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Valentín Barco, un jugador valiente que merece ganar la CONMEBOL Libertadores

La valentía en el mundo del fútbol es un concepto de significado difuso y que suele interpretarse de forma engañosa. Golpes a los rivales, juego desleal y otras actitudes desproporcionadas y ajenas a la competencia se confunden con actos de coraje cuando solo son modos de intentar reemplazar deficiencias. O, quizás, de aparentar temperamento y carácter.

En el fútbol, ser valiente es jugar bien. Pedir la pelota, hacerse cargo, tomar riesgos. Incluso divertirse. En estos tiempos de profesionalismo robótico en el que los futbolistas deben asumir responsabilidades casi administrativas en la cancha, quien demuestre actitudes lúdicas, cercanas al amateurismo, es un verdadero hombre valeroso. En esta final de la CONMEBOL Libertadores habrá un jugador con estas características tan difíciles de encontrar hoy. Se trata de Valentín Barco, figura de Boca Juniors.

Con solo 19 años, el nacido en 25 de Mayo, provincia de Buenos Aires, ya demostró que es diferente a todos. No solo por su talento innato, sino sobre todo por su actitud. A Barco le gusta jugar a la pelota. Lo hace con la inconsciencia propia de los jóvenes que aún no están contaminados por las obligaciones de la adultez. Y, al mismo tiempo, da la impresión que su forma de afrontar cada partido va más allá de su corta edad. Su estilo es ese, como si hubiera nacido con un entendimiento diferente de sus tareas. Tiene muy claro que su primer deber es darle una utilidad concreta a su talento.

Hizo su debut en Boca a los 16 años, como lateral izquierdo. Allí lo habían ubicado en las divisiones inferiores tras jugar como delantero durante toda su niñez y preadolescencia. Este año, Jorge Almirón lo devolvió a su función natural. El entrenador comprendió que no podía desperdiciar las virtudes individuales de un futbolista de estas características. Su equipo carecía de inventiva en ataque y en la oscuridad de la defensa estaba la solución.

Por supuesto, Barco cambió de posición con absoluta naturalidad y esa capacidad para adaptarse es otro rasgo destacado de su personalidad. Allí se ve también su valentía. No tiene miedo de defender y menos tiene miedo de atacar. Sin él, Boca es un conjunto estático, gris y con escasos argumentos en la creación. Con él, es mucho más indescifrable. Es el salto de calidad. El diferencial que le da sentido al orden táctico y a la rigidez defensiva.

¿Cuántos goles marcó? ¿Cuántas asistencias dio? Tal vez suene exagerado este elogio por un jugador con solo 30 partidos en Primera, un tanto convertido y 3 pases gol. Es fácil señalar esto en tiempos en los que las estadísticas dominan los análisis y nublan las miradas. Pero Barco no juega para las planillas de cálculo. Barco juega para el equipo y para la tribuna. Su aporte es fundamental por la atracción que genera hacia los rivales y también, por qué no, porque es bello verlo. Es divertido verlo.

Una imagen describe esto. Él parado sobre la pelota, con los dos pies encima del balón, tal como lo hacía el legendario Ezio Vendrame, un crack italiano oculto que fue famoso por sus inquietudes artísticas y por sus aires de poeta. Ese goce salvaje y un tanto anacrónico, provocó críticas de los solemnes. De los que ya se rindieron ante las rigideces de la época. De los temerosos.

Barco gambetea hacia adelante, se asocia con sus compañeros, tiene buena pegada y una capacidad impresionante para enviar centros precisos a la carrera o con la pelota detenida. Además, es guapo a la hora de marcar y un poco fanfarrón, lo que mezclado con el talento genera admiración en los propios y odio, incluso bronca, en los ajenos.

Su inconsciencia proverbial puede ser muy importante en una instancia como esta. En el Maracaná, contra Fluminense, Boca irá por la séptima Copa Libertadores. Se habla de la necesidad de jugar el partido con seriedad, con atención y concentración. Pero, también, es necesario un grado de imprudencia para alejarse del contexto y jugar. Solo jugar. Y Barco sabe.