La multitudinaria despedida de aquel 11 de septiembre de 2012, donde miles de personas colmaron las calles y avenidas de Santiago con tal de entregar un mínimo reconocimiento, un efusivo saludo, una mueca de agradecimiento, no hace más que reflejar lo valorada que es la trayectoria de Sergio Livingstone en el imaginario colectivo del chileno común. Algo parecido a lo que hicieron los delanteros de la selección de Paraguay, allá por la década del 40, cuando tras caer ante Chile lo sacaron en andas del estadio por su brillante actuación.
Es considerado el primer gran símbolo del fútbol criollo, desde que apareciera en las tapas de la revista Estadio con sus atléticos brincos y sus acrobáticas atajadas debajo de los tres tubos. "Por sobre todo quedó el recuerdo imborrable de una personalidad, de un revolucionario del estilo, de una amalgama de destreza, de imaginación, de elasticidad, de audacia y hasta la imprudencia. El recuerdo de un ejemplo de vocación", reflexionaba aquella misma publicación el día en que Sapito decidió colgar los botines. Y ni siquiera las glorias del presente ni los títulos de 2015 y 2016 empañan la leyenda de uno de los jugadores chilenos más grandes de todos los tiempos.
Sergio Roberto Livingstone Pohlhammer (Santiago, Chile, 26 de marzo de 1920 - Santiago, Chile, 11 de septiembre de 2012) es, indiscutiblemente, uno de los personajes más importante en la historia, no sólo del fútbol, sino que del deporte en Chile. Nacido en el seno de una familia de inmigrantes escoceses, donde su padre, Juan Livingstone Eves, destacaba como uno de los pioneros del balompié en el país, demostró desde muy pequeño su afición por el arco, su ofició para ocupar el puesto más ingrato y olvidado de esta actividad.
Se inició en el Colegio San Ignacio, luego recaló en la Unión Española, pero finalmente encontró su lugar: Universidad Católica, el club de sus amores, donde además estudió Derecho. Debutó allí en 1938 y permaneció hasta 1942, momento en que emigró a Racing Club de Argentina por cerca de 25.000 dólares, todo un récord para la época. En la Academia estuvo apenas una temporada, y dejó gratos recuerdos, pero sus deseos eran volver a su tierra para recuperar a dos viejos amores: la UC y su, por entonces, futura esposa, Lucía Vivanco.
En su vuelta al país, en 1944, el Sapito siguió deslumbrando con sus actuaciones, que ya eran parte de la selección nacional, en la que también dejó una profunda huella. Por la Roja jugó 52 partidos, la Copa del Mundo de Brasil en 1950 y seis Copas América, torneo en el cual mantiene el registro máximo de participaciones, con 34 partidos jugados. Cabe destacar que fue en este mismo torneo, específicamente en la edición de 1941, donde Livingstone fue elegido el mejor jugador del campeonato, a pesar de ocupar el puesto de arquero, una rareza en el fútbol. En la Católica, en tanto, obtuvo dos títulos nacionales y el premio al portero menos batido de la temporada, también en dos oportunidades. Se destacó como atajador de penales y resalta en esa faceta la anécdota de aquel 24 de septiembre de 1950, donde contuvo dos en un mismo partido, ante Everton de Viña del Mar.
En 1959 decidió abandonar la actividad, pero no del todo, pues tras un breve periodo continuó ligado al fútbol y al ambiente que lo rodea. Con el Mundial de 1962 en el horizonte, decidió incursionar en los medios de comunicación, especialmente en el incipiente mundo de la televisión. Su nivel como futbolista profesional (es considerado el noveno mejor portero sudamericano de la historia) y su calidad humana le otorgaban un alto nivel de credibilidad y consideración en el público, lo que se incrementó con sus sucesivas apariciones en la pantalla chica, sobre todo desde la Copa del Mundo.
De allí en más, se transformó en un habitué de los programas de deportes, muchos de los cuales fueron creados en gran parte por él. El "Zoom Deportivo" es el estandarte en ese sentido, desde su creación en 1985, hasta sus últimos días, ya entrada la década de 2010. Las nuevas generaciones conocieron al histórico futbolista a través del profesional y culto periodista. Su opinión no pasaba desapercibida y su forma frontal - pero calmada - para decir lo que pensaba, tampoco.
Recibió múltiples premios y homenajes, en vida y póstumos, entre los que se destacan el nombre de una tribuna del Estadio San Carlos de Apoquindo (de Universidad Católica), un galardón entregado por el Gobierno de Chile en 2011 por "su trayectoria deportiva y su aporte a la actividad", el" Premio Sergio Livingstone" - creado en su honor - que se le otorga al futbolista más correcto del año en Chile y el "Premio Nacional de Periodismo Deportivo", mientras ejercía dicho oficio.
Pero, no cabe duda, el mayor reconocimiento es el que le brindó la gente, por su cercanía, sinceridad, humildad y profesionalismo, desde los tiempos en que regalaba saltos y vuelos de historieta para detener una pelota difícil, hasta el día en que se despidió del pueblo chileno paseando en un cortejo fúnebre por Santiago.