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Al Barcelona le irá mejor sin el potencial insatisfecho de Ousmane Dembélé

Es posible que Ousmane Dembélé pronto cambie su camiseta del Barça por la del PSG. Sam Hodde/Getty Images

Si, por cuestión de milagro, su primer vistazo al juego de Ousmane Dembélé fue ese golazo tremendamente espectacular y de técnica sublime contra el Real Madrid en el Clásico de pretemporada del pasado sábado en Dallas, entonces se burlarán cuando les asegure que es una bendición para el Barcelona que el internacional francés está decidido a partir con rumbo al Paris Saint-Germain.

Su gol, que dio ventaja 1-0 al actual campeón de España antes de concretar el triunfo 3-0, fue el punto cumbre de la técnica, juicio, concentración y habilidad atlética. De eso no cabe duda. También fue el punto cumbre de la demostración de eso que Dembélé ha sido constantemente incapaz de lograr desde que hace seis años forzó su traspaso del Borussia Dortmund al Barcelona.

Su entrenador Xavi Hernández le sigue diciendo que puede convertirse en el mejor del mundo. El expresidente culé Josep María Bartomeu afirmó que Dembélé era "mucho mejor jugador que Neymar" y lo más increíble, el actual mandatario blaugrana Joan Laporta argumentó que "sigo creyendo que es mejor que Kylian Mbappe". Ellos, y aparentemente el nuevo técnico del PSG Luis Enrique, creen en el talento de Dembélé. Pero tristemente, es una ilusión. Y no es poco común.

Se asemeja a aquel golfista perpetuamente errático que, de vez en cuando, pega un tiro fuera de los tornillos, y ese golpe le hace volver a la cancha. O al pescador adicto a hablar del tamaño y poder del "pez que se me escapó".

Mucho más de lo que nunca ha logrado aprovechar su velocidad atlética, sprint explosivo, regate ambidiestro o ese feroz remate que posee, Dembélé ha desatado el poder masivo del potencial de lo que podría suceder. Es el sueño que tienen sus fanáticos más devotos, de que es capaz de crear grandeza, majestuosidad y actuaciones de élite… aunque las probabilidades deberían decirle a Bartomeu, Laporta y Xavi que sean realistas.

Es un hecho evidente que Dembélé encaja perfectamente en un grupo que incluye a Philippe Coutinho, Antoine Griezmann y Samuel Umtiti, que se han destacado en otros equipos, alcanzaron logros notables y con unos fichajes que le costaron una fortuna al Barcelona; pero, por uno u otro motivo, no lograron brillar tras concretar sus costosos traspasos al Camp Nou. Los seguidores del Barça siguen esperando que Dembélé se convierta en ese súper talento que siempre ha proyectado ser, pero parece improbable después de todos estos años.

Claro que no todo esto es culpa de Dembéle, ni tampoco es su problema. Solo existen tres o cuatro futbolistas en el mundo capaces de igualar algunos de los talentos que mantienen ansiosos a los entrenadores de fútbol buscando desarrollar lo que se creen capaces de lograr con este jugador de 26 años si formara parte de sus planteles.

La explosividad al estilo Maserati de Dembélé, que lo hace ir de 0 a 120 kph en cuestión de segundos, no es única. Pero ser capaz de hacer erupción en acciones complejas de regate, a semejante velocidad, mantenerla a lo largo de 50 o 60 metros y tener una potencia de control absolutamente idéntica tanto con la diestra como con la zurda... es probable que sólo Vinicius Junior, Neymar y Mbappé sean los únicos legítimos miembros de dicha categoría. También hay ocasiones en las que Dembélé remata con un poder tan limpio y técnicamente exquisito que aparenta disparar al arco con lanzamientos de cohete.

Hablamos de unas habilidades hechizantes, raras y peculiares dentro del planeta fútbol y que representan un espectáculo genial para asistentes y patrocinantes al punto que, si logran compaginarse en un jugador (tanto masculino como femenino) que sabe lo que hace (cuyo cerebro, temperamento y ambición se igualen de forma implacable con su arsenal técnico) lo convierten en ganador del Balón de Oro y un verdadero grande del balompié. El problema con el héroe/antihéroe de la presente columna es que ni siquiera está cerca de aprovechar todos sus talentos, o quizás que se requiere de mucho trabajo para convertirlo en un futbolista tan implacable como se necesita.

Desde su llegada al Barcelona (fichado en un ataque de pánico por una gerencia deportiva dormida al volante por el precio tan alto pagado por el Paris Saint-Germain para contratar a Neymar en 2017), la frustración ha rodeado a este extremo de tentativa genialidad.

