BARCELONA -- Incorporado Jeison Murillo, sin saber qué ocurrirá con Todibo en las próximas semanas y buscando a toda prisa un ‘9’ de urgencia que guarde las espaldas a Luis Suárez el Barcelona ya se ha convertido en un cliente clásico del mercado de invierno… Cuyos resultados no han sido, precisamente, para echar cohetes.
Un año después de su llegada Yerry Mina ya no está en el club y la trascendencia de Coutinho está más en entredicho que nunca.
Y qué decir del rendimiento que ofrecieron Arda Turan o Aleix Vidal, fichados en el verano de 2015 pero que no pudieron debutar hasta enero del año siguiente por la sanción de la FIFA…
La apuesta de solucionar en invierno los errores del verano anterior no es una novedad en el Camp Nou. Y a la memoria acuden la cara y la cruz personalizada en la llegada de un crack cuyo paso fue tan efímero como invisible y de un jovenzuelo de dudoso futuro… Y que acabó siendo posiblemente la mayor estrella del club durante ocho largos y tortuosos años.
CRUZ… Y CARA
El primero respondía al nombre de Roberto Dinamite, goleador de leyenda del Vasco da Gama y que llegó al Barça en enero de 1980 para catapultar a un equipo en crisis. Dos meses, dos goles y nueve partidos después el astro brasileño tomaba el camino de vuelta a su país… Donde seguiría hinchándose a marcar goles para convertirse en el máximo realizador histórico del Vasco, del que es una de sus mayores leyendas.
Si en marzo se fue, entre chanzas burlonas, Dinamite, en octubre de aquel mismo 1980 llegó desde Colonia un tal Bernd Schuster, estrella reluciente de la selección alemana que había ganado la Eurocopa pero enfrentado a todo el mundo, por quien se pagaron 970 mil dólares y que a sus 20 años provocaba tanta esperanza como dudas.
Schuster dejó el Barça, con juicios de por medio, una temporada apartado del equipo, y provocando una gran pesar por su destino (el Real Madrid) en 1988 y tres décadas después su nombre se asocia, de forma indiscutible, a uno de los mayores cracks que pasaron por el Camp Nou.
Desde entonces, en general, no ha sido el Barcelona un club agraciado con la suerte en su política de fichajes a media temporada. Johan Cruyff, quien en su día no dudó en criticar la llegada al Camp Nou de los hermanos De Boer en pleno mes de enero (allá por 1999), defendía que la confección de la plantilla de la temporada siguiente debía tenerse cerrada en un 80 por ciento en el mes de marzo y en su totalidad en julio.
Solamente entendía un fichaje durante el curso por causas mayores y así ocurrió con su solicitud, no atendida por el Barça, de fichar a Molby cuando se lesionó Koeman en 1990 o cuando sí le convencieron para incorporar a Jose Mari en enero de 1995. Pero su mayor contestación a estas soluciones la mostró en la temporada 1995-96: Kodro, Prosinecki y Cuéllar, fichados aquel verano, resultaron ser un fiasco tal como un año anterior lo habían sido Lopetegui, Eskurza o Escaich… Y Cruyff respondió echando mano, a cuerpo entero, de la cantera.
Fue, 1996, el año en que el Barça lo perdió todo en diez fatídicos días de abril y que acabó, el 18 de mayo, con el holandés saliendo ‘en globo’ del club. El curso en que dio lustre a la conocida como ‘Quinta del Mini’, que provocó tanto estupor entre algunos directivos huérfanos de echarse la mano al bolsillo con comisiones extrañas como ilusión entre una hinchada desencantada tras el final del Dream Team.
Cruyff se fue dejando en el escenario, para mayor escarnio de Núñez y sus directivos, los nombres de Zidane, Giggs, Rui Costa, Ginola, Batistuta, Blanc o Luis Enrique para reforzar una plantilla que con el apoyo de aquellos canteranos estaba llamada a iniciar una nueva era. Solo llegaron los dos últimos, con la carta de libertad, y fue el preludio de una etapa convulsa en todos los órdenes para el club azulgrana.
