BUENOS AIRES --En algo hubo uniformidad de criterios, luego del Superclásico, dentro del camarín de River: todos se fueron con sabor a poco. Y este gusto amargo que les quedó en el paladar tiene como lógico e irrefutable motivo el hecho de que Boca jugó casi todo el partido con un hombre menos. Cosa que el equipo de Marcelo Gallardo no logró aprovechar.
Cuando un clásico se presenta tan favorable, dejarlo pasar sin un triunfo deja una marca.
En lo futbolístico, la producción no distó demasiado de lo que viene haciendo River. Que se convirtió en un equipo voluntarioso y con poco fútbol. Las acciones de riesgo tampoco están siendo su patrimonio más preciado, pero en el caso del clásico la profundidad estuvo más devaluada todavía.
El punto donde quizás deba hacerse hincapié fue, quizás, en la falta de convicción que exhibió a la hora de salir a buscar la victoria. Se lo vio excesivamente timorato, como respetando mucho la situación. En esta idea no hay que apartar al entrenador.
Así como muchas veces fueron ponderados sus planteos, en esta ocasión su mensaje no se compadeció con su discurso. Ejemplos: los dos primeros cambios fueron de delantero por delantero. Nunca intento sumar juego al medio, sacrificando a un volante como Nicolás Bertolo que no estaba teniendo un buen desempeño. El argumento será que Leonardo Pisculchi no tiene retroceso, y ahí es donde se fortalecería la hipótesis del excesivo respeto al rival. Pensar en lo que puede hacer el otro por sobre la fuerza propia.
Con un hombre más y muchos espacios, ameritaba una dosis mayor de valentía. Esta vez Gallardo no se la aportó.
Este era un clásico incómodo para los dos, porque ambos tienen la cabeza metida de lleno en la Libertadores y sólo la importancia de un partido de tal magnitud llevó a los directores técnicos a poner titulares. De no ser así, se hubiese tratado de un enfrentamiento de suplentes. Tal vez por eso la idea central era no perder y cuidar a los jugadores. Porque, esto no se puede soslayar, la cancha estaba muy mal y el tema lesiones rondaba por la cabeza del cuerpo técnico. En ese rubro salió airoso (no así Boca).
Párrafo aparte, entonces, para el campo: es muy difícil jugar bien en un terreno tan maltrecho. Sólo Andrés D’Alessandro, quien día a día eleva su nivel, se encargó de poner una excepción de calidad a esa regla.
Lo cierto es que en un clásico lleno de vicisitudes y condicionamientos, River podría haber conseguido un poco más. Una caricia a su propia autoestima no le hubiese venido nada mal. Pero le faltó decisión. No es condenable ni mucho menos, pero sí hay que marcar estos puntos de la misma forma que se destacan los aciertos.
Ahora sí la cabeza de River está puesta de lleno en la Libertadores. En la altura de Quito, donde se medirá con Independiente del Valle, deberá elevar su nivel para continuar adelante. Por sobre todas las cosas, lograr confiabilidad en defensa, algo que le viene faltando. La contundencia en ataque sería ideal, aunque eso podría resolverlo cuando cierre la llave en el Monumental.