nocturno de televisión en el principal canal en México, Televisa, la noticia era el impresionante debut como abridor de ese desconocido lanzador zurdo.
Tampoco fue la noticia de ocho columnas, pero había completado una blanqueada. Era un tiempo en que no existía la televisión por cable en México, al menos no para los simples mortales que éramos la mayoría.
La programación de los seis canales abiertos (2, 4, 5, 8, 11 y 13) era ocupada entre semana por programas de concurso y variedades, una gran barra de telenovelas, caricaturas, series de Estados Unidos dobladas al español como 'Los Angeles de Charlie (Charlie´s Angels) o Hawaii 5-0 y noticieros, pero no había beisbol por la tarde.
El juego inició a las 13:11 horas de Los Angeles, 16:11 de México y terminó poco más de dos horas más tarde. El beisbol era materia muy nocturna o de sábados y domingos en la mañana, imposible que fuera dado en la barra de TV mexicana, además Fernando Valenzuela era, como dijimos, un perfecto desconocido.
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No lo sabíamos, pero esa noche nació la Fernandomanía, algo que creció como lo hacían los mitos en los tiempos donde no había Internet, redes sociales ni teléfonos celulares... ¡vamos, era raro que alguien tuviera una computadora personal en casa! Todo pasó en la TV y en los diarios deportivos.
Luego de ver la algo escueta noticia difundida por el presentador Fernando Schwartz en el noticiero 24 Horas, donde el titular era Jacobo Zabludovsky, un sobrio y polémico presentador alineado a los intereses del gobierno en turno y que daba poca importancia al deporte, al otro día lo primero que hice al salir en mi último día de clases antes de las vacaciones de Semana Santa, fue ir al kiosko de revistas y periódicos a ver la noticia del extraordinario joven mexicano que había hecho una hazaña con los Dodgers, pero no había nada en las portadas de los principales deportivos de la época: Esto, La Afición u Ovaciones. Era noticia de interiores.
Al menos en la Ciudad de México, donde yo vivía, el beisbol era un deporte poco seguido por las grandes audiencias y públicos, pero con un arraigo especial entre los entendidos. Mi escuela estaba a dos calles del Parque del Seguro Social, casa de los Diablos Rojos de México y los Tigres Capitalinos, los dos equipos más importantes de la pelota caliente mexicana, así que para mí era habitual colarme de contrabando a los partidos (sin pagar, pero no por pillo sino por pobre). Había tradición y público, pero luego empezó un furor por el deporte.
A la victoria sobre Houston siguió la salida exitosa de Valenzuela, 7-1 frente los Giants, luego la victoria 2-0 contra los Padres y más tarde un 1-0 de nuevo ante los Astros, ahí realmente empezó la Fernandomanía en México y definitivamente tenía nuestra atención. Por Fernando Valenzuela todo el mundo empezó a ver el beisbol de las Grandes Ligas.
El gran trío de narradores que nos llevaron al 'Toro'
Televisa, la cadena de TV más antigua e influyente de México tenía los derechos de transmisión de las Grandes Ligas y los comenzó a explotar como nunca. El equipo de narración integrado por Jorge 'Sonny' Alarcón, Pedro 'Mago' Septién y Antonio de Valdés tomó la responsabilidad de llevar hasta "nuestros hogares" cada lanzamiento de tirabuzón de 'El Toro', quien recibió ese apodo producto de una encuesta realizada por el diario angelino Herald Examiner.Sinceramente eso lo supe hace poco, pero para mí el apodo se lo había puesto el colorido comentarista Alarcón. Ahora que lo recuerdo, 'Sonny' primero le decía 'Gordo', por obvias razones.
Las primeras palabras del naciente ídolo llegaban vía microondas a los noticieros locales y nacionales, pero no eran muchas ni muy elocuentes. Fernando Valenzuela era un chico tímido, sencillo, sincero y poco dado a hablar (hasta la fecha) y sus declaraciones no saciaban la sed de noticia de algunos.
