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Cómo un gimnasio en Coachella Valley de California se convirtió en un destino internacional para el boxeo

El extraordinario entrenador Joel Díaz observa cómo dos boxeadores se enfrentan en su gimnasio de renombre mundial en Indio, California. Bethany Mollenkof for ESPN

JOEL DIAZ STANDS se ubica a un lado del cuadrilátero, mientras el caos lo rodea. En dos cuadriláteros ubicados al lado del otro, se desarrollan dos combates a la vez. Se gritan instrucciones en cuatro idiomas: inglés, español, uzbeko y ruso. Y por si eso fuera poco, siempre hay alguien que le llama por teléfono.

Él está en el ring principal, justo al lado de la pancarta que tiene su logo estampado, con un gallo de pelea con guantes de boxeo, rodeado por el nombre del gimnasio: Campamento de Entrenamiento Joel Díaz. El gimnasio está ubicado en el Valle de Coachella en California, en la población desértica de Indio, aproximadamente a 120 millas de Los Ángeles.

Mientras es rozado por los puños y hombros de los boxeadores, parece que la violencia fuera a desbordarse. Díaz simplemente se mueve, se repone y sigue gritando:

"¡Jab! ¡Jab!"

Está de pie. A veces, con las manos sobre la cuerda superior y en otras, las pone tras su espalda. Si no estuviera viendo a otros hombres pelear, parecería un perito mientras examina una obra de arte. A pesar de tener su visión disminuida, lo mira todo. Su único ojo funcional apunta en todas direcciones.

Sólo tenía 23 años cuando el boxeo le arrebató su otro ojo. Con el ojo derecho perdido, también se desvanecieron sus sueños. Para empeorar las cosas, estaba a un asalto de calificar para recibir la pensión de boxeador del estado de California. En casi dos años posteriores, Díaz atravesó el oscuro desierto del nihilismo, como un hombre enfadado con Dios.

"Las cosas pasaron por una razón", expresa. Su voz grave, hecha para enseñar a pelear, hace que uno se pregunte si Díaz ha encontrado la paz a los 50 años, o si está demasiado ocupado como para pensar en lo que perdió hace más de media vida. Mientras sigue gritando instrucciones, Díaz organiza quién será el próximo peleador. Enseña a los boxeadores cómo mover sus pies para aprovechar sus ventajas físicas al máximo. Venda manos y ata guantes. Mira el dedo meñique de un boxeador para ver la gravedad de su herida.

"Déjame buscar mi pistola", dice. "Te lo quitaré de un tiro".

El boxeador con el meñique lesionado se ríe.

Díaz grita entre las miradas furtivas a dos relojes. El primero, para llevar la cuenta de los asaltos. El otro, para seguir la pista de su día. "¡Un minuto!", grita dentro del gimnasio de 2.100 metros cuadrados. Su voz se eleva por encima de los rítmicos sonidos de los golpes de los sacos de velocidad, por encima de la cuerda de saltar golpeando el suelo, sobre los gruñidos de aquellos que suenan como si pelearan por sus vidas.

"Ponle una put...!" le grita a un boxeador mexicano, implorándole que ataque. "¡Trabaja! ¡Trabaja! ¡Trabaja!", le grita a nadie y a todos a la vez.

"¡Tiempo!", dice. El caos se detiene.

Los boxeadores intentan recuperar la respiración e ingieren una bebida para calmar sus gargantas ardientes. El termostato indica que el gimnasio tiene una temperatura de 75 grados Fahrenheit (23.8 Celsius), pero se siente mucho más cálido.

Entre asaltos, Díaz sigue enseñando. Le indica a un boxeador lo que quiere de él, demostrándoselo con su propio cuerpo, moviendo sus piernas como si evadiera golpes. El púgil es uno de varios boxeadores provenientes de Europa Oriental y Asia Central (en su mayoría, oriundos de Uzbekistán y Rusia) que entrenan aquí. El más conocido es Dmitry Bivol. En mayo pasado, Bivol se impuso a Saúl "Canelo" Álvarez, boxeador considerado por muchos como el mejor del mundo.

