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A puro rencor, Chivas aniquila a Tigres

CHICAGO -- El que por rencor mata, por rencor muere. A Tuca Ferretti lo exterminaron dos víctimas de su ira y sus caprichos, dos de sus exiliados: El 'Pollo' Briseño y Alan Pulido. Y Chivas 2-0 Tigres.

Y el equipo regiomontano tragó hiel todo el viaje de vuelta. Al campeón le descarapelaron la ya –de origen--, descarapelada corona de campeón.

Y sobre masticar hiel, especialmente André Pierre Gignac. Sagazmente, el francés provocó y empujó a Tomás Boy por el barranco de su egolatría para que saliera expulsado, pero al final, el ritual, el tabú, del gesto idílico, estigmatiza al goleador de Tigres: “Yo soy el número uno”, le espetaba Boy, mientras abandonaba la cancha.

Chivas en su mejor versión bajo la jefatura de El Jefe. Triunfo más meritorio que merecido, y hay una gran diferencia. Y a pesar del obsequio arbitral al 95’ para el gol de Alan Pulido, quien se puso serio y no improvisó un zapateado y saltito de ninfa, en el cobro.

Fue además una encerrona que invocó todos los ingredientes del futbol: intensidad, rabia, devoción, compromiso, atajadas espectaculares, errores arbitrales, expulsiones y algunos gestos de buen futbol.

Cuidado: Chivas no puede acurrucarse y arrullarse en el vaivén triunfalista de una sonora victoria sobre el monarca vigente. La Jornada 2 está aún muy lejos del bien y del mal… y en la Tabla del Descenso, está más cerca del mal que del bien.

El Guadalajara requiere aún de mucho trabajo, pero, al menos el patíbulo que insinuaban la pretemporada y la Fecha 1, puede permanecer sin desempolvarse… de momento.

Con sus propias preocupaciones, porque Tigres se metió al partido realmente hasta que al minuto 9 el cabezazo del Pollo Briseño (1-0) deja muda a la oligarca defensa felina, y obviamente padeció para plantarle la cara al Guadalajara.

La auscultación deberá hacerla en detalle Tomás Boy. Especialmente porque a partir de la expulsión de Carlos Salcedo, al minuto 21, Chivas se vio desconfiado, impreciso, inconsistente, para aprovechar esa ventaja numérica.

Con el reloj desangrándose, y con Tigres presionado y precipitado, Chivas tuvo varios balones en rompimiento, de transición, que pudieron haber sido letales, pero se equivocó siempre en la jugada correcta.

Fue evidente: cuando el balón estaba con Brizuela o Villalpando o Cervantes o Pulid o Alexis, no acertaron a entregar el balón al jugador correcto o en el espacio correcto o en el instante correcto, y cuando debieron aniquilar a Tigres, se entorpecieron.

El diagnóstico le pertenece a Tomás Boy. ¿Falta de confianza o falta de audacia? En varias ocasiones, en la agonía del juego, Chivas respondía con la misma cantidad de jugadores que con los que defendía en Tigres, y en dos de esas ocasiones perdieron el balón por incapacidad para saber ir al frente.

Incluso, en uno de esos balones perdidos torpemente en la cancha de Tigres, la pelota terminó en el área, servida para el mismísimo Gignac, para convertir el empate y ese gol 105 y gritarle a Tomás Boy quién era el número uno, y el francés se asustó, arrugó de manera patética y dejó pasar el balón a centímetros de su cuerpo.

Sí: ese grito de “yo soy el número uno”, parece que será un cáncer mental bien apoquinado en la sesera del francés, inhibido ya por el desafío desde hace tiempo porque hasta en los amistosos ha dejado de marcar.

¿Hizo bien Tomás Boy en enervarse, en ponerse como dicen que se ponen los basiliscos y pelear la expulsión para dejar desamparado a su equipo, por defender su arrogancia, su vanidad, su veneración… precisamente en la historia del equipo que era su rival esa noche?

“La vanidad es mi pecado favorito”, dice Al Pacino en la película El Abogado del Diablo. También lo es para Tomás Boy, por encima, incluso de su responsabilidad con Chivas.

Malito el trabajo de Óscar Macías. El penalti es un premio podrido a un clavado forzado de Alan Pulido, quien, perdias la posesión y la posición, va al choque directo. Y la versión masculina de Tokio (Casa de Papel/Netflix), esta vez, insisto, lo cobró respetando la responsabilidad de cobrarlo.