El Barcelona salvó, como se dice vulgarmente, los muebles en Villarreal sobre la bocina.
Cuando estaba entregado al desastre, tras ver convertido un 0-2 en un 4-2 tan impensable como histórico y viendo al líder en caída libre, el cuadro catalán despertó casi de casualidad.
Messi, siempre él, y Luis Suárez en tiempo cumplido evitaron la primera derrota desde noviembre, pero la victoria dejó malas sensaciones y en el peor momento.
Al mirar de reojo a Manchester y a esa “Copa tan linda” que parece casi una obsesión en el Camp Nou, Ernesto Valverde le dio descanso a Messi y también a Gerard Piqué. Si Leo fue, al final, el conducto para el despertar, podría decirse que su ausencia del 11 inicial no provocó tanto desastre como la de Ivan Rakitic en el centro del campo y, por encima de todo, la de Piqué en la zaga.
El central catalán, intocable en una Liga que había completado desde el inicio, quedó en el banquillo de entrada, tanto para darle descanso como para evitar la posibilidad de que viera una tarjeta que le apartase del duelo en la cumbre que se aventura definitivo contra el Atlético de Madrid. Valverde decidió dejarle fuera de la alineación y juntar por primera vez a Clément Lenglet y Samuel Umtiti.
El invento fue un auténtico desastre. Absoluto.
El centro de la defensa del campeón fue un mal chiste. Anclado por un centro del campo en el que Sergio Busquets estuvo por debajo de lo esperado y Arthur, como ante el Espanyol, volvió a ser casi invisible, el Barça no pudo, nunca, imponer su personalidad futbolística y padeció lo impensable en las contras de un Villarreal que dejó señalados a los dos centrales azulgranas.
El Barça encajó cuatro goles, CUATRO, que ya le había marcado el Betis en la primera vuelta en el Camp Nou, pero, esta vez, de no ser por Marc-André Ter Stegen, pudieron ser hasta siete, porque el arquero fue impresionante en la primera mitad al salvar hasta tres ocasiones clarísimas y al provocar que la actuación desastrosa de sus compañeros no penalizase de mala manera al equipo.
Que el Barça podía permitirse un tropiezo no es un secreto. Tal era, o aún es, su ventaja en la clasificación, que una derrota no debiera verse como un desastre. La manera, el guión del partido, la actuación desastrosa de su defensa sí debe provocar dudas.
La peor noche de Lenglet desde que es azulgrana estuvo acompañada de una actuación lamentable de Umtiti y ni la buena prestancia de Malcom en la primera mitad apartó del plano general lo sucedido en el campo.
¿La buena noticia? El Barça no se rinde nunca.
El 4-2 habría derrumbado a cualquiera, pero con Messi en el campo nada es imposible.
Despertó de manera furibunda en un final apoteósico que sin ocultar los errores sí merece el aplauso, porque los catalanes nunca bajaron los brazos.
El Barça, que no igualaba 4-4 desde 2001 (fue en este mismo escenario y después en Zaragoza), salvó los muebles de casualidad y por rabia, pero quedó en el escenario una certeza preocupante.
Messi es Messi. El mejor e inigualable, pero, a su lado, tal como se adivinan imprescindibles Suárez o Rakitic, lo es igualmente Piqué, cuyo descanso se comprendió fatal para un equipo que hizo aguas como no se recordaba en defensa.