"Es una buena forma de mantenerse concentrado en el entrenamiento", indicó Bivol sobre sus motivos para utilizar el gimnasio de Joel. Su ubicación aislada elimina las distracciones. Y si bien Joel ha sido considerado por largo tiempo como uno de los mejores entrenadores del panorama boxístico, formar parte del equipo de Bivol y su victoria sobre "Canelo" (que no había perdido en nueve años) hizo que el público prestara mayor atención a lo que sucedía en este gimnasio de boxeo en pleno desierto. Otros talentos han aprendido gracias al estilo boxístico asertivo de Joel. Talentos de la talla del medallista de oro olímpico Bakhodir Jalolov y el ex campeón del peso welter (y próximo miembro del Salón de la Fama) Timothy Bradley Jr., por mencionar algunos.

"Debes entrar así", indica mientras se mueve de un lado al otro mientras lanza algunos golpes. El boxeador, el oriundo de Uzbekistán Bektemir Melikuziev y medallista de plata olímpico en 2016 (apodado por todos "Bek The Bully") asiente. Aunque sólo comparten pocas palabras de un lenguaje común, se entienden perfectamente.

Esto es lo que Díaz hace durante todo el día. Entrena a cerca de 20 boxeadores profesionales, y con tres de ellos con combates previstos para el día siguiente, mañana será un día ajetreado. Díaz creó su campamento desde cero, sobre las bases de un edificio incendiado dos veces y que adquirió hace diez años por $230.000.

"Ésta es una mala zona", indica Díaz, para corregirse inmediatamente después. "Era una mala zona".

Se refiere a la ubicación de su gimnasio, en la zona occidental del Valle de Coachella. Era una zona con altos índices delictivos, conocida por el tráfico de drogas y la prostitución. No está lejos de una estación de gasolina abandonada, con un anuncio descolorido de cerveza fría y moteles baratos con piscinas que ahora están cubiertas de arena. La clase de lugar donde parece que las cosas que allí ocurren se mantienen en secreto.

"La convertí en una zona buena", prosigue.

Campeones mundiales y contendientes pelean con boxeadores que inician sus carreras, arriesgándolo todo por la oportunidad de alcanzar sus sueños. Los jovencitos también llegan después de la escuela para golpear las bolsas y hacer sparring. Buscan algo qué hacer en un desierto donde es fácil perderse. Solo unos pocos niños tendrán suficiente nivel para boxear en torneos amateur; sin embargo, todos tendrán que luchar, siendo oriundos de este lugar. Son chicos con padres que laboran en los ramos agrícola, de la construcción o servicios.

"Vienen de la nada", afirma Díaz. "Mucha gente es igual a mí. Muchos boxeadores son iguales a mí".


SI HAN OÍDO HABLAR del Valle de Coachella (ese lugar de 72 kilómetros de largo y 24 de ancho, rodeado por las Montañas de San Jacinto, Santa Rosa y Little San Bernardino), es probable que lo hayan hecho gracias al Festival de la Música y las Artes del Valle de Coachella, la exhibición musical y artística anual que se celebra todos los meses de abril. Durante tres días en fines de semana consecutivos, algunas de las mayores figuras de la música actúan en el festival más importante del país. Desde 1999, ha presentado a artistas tan diversos como Guns N' Roses, Beyoncé y Kendrick Lamar. El año pasado, el evento atrajo a 750.000 asistentes.

Por seis días, los festivaleros de todo el país y el resto del mundo se concentran en las 101 hectáreas de los inmaculados campos verdes del Empire Polo Club. Desde el mediodía hasta bien entrada la medianoche, escucharán a artistas emergentes y superestrellas por igual. El festival forma parte de la industria turística del valle, que genera $7.500 millones al año y atrae a más de 13 millones de personas.

