BARCELONA -- Ronaldo en explosión. Antes de que fuera bautizado con el sobrenombre de ‘El Fenómeno’ a través del impacto bestial que supuso su aparición en la Serie A con el Inter de Milán, el brasileño disfrutó de una temporada inolvidable en el FC Barcelona, la 1996-97 en la que marcó 48 goles en 49 partidos oficiales. Uno de ellos, el décimo de la lista, entró en la consideración de sideral y se mantiene entre los mejores que se recuerda en la historia moderna de la Liga española.
El 12 de octubre, de 1996, el Barça, que venía de empatar en el Camp Nou con el Tenerife, visitaba al animoso Compostela, rival que le había vencido la temporada anterior y en un partido considerado complicado para el equipo de Robson, desconocedor, como todo el mundo, de lo que iba a ocurrir aquella noche. Ganó el Barça por 1-5 y lo hizo con una actuación memorable del joven futbolista brasileño, autor de dos goles, protagonista en otros dos y despedido con una rotunda ovación por la hinchada local, atónita ante su exhibición y rendida a la magnificencia de una jugada, que desembocó en el 0-3, que aún hoy suele aparecer en resúmenes televisados de su carrera.
Popescu cortó de cabeza un balón en la zona central azulgrana y ahí apareció Ronaldo, colándose entre Chiba y José Ramón para controlar con una potencia inesperada, dándose la vuelta y empezando un sprint en el que dejó atrás hasta cinco rivales para entrar en el área por el costado izquierdo, recortar a un último defensa y batir al portero Fernando con un disparo raso, ajustado al palo.
Robson, incrédulo, se puso las manos en la cabeza; Mourinho, a su lado, animó a la afición a aplaudir aquella maravilla y sus compañeros acudieron a abrazarle más en señal de homenaje que de simple felicitación. “Le dije ‘chapeau’ mientras él me sonreía con su cara de niño”, solventó Laurent Blanc, colega de vestuario durante aquella temporada a la vez que Sergi, lateral de amplio recorrido en el club azulgrana, reconoció que “nunca había visto nada igual”.
Guardiola, en plena celebración, hizo una señal de pañolada de homenaje a la afición local, Figo calificó el gol de “maravilloso” y Bobby Robson sentenció que su Ronaldo “es como el joven Pelé. Ver un gol así es imposible en todo el mundo”.
AMOR... Y DIVORCIO
Curiosamente aquel gol, aquella exhibición que catapultó ya de manera indiscutible la figura de Ronaldo a la consideración de ídolo en el Camp Nou fue el principio del fin en su carrera como barcelonista.
Dos días después, mientras Johan Cruyff, en aquel momento enfrentado al club por su despido cinco meses antes, avisaba que debía mantenerse la calma a su alrededor porque “es precipitado considerar a un jugador de 20 años como el mejor del mundo”, la directiva del Barça, solventó convocar a los agentes de Ronaldo para cambiar un contrato firmado en julio, aumentar su cláusula de rescisión (fijada en 24 millones de euros) y renovar un contrato que apenas cumplía sus primeros meses.
Todo parecía atado... Hasta que se desató. La avaricia de los representantes del jugador, el interés creciente del Calcio y la desconfianza del presidente del Barça con una operación que le asustó, desembocó, en la primavera de 1997, en un divorcio sonado ante la mirada atónita de la hinchada culé y las lágrimas del propio futbolista, quien en París, en mayo de aquel 1997, fue informado de su traspaso al Inter de Milán.
Todo lo que aconteció en aquel divorcio sonado forma parte de otra historia... Como también es otra historia (alucinante) su frustrado regreso en el verano de 2002, cuando durante unas horas lo tuvo acordado el club azulgrana con Massimo Moratti hasta que Van Gaal, en persona, lo rechazó para que acabase firmando por el Real Madrid.
Pero en el recuerdo, imborrable, permanecen aquellos 11 segundos de Compostela. El día que Ronaldo, el 12 de octubre de 1996, alcanzó la consideración de ídolo para todo el barcelonismo.