Dembélé, desde sus primeros partidos en 2017 vistiendo la camiseta blaugrana hasta el final de la temporada pasada, tomaba malas decisiones, ubicaba mal un pase fácil, fallaba un claro remate a puerta, hacía un regate de más y veía el fracaso posterior con una expresión que aparentaba decir: "¿Cómo pudo pasar?" Se mirará las botas, como si se las hubiera puesto mal. Sacudirá la cabeza, como si se tratara de una mala jugada del destino y pondrá cara de desconcierto, como si dijera: Pues no importa, hombre. Volveré en 10 minutos y entonces, claro que sí, las cosas saldrán mejor.

Ni sus decisiones, ni su regularidad, sus expresiones ni su lenguaje corporal daban indicio alguno de entender que ya había pasado cien veces. Ni tampoco evidenciaba alguna mejora de su eficiencia.

Ahora, seamos absolutamente claros. Esta nota no pretende ser únicamente un ataque en contra de Dembélé. Tiene sus fallos, pero ¿acaso somos perfectos? Es un jugador tremendamente talentoso y cuando hace clic, es terriblemente difícil de marcar. Ha aprendido mucho, particularmente bajo las órdenes de Xavi, sobre cómo replegarse y cuán duro debe trabajar a la defensiva. Es del agrado de sus compañeros, ahora que ha empezado a mostrar señas de madurez.

Solo hay que mencionar aquella vieja frase frecuentemente atribuida a Mark Twain que indica que existen tres clases de mentiras ("mentiras, malditas mentiras y estadísticas"). Las estadísticas de Dembélé con el Barcelona pueden contar dos historias muy distintas.

Desde que se produjo aquel traspaso por €140 millones en 2017, este talento esquivo ha ganado siete trofeos con su club, incluyendo tres títulos de LaLiga; ha disputado 11 encuentros en los dos últimos Mundiales con la selección de Francia, ganando la primera y quedando subcampeón en la segunda. Suficiente como para hacer que algunos evaluadores se mareen de la emoción.

La otra forma de analizar sus estadísticas es la siguiente: desde que Dembélé se hizo culé, el Barcelona ha jugado 332 cotejos competitivos. El francés ha sido titular en 119, jugando los 90 minutos en un escaso porcentaje de ellos. Bien sea por lesiones o un bajón de nivel, es un historial atroz por sí solo.

Después, pensemos en aquellos momentos escasos en los que Dembélé conjura su magia, o que ocurre una jugada sublime a su alrededor, para que luego éste sea incapaz de concretar lo sencillo; bien sea anotando, creando ocasiones, sellando la derrota de un rival importante o asegurando un trofeo.

Xavi ha trabajado mucho la psique de este joven. En el momento en el que Dembélé contrajo nupcias y se hizo padre, Xavi invirtió un buen tiempo como su entrenador personal, conociendo mejor a Dembélé que cualquier técnico desde Thomas Tuchel en el Dortmund (cuando jugó para él en el torneo 2016-17), y le confirió ciertas responsabilidades defensivas. Sin embargo, eso ha surtido poco efecto.

Dembélé fue titular en menos de la mitad de los partidos del Barça en LaLiga durante la pasada campaña, no logró repercutir en ninguno de los cuatro desastrosos encuentros del conjunto blaugrana en Champions League contra Bayern Munich e Inter Milan, estuvo lesionado durante la derrota ante Manchester United en Europa League y continuó su miserable sequía goleadora en partidos competitivos contra el Real Madrid.

Cuando lean la presente nota, el agente de Dembélé, Barcelona y PSG intentan concretar una operación. Y lo más probable es que tengan éxito. El precio de la ficha no compensará en mucho el precio pagado por el Barcelona cuando se hizo con los servicios del jugador, mientras que el dinero que ingrese no ayudará mucho a mejorar su relación financiera con LaLiga ni a aumentar su poder en el mercado de fichajes.

Y, siendo sinceros, ¿quién se sorprendería si, en algún momento, el sorteo de la Champions enfrenta al PSG de Luis Enrique y un Dembélé repentinamente incisivo, con el Barcelona de Xavi? Yo no.

Pero este es el problema: Este Barcelona con la juventud de Bambi, una plantilla guapa e interesante, pero que sigue mostrando piernas de goma cuando intenta equilibrarse en medio de los grandes compromisos, ya no necesita soñar con lo que es capaz de hacer, ni seguir con las ilusiones de "¡imagínate como será esto cuando todo encaje!" La plantilla de Xavi tiene que dar resultados, les guste o no.

Si se convierte en un hábito forjado por jugadores que posiblemente no tengan el talento divino de Dembélé, pero sí cuenten con la garra, constancia y la determinación férrea para ganar, independientemente de todo lo que tengan en contra, entonces eso debería hacer que aficionados y executivos del club le digan a su enigma francés: "Merci, mais au revoir Ousmane." Gracias, Ousmane, pero te decimos adiós.