El pequeño Aeropuerto de Palm Springs se llena de gente, al punto de que cuesta recorrerlo. Si llegan a conseguir una habitación de hotel disponible, es probable que duplique su tarifa usual. Las aplicaciones para compartir autos cobran $40 por un recorrido de dos minutos hasta el sitio donde se celebra el festival.

Es uno de los últimos grandes eventos turísticos en el desierto antes de que su población caiga en picado en el verano.

"Es un sitio distinto, y un mundo distinto, dentro de la misma comunidad". Así es como Eduardo García, miembro de la legislatura del estado, describe los contrastes dentro del Valle de Coachella, que forma parte del distrito que representa.

El lado occidental es más verde y azul gracias a las canchas de golf, piscinas y lagos artificiales. Mientras disminuye el suministro de agua, algunas de esas canchas de golf consumen hasta un millón de galones diarios. En esa zona se concentra la mayor parte de la industria turística del Valle de Coachella. Es allí donde los jubilados que se refugian de la nieve viven en hogares valorados en millones de dólares y las concesionarias venden autos Rolls-Royce y Lamborghini que brillan bajo el sol.

"La gente se siente atraída y viene aquí", prosigue García. "Pasarán semanas y meses aquí y gastan mucho dinero, lo que es positivo para nuestra economía y nuestras comunidades. Pero esa no es la realidad de las familias de clase obrera".

A pesar de que el Valle de Coachella es un escape perfecto del invierno para quienes tienen dinero, también es la casa de algunas de las tierras más fértiles de Estados Unidos. A principios del Siglo XX, se desvió el río Colorado y el agua fluyó hacia lo que era un desierto estéril. Casi todo lo plantado en este lugar cobró vida: sandías, pomelos, dátiles, calabazas, rábanos y repollos, por nombrar unos pocos. Eso produjo demanda de mano de obra. Se incrementó la migración mexicana. Y por eso, este lugar también tiene una larga lista de trabajadores agrícolas que luchan por sus derechos.

Hace cincuenta años en este lugar, cuando el promedio de esperanza de vida era de 49 años, los piquetes de la huelga de la uva del Valle de Coachella se volvieron violentos. Armados con tubos, hierros y nudillos de metal, los sindicalistas intentaron intimidar a la Unión de Campesinos para que no firmaran contratos con los cultivadores. Sediento de líquido, el ardiente desierto absorbió hasta la última gota de sangre.

Se pueden encontrar recuerdos de ese pasado por todas partes en la zona oriental del valle: en escuelas y parques bautizados con los nombres de César Chávez y Dolores Huerta. En los murales del centro de Coachella, como el que muestra interminables hileras de campos con la frase en español: "Lucha sin fin".

Frente a ese mural, hay una antigua estación de bomberos en la esquina de la Calle 6 y la Avenida Vine. Ahora es un restaurante. Hace varias décadas, cuando esta parte de Coachella y la ciudad (ubicada al lado de Indio) parecía abandonada, la edificación albergaba un gimnasio de boxeo en ruinas. Allí entrenaban Díaz y su hermano Antonio (o Toño, como le llaman normalmente). Fue allí donde, una vez, García recibió un puñetazo tan fuerte en la cara que comprendió que el boxeo no era lo suyo.

Eso fue lo que, en definitiva, le condujo por el camino de la política, convirtiéndose en el primer alcalde electo de Coachella en 2006. Y porque el boxeo está inmerso en todas partes, lo sigue, especialmente cuando hay vínculos que lo atan con este lugar. Dice que los boxeadores vienen de este lado de Coachella y se hincha de orgullo cuando los ve en televisión.

"La gente llega a este país en busca de mejores oportunidades y una vida mejor para sus hijos y familias, y luchan en todo momento para conseguirlo", indica García. "Esa clase de valores y principios se imparten a los niños reiteradamente. Y a veces se traslada a la pelea real y literal que se nos presenta cuando nos criamos en sitios como Coachella".