Físicamente era uno más y eso lo hacía popular. Ver a Valenzuela era verte. Un hombre de tez morena, corpulento, pero no precisamente atlético, fuerte y serio, trabajador y que el inglés no era su arma, esa era su talento. Cabello lacio y largo, algo de acné juvenil y rostro regordete. Un mexicano más luchando por abrirse paso en la ciudad de Los Angeles entre 'gringos' y, como no pocas veces pasa, haciendo el trabajo mejor.
Por mi parte, jamás me perdía un partido de Fernando Valenzuela por televisión, a pesar de que en mi casa (palabras textuales de mi padre) las luces y las puertas se apagaban a las 10 de la noche y ninguna actividad diferente a dormir estaba permitida luego de esa hora.
Afortunadamente, en mi cuarto había una minúscula televisión Sony Solid State portátil de unas 6 pulgadas de pantalla con opciones de UHF y VHF, en dos perillas para lograr captar canales con una antena retráctil y un botón de encendido que se empujaba o jalaba.
Ese televisor fue vendido por mi tía Lupe, que se dedicaba a traer 'fayuca' (mercancía de contrabando de Estados Unidos a México), y que su hermano, mi papá vio como una ganga. Pues ese fue el lugar donde mis ojos y oídos fueron el punto de entrada para idolatrar al gran Valenzuela.
Con el volumen en lo más bajo y la pantalla dentro de las sábanas vi llegar la octava victoria en igual número de salidas para Fernando Valenzuela, mientras me deleitaba con las maravillosas narraciones del trío mexicano.
De Valdés, el joven, era ameno, descriptivo y objetivo, mientras que 'Sonny' Alarcón tiraba frases que me hacían pujar de risa (pujar porque tenía que estar callado para no ser descubierto).
"Dusty Baker se robó la base corriendo como quien camina sobre brasas ardientes", dijo del entonces jardinero de los Dodgers que tiene, ciertamente, un estilo peculiar de andar y lo tenía también de fildear.
"Las ojeras de Tom Lasorda esta noche son tan notorias que parece que se las patearon", apuntó con jocosa precisión el que es, a mi gusto, el mejor comentarista de color que haya dado el periodismo mexicano.
"¡Venga, Fernando!", era el grito de batalla de Sonny cuando le faltaban tres outs para terminar una obra de esas que le encomendaba Lasorda, quien parecía que no tenía relevistas y que, por eso, años después, muchos le achacamos haber exprimido el brazo izquierdo de Valenzuela y haber impedido que tuviera una carrera más larga.
'El Mago' Septién, por su parte, era el historiador, pero no uno cualquiera. Don Pedro 'Marqués de Querétaro y Balnerarios circunvecinos' como le decía un poco en broma y otro poco en serio, 'Sonny' Alarcón, era un genio.
Fue apodado 'El Mago' el día que tuvo que narrar para radio un juego de Serie Mundial sin poder verlo, inventándolo, porque no pudo ir al estadio. Lo hizo completo, el problema fue que el partido se suspendió por lluvia, pero al otro día se jugó y el marcador fue el mismo que había imaginado Septién.
"El cuadrangular, batazo que construye monumentos y destruye castillos", era una de sus frases emblemáticas y gracias él todos memorizamos que Don Larsen era el único mortal que había lanzado un juego perfecto en Serie Mundial, justo en 1956, además de que tenía una libreta con apuntes en todas las direcciones de cada hoja con datos que tenían que ver con cada acción en el diamante. Algo así como un Google del beisbol que todo lo sabía y podía recitarte de memoria cualquier inning de cualquier partido de la Serie Mundial que quisieras... todos.
Juntos eran el cuarteto perfecto: El gran Valenzuela en la lomita y el trío fantástico en el micrófono.
Me atrevo a decir que sin esos periodistas en el relato los juegos de Fernando Valenzuela no habrían sido lo mismo para los mexicanos. Eran nuestros Scully y Jarrín. Magia en el diamante y magia en el altavoz.
Aprendimos a querer a Mike Scioscia, Steve Garvey, Davey Lopes, Bill Russell, Ron Cey, Dusty Baker, Rick Monday y Pedro Guerrero. Un buen aficionado podía y puede recitar de corrido la alineación estelar de aquellos Dodgers y algunos jugadores alternativos como Kenny Landreaux, Steve Yeager, claro.