TIEMPOS MODERNOS, TIEMPOS DE FIASCOS
Dos días después de perder (2-0) en el Bernabéu el Clásico, el 9 de diciembre de 1996 el Barça hizo oficial el fichaje de Amunike, un nigeriano pedido expresamente por Bobby Robson, que llegó con la rodilla recién recuperada desde el Sporting de Portugal y que abandonó el club azulgrana tres años y medio después… Habiendo jugado solo 26 partidos, ninguno en sus dos últimas campañas por culpa de su maltrecha rodilla.
Los hermanos De Boer, Frank y Ronald, llegaron en enero de 1999 desde el Ajax por un coste total de 25 millones de dólares. El mediocampista fue transferido un año y medio después al Rangers escocés por 6 millones habiendo jugado 55 partidos en los que su rendimiento quedó muy lejos de lo visto en Amsterdam. Frank, el central, aún se mantuvo de azulgrana durante tres temporadas más, marchándose libre al Galatasaray en el verano de 2003 y sin dejar un recuerdo especial en el Camp Nou.
Juan Pablo Sorín fue el siguiente. Cedido por el Cruzeiro (aunque procedente de la Lazio), se incorporó al Barça en enero de 2003 con un coste económico de 1,8 millones de dólares. En el verano de aquel mismo año abandonó el club con 15 partidos a sus espaldas y un baile polémico en un concierto de rock estando lesionado que provocó no poca controversia en el Camp Nou.
Edgar Davids fue la primera solución de urgencia de la etapa presidencial de Joan Laporta. Cedido por la Juventus por 1,9 millones de dólares, el todoterreno holandés debutó el 17 de enero de 2004, su impacto en el equipo de Rijkaard fue magnífico… Y no acordó su fichaje definitivo en verano (quedaba libre), marchándose al Inter.
Al cabo de un año, en enero de 2005, llegaron Demetrio Albertini, libre desde el Atalanta, y Maxi López, previo pago de 7,5 millones de dólares a River Plate. El italiano dejó el Barça habiendo jugado apenas 300 minutos en 6 partidos y el argentino, que en temporada y media no alcanzó los 600 minutos en 19 partidos, fue cedido al Mallorca antes de ser vendido al FK Moscú por 2 millones de dólares en agosto de 2007.
Jose Manuel Pinto es, de la lista, el más longevo de todos, aun sabiendo su papel secundario como suplente de Víctor Valdés en la portería azulgrana. El Celta lo cedió al Barça en enero de 2008 por 600 mil dólares y en el verano de aquel mismo año fichó definitivamente con la carta de libertad. Hasta su retirada, en el verano de 2014, disputó 90 partidos oficiales.
Tres años pasaron hasta que el Barça pagó 3,8 millones de dólares al PSV por Ibrahim Afellay. El menudo delantero holandés debutó en enero de 2011 y acabó la temporada jugando 28 partidos a buen rendimiento… Pero las lesiones le masacraron el siguiente curso, en el que solo disputó 5 partidos y desapareció para siempre del plano culé. Cedido consecutivamente a Schalke y Olympiacos, en 2015 se marchó, libre, al Stoke City.
Hasta enero de 2018 no volvió a entrar en el escenario del mercado invernal el Barça. La marcha de Mascherano a China provocó el fichaje, adelantado, de Yerry Mina. El colombiano acabó siendo un negocio redondo en el plano financiero y un fiasco mayúsculo en el terreno de juego, casi ignorado por un Valverde que solo le alineó cinco partidos.
Días antes había llegado Philippe Coutinho, catapultado como el fichaje más caro de la historia del fútbol español (160 millones de dólares) y procedente de un Liverpool que con el paso del tiempo ha demostrado saber vivir tan feliz sin él como ha dejado de serlo el propio crack brasileño en un Barça donde no encuentra su sitio.
La incorporación de Murillo, cedido por el Valencia, es, de momento, el último movimiento del Barça en el mercado de invierno, con un coste cercano a los 3 millones de dólares y pendiente de hacer efectiva la opción de compra, valorada en otros 27, a fin de curso.
Cerrado un acuerdo con Todibo, aunque pendiente de conocer la fecha de su llegada al Camp Nou, ahora los ojos están puestos en el fichaje, o cesión, de un delantero centro que sustituya a Munir y pueda dar descanso a Luis Suárez. Un asunto de máxima exigencia y mayor dificultad.
Y que a la vista de la historia se aventura aún más difícil de resultar positiva…