"ASÍ EMPEZAMOS", afirma el entrenador Librado "Lee" Espinoza, mientras apunta a un recorte amarillento de periódico, pegado a la pared de su gimnasio.

Es el antiguo gimnasio ubicado donde ahora funciona un restaurante. El mismo sitio donde todos los días, él y sus boxeadores barrían pedazos de concreto y yeso que caían de las paredes.

Grietas que se asemejan a telarañas, esparcidas por el frio piso de un lugar con espacio apenas suficiente para un par de bolsas pesadas y un cuadrilátero de boxeo donde antes se estacionaban los camiones de bomberos. El sitio se veía tan frágil que todos se preocupaban si se derrumbaría con el impacto de un sismo.

Llegó a tener tantos boxeadores que, en 1996 la ciudad le construyó a Espinoza un gimnasio de 9.000 pies cuadrados y le puso su nombre. Adentro, hay una placa puesta en el mandato de García como alcalde, cuyo nombre figura debajo de "Club de Boxeo del Valle de Coachella Lee Espinoza". Cuelga cerca de periódicos antiguos y las fotos de algunos de los boxeadores que han visitado el gimnasio.

De esas fotografías descoloridas pegadas a las paredes del gimnasio, hay muchas con boxeadores a los que ha entrenado. Boxeadores que, por distintas razones, alcanzaron aquí su máximo nivel, rodeados por los monótonos colores del desierto, en vez de las fulgurantes luces de ciudades como Los Ángeles, Las Vegas y Nueva York. Aquí fue donde los hermanos Díaz aprendieron a boxear.

"Siempre que iba a una exhibición o torneo, Lee se llevaba a cinco o seis de nosotros. Todos ganaban, yo perdía", recuerda Toño. En aquel entonces, Lee vendía rifas para recaudar dinero para sus viajes. Los premios eran cerdos, vacas y televisores. Toño dice que en aquél entonces, cuando apenas era un adolescente, no tenía suficiente dedicación.

En contraste, la dedicación nunca fue problema para Joel. "Nadie me exigía, yo me exigía a mí mismo", indica, mientras recuerda cómo se despertaba para correr por varias horas antes de entrar a la escuela. Se sentía motivado porque había descubierto algo para lo que era bueno, incluso a pesar de que llegaba a casa con la camiseta llena de sangre durante sus inicios entrenando.

"Era un sangrador", explica Joel.

Joel perdió sus cuatro primeros combates en el boxeo amateur. Sin embargo, al momento de ingresar a la secundaria, había ganado 55 de sus 57 peleas posteriores, junto con dos títulos nacionales. Sabía exactamente para qué había nacido. Se hizo boxeador profesional.

En su primera pelea, un promotor le pagó $400 para después declararse en quiebra tan pronto como terminó la pelea. "El maldito cheque rebotó", recuerda Joel.

Todo le salía bien en su última pelea. Al igual que en su carrera, aunque quizás no lo suficiente como para dejar su trabajo en la construcción. Pero todo iba mejorando.

Obsequió autos usados a sus padres y ganó lo suficiente para pagar la cuota inicial de una casa modesta donde pudieran vivir los nueve miembros de su familia (cinco hermanos, dos hermanas, su madre y padre). Acababa de ganar $20.000, la máxima cifra que ganó en el boxeo. Ese monto le sorprendió, considerando que hasta entonces no había ganado más de $5.000. Joel estaba a punto de cumplir la promesa que le hizo a su madre, que no quería que éste boxeara.

"Un día, ganaré dinero", le dijo. "Ya lo verás". Solo tenía que ganar y después, optaría por un título mundial.

Ganó el combate. Tras la conclusión de la pelea, acudió al médico para revisar su ojo derecho, con el que tenía problemas. Toño sabía del problema porque había hecho sparring con Joel y se dio cuenta que su hermano no pudo ver el gancho izquierdo. "Debes decirle a alguien", recomendó Toño a Joel. No podía arriesgar perder el dinero o la oportunidad, así que espero hasta después del combate.