Para los fans del 'Dodger Blue', Garvey era 'Mr Clean', pero para los mexicanos Garvey se convirtió en 'El Señorito', Cey, apodado 'Penguin' por su forma de correr, sería 'El Pingüino' para nosotros. La afición por los Dodgers y por la pelota de MLB era total. En mi caso yo no le iba Los Angeles, yo empecé a seguir el beisbol antes, soy de los Chicago Cubs, 'Cachorro', pero cuando lanzaba Valenzuela, yo era de Fernando.
Para cuando Fernando Valenzuela, el brazo izquierdo que descubrió Mike Brito había llegado a la marca de 8-0, con cinco blanqueadas y siete juegos completos, ya era el mexicano más famoso y querido. Hoy a la distancia, luego de la huelga que azotó a MLB en junio de ese año, a la cual llegó con marca de 9-4 y paró todo por dos meses la figura de Valenzuela se agiganta, porque él fue uno de los jugadores que motivaron a la gente a volver al parque, ya que mucha gente estaba decepcionada con el paro.
La Serie Mundial
En casa, mi abuelo compraba todos los días el periódico y comentábamos sobre el increíble periplo de Fernando Valenzuela, pero dejó de hacerlo cuando cayó en cama por un agresivo cáncer. Don Juan Cortés murió el 15 de septiembre de 1981 y no alcanzó a ver al gran pitcher de Etchohuaquila en playoffs.
Y como toda historia fantástica, Dodgers llegó a la Serie Mundial, nada menos que contra los Yankees. Los Bombarderos del Bronx se llevaron los dos primeros juegos en Nueva York y a Valenzuela le correspondió abrir el tercero en Dodger Stadium. Es quizás la salida más titubeante que le haya visto en el año.
Veinticinco lanzamientos y un cero colgado en el primer inning, luego 23 en el segundo con un jonrón de Bob Watson y un doblete de Rick Cerone que no se fue del otro lado porque el tubo que divide la tribuna del jardín izquierda rechazó la pelota al campo.
Para la tercera entrada ya había hecho 70 lanzamientos a home. Imposible de pensar que un pitcher se mantuviera en la lomita en estos tiempos con ese desgaste y el marcador en contra 4-3, pero a Lasorda le gustaba vivir o morir con su abridor, mientras que Bob Lemon trajo la grúa para remover a Dave Righetti.
'Sonny' Alarcón, 'El Mago' y Toño de Valdés hacían acopio de mesura para no alarmarnos, pero era evidente que Valenzuela naufragaba, pero después de eso admitió sólo tres imparables en 6 entradas para revivir a los Dodgers, que desde ese momento se enfilaron para remontar el 0-2 y terminar con el gallardete de la Serie Mundial 4-2. La locura.
Era tanta la fe en Valenzuela que en México querían que se llegara al séptimo juego para que fuera Fernando quien diera el título mundial a los Dodgers, estábamos convencidos de que podía hacerlo.
Fernando, Hugo y Julio, el olimpo del deporte mexicano
Una sociedad mexicana inmersa en una profunda crisis económica, con una inflación histórica y el peso devaluado encontró solaz y refugio en las hazañas de Valenzuela y lo proclamaron ídolo.
La boda de Fernando con la novia que hizo cuando jugaba de adolescente en los Leones de Yucatán fue un acontecimiento nacional. Linda Margarita Burgos era la mujer que envidiaban las chicas que saltaban las bardas en el parque para besar a Fernando, porque eso pasó muchas veces.
Al ascenso de Valenzuela se sumaron en poco tiempo los de Hugo Sánchez en el futbol y el de Julio César Chávez en el boxeo.
Hugo se coronó campeón de la Primera División de México en 1981 con los Pumas, un par de meses antes de la Serie Mundial de MLB, y se embarcó a la aventura europea con el Atlético de Madrid.
Tres años después, Chávez se coronaría campeón de peso superpluma del CMB y con él se completaría la tercia de ases que enloqueció a los mexicanos en la década de los 80 y que es y será, tal vez, la época más brillante del deporte mexicano a nivel internacional.