"Señor Díaz", le dijo el médico. "No puede seguir boxeando". La retina de Joel estaba prácticamente desprendida. "Perderá el ojo", le advirtió el galeno.

La urgencia con la que viven todos los púgiles fue sustituida por la incertidumbre. "Es lo único que sé hacer".

Joel tenía 23 años.

Guardó todos los trofeos, placas y medallas que había ganado en su carrera boxística.

Cuando la ira se apoderaba de él, se iba a las montañas, como si intentara buscar respuestas.

Gritaba cada vez más fuerte. Tanta ira le llevó a desmayarse dentro de su auto, bajo la oscuridad de la noche. "Me despertaba al día siguiente, volvía a casa e intentaba encontrar algo qué hacer", recuerda.


UNA NOCHE DE JUEVES a principios de abril, cuando las mañanas y las tardes del valle aún son frescas, crece la tensión en el último lugar donde Díaz peleó como profesional. Dentro del vestidor del Centro de Eventos Especiales, en el Fantasy Springs Casino Resort, un boxeador está sangrando.

Mientras vendaba sus manos, Oscar García, quien ayuda a entrenar a los boxeadores en el gimnasio de Díaz, cortó accidentalmente a Ángel 'Tito' Acosta, su boxeador en el evento principal. No es un corte grave, poco más que semejante a una cortadura de papel, en la parte carnosa de la palma más cercana al pulgar, pero no ha dejado de sangrar.

"Voy a llamar al médico", dice Larry Ervin, inspector de la Comisión Atlética del Estado de California.

"No, está bien", dice García, tratando de mantener alejado al médico. "Es sólo un rasguño".

Díaz no sabe de la tensión en el vestidor que compartieron tres de sus boxeadores en la cartelera del jueves por la noche. Puede que lo supervise todo, pero no puede estar en todas partes. Y en este momento, Díaz está sentado detrás de la esquina roja del ring, dando instrucciones a Leonardo Sánchez, un joven zurdo, también de Coachella Valley, a quien todos llaman Bazooka.

En la segunda pelea de la cartelera, otro de sus peleadores, Grant Flores Jr., está calentando para la segunda pelea de su carrera estirándose y saltando. Flores tiene 18 años y boxea desde los 7 años. Cuando Joel construyó su gimnasio, el padre de Flores, un carpintero, hizo la estructura.

Mientras García envuelve la mano izquierda de Acosta y Flores hace sombra, Díaz regresa al vestidor. Canta una canción de Chalino Sánchez llamada "Recordando a Armando" que estaba sonando antes y se le debe haber quedado atascada en la cabeza.

Durante sus años posteriores a la lucha, Díaz trabajó como guardaespaldas para el tipo de hombres sobre los que Chalino escribía canciones.

"Tijuana, linda frontera, ¿cómo te podré olvidar?" . Desde que Bazooka ganó su pelea, Díaz está feliz. Más que nada, parece aliviado. Hasta que se entera del sangrado de Acosta.

"Joel, ¿tienes adrenalina?" García le pregunta en español.

Preguntándose por qué necesitaría la botella de adrenalina ahora, Díaz responde con una mirada confundida.

"Accidentalmente corté a Tito", le dice García mientras Díaz le entrega la pequeña botella oscura con una etiqueta amarilla.

"No ha dejado de sangrar", agrega Ervin. "Estamos esperando al médico".

Díaz sabe que fue un accidente. Él y García se conocen desde hace casi 40 años. Le confía su gimnasio y la vida de sus boxeadores. Sin nada más que hacer, Díaz deja de cantar y ayuda a Flores a calentar.

"¿Qué está sucediendo?" el médico le pregunta cuando llega unos minutos más tarde. El doctor mira la mano de Acosta mientras escucha la historia. Se seca la sangre y mira a todos. "Está bien", dice. "Es un pequeño corte a nivel de la superficie".