Los niños de la época sentíamos miedo y vergüenza de hablar de futbol, sobre todo a nivel selección nacional. Humillados en Argentina 1978 y no clasificados a España 1982, el refugio natural fueron las temporadas mandonas de Valenzuela, los goles por racimo de Hugo en España y los nocauts de Chávez.
Gracias a este trío, podíamos decir que México era mucho más que un país en crisis y lleno de corrupción política, que el creciente narcotráfico y las andanzas de Rafael Caro Quintero no eran el prototipo del mexicano. Nosotros sabíamos que podíamos y debíamos aspirar a emular a Fernando, Hugo y Julio.
Por otro lado, los rivales del 'Toro' Valenzuela, Hugol y JC a través de los años se convirtieron en 'villanos' para los mexicanos: Don Sutton, Vida Blue y Mike Scott, Dale Murphy, Willie McGee y Mike Schmidt, Andre Dawson, George Foster y Dave Parker, competían con Ablanedo II, Zubizarreta o Mayweather, Macho Camacho o Chapo Rosario.
Y pude conocer a Fernando y más que eso
Estudié periodismo y, como era natural, me incliné por cubrir deportes. Con el paso del tiempo la vida me trajo a Los Angeles. En una ocasión, hace no mucho, fui en plan de trabajo a Dodger Stadium con mi compañero, el veterano reportero Rigo Cervantez.
En el camino le conté que era gran admirador de Fernando Valenzuela. Rigo me miró y sonrió. Llegado el momento, instalados en la zona de prensa del estadio fuimos por un refrigerio antes de que se cantara el play ball.
En el comedor estaban Fernando Valenzuela y Jaime Jarrín, quien fuera su traductor e intérprete en los tiempos que no hablaba inglés y hoy su compañero comentarista para radio de los partidos de los Dodgers.
"¡Vamos con ellos!", dijo Rigo y me llevó a la mesa de 'El Toro'.
Mi amigo no podía haber sido más generoso cuando al presentarme con Valenzuela le dijo que yo era su jefe y que era un gran conocedor y no sé cuántas mentiras piadosas más, pero la que me hizo quedar en shock fue cuando le comentó: "Mi jefe es tu admirador y quiere una foto contigo". Yo no salía de mi asombro y temor, porque yo no había dicho eso y segundo, porque era un miembro acreditado de la prensa y no está permitido tomarse fotos de fan, algo que nunca he hecho y que critico a los colegas que lo hacen.
Balbuceaba intentos de palabra para abstenerme, cuando vi que Fernando Valenzuela ya se había parado de su silla y estaba junto a la mía.
"¿Me vas a dejar parado o te vas a tomar la foto?", me dijo mi ídolo de la infancia, y claro, me incorporé y me tomé la foto que Rigo sacó con una sonrisa socarrona.
No dejo de pensar en ese momento y recordarme de niño, cuando veía a hurtadillas los partidos nocturnos y mi sufrimiento en cada una de sus salidas hasta 1997 que se retiró de Grandes Ligas. O también cuando lanzó en 1992 en la Ciudad de México con los Charros de Jalisco y el Parque del Seguro Social y muchas calles a la redonda estaban más abarrotadas que si se estuviera dando un concierto de Michael Jackson con Madonna como telonera.
Jamás me imaginé que un día en el Dodger Stadium, el gran Toro de Etchochuaquila me iba a 'exigir' que me parara para tomarme una foto con él. Nunca.
Hoy que su número 34 será retirado, porque no volvió a ser usado por nadie después de él, por fin siento que el beisbol ha hecho un poco de justicia a la carrera del hombre que prendió la chispa de la pasión cuando más lo necesitaba la Pelota Caliente y ojalá, aunque los números se lo hayan negado también llegue a Cooperstown y yo pueda decir que pude presenciarlo.
Hoy me quedo con que un día Fernando Valenzuela me pidió una foto y eso puede decir el epitafio en mi tumba... (ustedes saben que no pasó así exactamente, pero entre nosotros, dejémoslo de esa manera).