Tan pronto como el médico dice que todo está bien, todos pueden bromear. Es como un encender y apagar un interruptor de luz. Díaz vuelve a cantar y solo se detiene para decirle a García que visite a un optometrista. Él dice que lo hará porque la próxima vez podría cortarle el dedo a Acosta.

"Si Arely supiera de esto, te tiraría un puñetazo al hígado", le dice Díaz a García.

"Me habría dado una paliza", responde mientras sonríe.

Arely es la esposa de Acosta. Más que una compañera, es Arely Muciño, la campeona mundial de peso mosca de la FIB. Los dos se conocieron en 2018, en una convención de boxeo en Panamá. Como entendieron la disciplina y los sacrificios necesarios para vivir del boxeo, se hicieron amigos rápidamente. Su relación fue creciendo, unida por el dolor y la incertidumbre. El dolor de perder un hijo durante el embarazo. El dolor de Muciño por perder inesperadamente a su padre, quien los entrenó a ambos, en julio de 2021. La incertidumbre de cambiar de entrenador tan avanzado en sus carreras.

Llevan dos años de casados, repartiendo su tiempo entre México, de donde es ella, y Puerto Rico, de donde es él. Pero cuando llega el momento de pelear, entrenan en el gimnasio de Díaz, en parte porque su fuerte personalidad le recuerda al padre de Muciño. Y porque él no la trata de manera diferente a cualquiera de sus otros peleadores.

"Cuando llegué aquí, comencé a entrenar con hombres", dice ella.

Flores gana su pelea en el primer minuto. Es el cumpleaños de su padre; la victoria es parte de sus regalos. Díaz está de vuelta en el vestuario y vuelve a bromear con García. Acosta se ríe. Es una distracción bienvenida en medio de la importancia de esta pelea. Tiene 32 años y quiere volver a ser campeón mundial. Si gana esta noche, contra Angelino Córdova, que nunca ha perdido y tiene cinco años menos, quieren pelear por el campeonato mundial a continuación.

"¡Vamos Tito!" grita una voz entre los muchos en el vestidor. Han pasado casi 40 minutos desde que se puso el sol en Coachella Valley, y ahora es el turno de pelear de Acosta.

García se mete la camisa y le da un pequeño chorro de agua. Muciño entra al vestuario a rezar y Díaz le da un consejo de última hora. "Ponlo en el horno y cocínalo lentamente, y cuando esté listo, sácalo".

Acosta camina por el pasillo, rodeado de una docena de personas. Todos se paran detrás de la pesada cortina negra que separa los camerinos del ring. Estas son las peleas que se alejan de las luces más brillantes del boxeo; los grandes eventos con mucho dinero que atraen a gente de todo el país. Si las cosas van bien para algunos de estos boxeadores, tal vez peleen como evento principal en esos lugares. Es un trampolín hacia la grandeza potencial en la profesión.

Las cortinas se abren y la multitud corea el nombre de Acosta. Muciño camina a su lado. Se ve tranquila incluso si su estómago está lleno de nervios.

"Me duele", dice sobre ver pelear a su esposo. Cuando Muciño pelea y Acosta mira, él siente lo mismo. Cualquiera que sea la sensación de paz que encuentren, proviene de saber que han hecho todo lo posible para prepararse.

No solo ellos, sino todos aquí. Es el dolor de estómago por el hambre al intentar hacer el peso. Es la uniformidad de una rutina diaria, facilitada un poco por algunas bromas internas en el gimnasio. La búsqueda de la gloria finalmente a su alcance.

Se han sacrificado por todo esto. Todos aquí se han sacrificado.


""LEVÁNTENSE, los quiero conocer", les dijo un hombre a Joel y a su hermano, Toño, entonces de 11 y 5 años. Era grande, alto y tenía barba. "Soy su papá. He estado aquí tanto tiempo y envié a estos tipos a buscarlos".

"Estos tipos" eran el coyote y su familia, su esposa, madre e hijos, quienes los llevaron durante más de un día desde su rancho en las montañas de Michoacán, México, hasta una parte no incorporada del este del Valle de Coachella. Hasta entonces, los niños Díaz habían sido criados por sus abuelos.

El hombre los abrazó con fuerza y luego los levantó. Los metió en su camioneta y condujeron el largo camino a casa por los campos.

"Aquí es donde trabajo", les dijo el padre a sus hijos. Su trabajo era el riego. Todos los días y todos esos años, había abierto tantos grifos que su palma se ampollaba y luego se encallecía. Tal vez al mostrarles esos campos, eso ayudaría a explicar por qué él y su madre se fueron y estuvieron separados por tanto tiempo. Tal vez eso ayudaría a mostrar cuánto sacrificaron.

La idea de que era más fácil mostrar la separación de los trabajadores agrícolas mexicanos, que explicarla, era algo que había estado sucediendo durante décadas. El objetivo para muchos siempre fue trabajar aquí, durante una o dos temporadas, tal vez más, y luego regresar. Para ahorrar dinero, para poder comprar una casa en su tierra al otro lado de la frontera. A sacrificarse, haciendo un trabajo agotador, estando separados de los que amaban.

Después de ver esos campos, el hombre los llevó a casa donde los hermanos Díaz se encontraron con su madre, su hermana y otro hermano.

Como lo explica ahora, unos meses después de esa experiencia, Joel entró al gimnasio de boxeo en el centro de Coachella. Encontró su propósito en un mundo extraño donde ni siquiera hablaba el idioma. Peleó porque lo vio como su camino para escapar del desierto donde las duras realidades de la vida operan a altos decibelios. En el mejor de los casos, es un zumbido de baja frecuencia. En el peor de los casos, un grito de desesperación.

Toño también boxeó, aunque quería ir a la universidad, pero económicamente no era posible. Así que hizo lo que hizo su hermano, incluso ganó un título mundial menor. Su promotor le dijo que pronto pelearía por millones, pero eso no sucedió. Joel quería ser campeón del mundo, pero claro, eso tampoco sucedió.

Así que lo aprovechó al máximo y construyó una vida con su esposa y sus cuatro hijos. Es esta historia de supervivencia la que explica por qué la gente del lado este del Valle de Coachella se siente atraída a él. Podría haberse ido y abierto un gimnasio en otro lugar, pero no lo hizo.

Esta energía, este nivel de compromiso, también es una de las cosas que atrae a los luchadores a Indio. Sí, puedes aprender cosas aquí como boxeador que te ayudarán a ganar. Pero también, puedes ver de cerca lo que es la devoción y aprender cómo superar los obstáculos que romperían las almas menos fuertes.


ACOSTA PERDIÓ. Cuando el presentador lee las puntuaciones de los jueces, la multitud abuchea. Díaz levanta sus manos frustradas. Y como no había nada más que hacer, todos salen del ring y regresan detrás de la gruesa cortina negra.

El aire está lleno de preguntas y la tranquila confusión de tratar de averiguar qué salió mal y qué podrían haber hecho diferente. Tal vez fue la comida de trampa de hace unas semanas. Tal vez un par de millas más de carrera y algunos asaltos más de sparring. Tal vez mil cosas más y hubiera sido diferente el resultado. García solo levanta las cejas y se encoge levemente de hombros como diciendo, "No sé".

"El médico dice que si quieres ir al hospital, te pueden llevar", le traduce un miembro del equipo a Acosta.

"¿Tengo que ir?" él pregunta. Está sentado en una silla metálica plegable, recibiendo su examen médico posterior a la pelea. Y en el cruel mundo del boxeo, mientras él se sienta allí y su equipo está cerca, pueden escuchar la voz del hombre que acaba de vencerlos. Todavía está en el ring, hablando por un micrófono, diciendo que quiere pelear por un campeonato mundial a continuación.

"No, no tienes que ir", le dice el hombre, "solo si quieres". Él no va.

Regresa al vestuario que ni una hora antes había estado tan lleno de emoción. Como pareja, uno de los objetivos de Muciño y Acosta era ser campeones mundiales al mismo tiempo. Con esta derrota, eso ahora se vuelve más difícil.

Se sienta en el sofá, su rostro está desfigurado y magullado. El pequeño corte en su palma derecha hace tiempo que dejó de sangrar, pero eso es lo último en lo que cualquiera puede pensar. Hay un bulto en la parte posterior del lado derecho de su cabeza. Dice que ganó la pelea y quiere una revancha. "Córdova fue un oponente difícil", dice Acosta. "Pero siguió golpeándome detrás de la cabeza".

Díaz y García guardaron las herramientas utilizadas para ayudar a sus boxeadores a pelear. La vaselina y los bastoncillos de algodón. Las bolsas de hielo ayudan a aliviar la hinchazón entre asaltos. Todos los demás, incluida Muciño, cuya voz está ronca por gritar durante toda la pelea, se paran alrededor, tratando de procesar la derrota.


LA TARDE SIGUIENTE Díaz parte hacia San Antonio donde se reunirá con su hermano. Pero no antes de un día completo de entrenamiento. Es viernes y eso significa que es día de sparring para sus profesionales.

Y así, vuelve a gritar órdenes e instrucciones. De vuelta al caos del gimnasio de boxeo donde luchan los hambrientos.

"Tengo que preparar a estos muchachos", dice Díaz. Uno de esos tipos es Bek The Bully, que tendrá la revancha contra Gabe Rosado el 22 de abril. Como habla poco inglés, en el gimnasio lo felicitan por la oportunidad de vengar la única derrota de su carrera. "Rosado, Rosado", le dicen otros boxeadores. Hacen un puño, luego le dan un pulgar hacia arriba. Él asiente mientras sonríe y cierra el puño también.

Ninguna derrota es buena, pero Díaz dice que aprendió de ella. En una pelea que había estado dominando, Bek bajó la guardia por un segundo literal y sufrió un nocaut repentino y violento. Otra derrota para Rosado, y lo único que se puede aprender de ella es que su potencial no es tan alto como todos pensaban.

Al día siguiente de que se vaya Díaz, también se irán Muciño y Acosta. Todavía no están seguros si irán primero a México o a Puerto Rico. Sea donde sea, descansarán y disfrutarán de las cosas que se han negado durante meses. Muciño tiene una pelea en algún momento de junio o julio, por lo que en unas semanas volverán a entrenar nuevamente en el Valle de Coachella.

Aproximadamente a una semana de la pelea de Acosta, comenzará el festival de música de Coachella. Bad Bunny, el artista con más reproducciones en Spotify durante tres años consecutivos y quien podría ser el acto musical más grande del mundo, será el artista principal. Los influencers de las redes sociales también estarán allí, cobrando miles de dólares por una sola publicación. Y aunque el festival está en el lado este, a unas cuatro millas del gimnasio de Joel, la mayoría de los turistas se quedarán en el lado oeste del Valle de Coachella. Vendrán y se irán junto con los residentes de tiempo parcial que hacen de este lugar su hogar de tiempo parcial.

En un par de meses, el calor será tan insoportable que aquellos que puedan comprar su salida lo harán. El sol brutal hará que el gimnasio en ese lugar que alguna vez fue malo, sea tan caluroso que entre un asalto y otro, los boxeadores beberán su agua y se pararán debajo de los conductos de aire acondicionado que funcionen mejor. Correrán sus millas diarias y sus pies se sentirán como si estuvieran en llamas. Sin embargo, los profesionales, que no son de aquí, volverán porque, a pesar del calor, vienen a entrenar con Díaz.

"El gallo es el animal más bravo del mundo", responde Díaz cuando le pregunto por qué el gallo de pelea está en medio del logo de su gimnasio. "Incluso cuando está muerto, sigue luchando".

Eso, junto con la inteligencia, es como entrena a todos aquí para luchar.