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Messi le dijo al Barcelona que se quiere ir. Debe hacerlo por estas razones.

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Llorens: "Messi quiere un proyecto para ganar la UCL" (2:01)

Moisés Llorens afirma que las posibilidades de que el astro argentino se quede en Barcelona son muy pocas, y su destino estaría en Manchester City. (2:01)

Es increíble pensarlo, pero sí existen precedentes que nos llevan a pensar que el Barcelona y Lionel Messi podrían terminar definiendo su más reciente batalla en los Tribunales, luego que el pulso entre el argentino y la directiva culé escalara este martes, cuando Messi informó al club sus deseos de partir, luego de aproximadamente 20 años de servicio. Esos indicios que nos apuntan que las posiciones adoptadas por ambas partes (el genio herido contra la versión moderna de los policías incompetentes del cine mudo conocidos como "Keystone Kops") conducirán a que, a menos que uno de ellos pestañeé, podrían llegar allí. Es algo sorprendente.

Desde Josep María Bartomeu, pasando por el ya egresado "cerebro" futbolístico y director deportivo Pep Segura, junto con un desafortunado Quique Setién, su asistente Edu Sarabia, hasta el sobreviviente "secretario técnico" Ramón Planes, no me puedo imaginar cómo tendrán moral suficiente para poder verse al espejo esta noche, mañana o en los meses por venir. Todos ellos han sumado para tomar el amor y devoción de Leo Messi por el club que él ha hecho grande y, en mayor o menor medida, enterrarlo.

Sin embargo, aquí nos encontramos. El hecho radica en que mi argumento, basado en precedentes históricos precisos, una guía apropiada, madurez y visión, probablemente será ignorado por Bartomeu y sus acólitos. Igual lo diremos.

El descontento y discordia entre ambas partes, junto a la ineptitud constante del club, significan que ha llegado la hora de que Messi salga del Barcelona.

Cuando la junta directiva liderada por Joan Laporta decidió en 2008 que Messi era "demasiado importante" para la revolución de terciopelo por la cual pasaba el Barcelona permitirle la oportunidad a Messi de luchar por la medalla de oro olímpica con la selección de Argentina en Beijing, justo cuando acababan de ascender a un técnico de equipo B llamado Pep Guardiola para que asumiera las riendas del primer plantel; se produjo un conflicto agotador, inoportuno e intolerante que terminó con un dictamen a favor del club por parte del Tribunal de Arbitraje Deportivo (TAS), la jurisdicción legal definitiva en estos asuntos.

En aquél entonces, el presidente del club, quien siempre ha sido un crítico feroz de la actual directiva y su líder Bartomeu, se encontraba en una situación que se sentía, a su criterio, como "una Espada de Damocles", de forma similar a lo que viven en estos momentos los altos mandos del Camp Nou. Con un par de años con sequía de trofeos, una plantilla atrofiada y el riesgo, que en 2008 se sentía como un riesgo inmenso, incluso para el propio Guardiola, de promover a un niño maravilla sin probar a costillas de un ganador comprobado como lo es José Mourinho; Laporta quería desesperadamente que la nueva campaña, en la que tenían que buscar la clasificación a la Champions League, comenzara con Messi dentro del primer equipo, sin pensar en los riesgos de que sufriera una lesión en China.

Guardiola asumió uno de los más grandes riesgos de todos los tiempos del fútbol moderno y, en una situación tan comprometida, al igual que su jefe, desafió a sus empleadores, le dijo a Messi que debía ir a China, discutió con Laporta hasta que éste aceptó a regañadientes y luego, cosechó los beneficios cuando el orgulloso argentino deslumbró en los Juegos Olímpicos, se alzó con la presea de oro y volvió a Cataluña para explotar como la versión futbolística de un átomo poderoso durante los 12 años siguientes.

Ciertamente, si el Barcelona ahora abandona su derecho de invocar el contrato de Messi, en vigor hasta finales de junio próximo, y evita una batalla legal para aplicar su superioridad contractual, tampoco Messi se irá por pocas semanas para regresar lleno de gratitud. Si se va del Barcelona, será el fin, al menos en términos deportivos. Pero el "burofax" enviado por Messi al club en la jornada del martes no sólo le pide al club que le permita partir, por ejemplo, con un club que le adquiera a un precio razonable. El burofax sugiere que Messi sigue teniendo acceso a una cláusula de "salir gratis de la cárcel" dentro de su contrato, que expiró fácticamente en mayo pasado.

Si el entorno de Messi decide discrepar de esa tesis en los tribunales, el Barcelona está actualmente comprometido a pelear. Por ende, creo que mi comparación con ese agrio verano de 2008 se sostiene.

Lo que Pep Guardiola pudo ver en 2008, incluso cuando Messi tenía apenas 21 años, era un hombre roto, sumamente derrumbado y que probablemente haría crecer odios en su alma. Guardiola se dio cuenta, lo comprendió e hizo una apuesta inmensa, diciendo que cualquier resultado en los Juegos Olímpicos de ese año apenas podía ser peor que privar a Messi de algo que no sólo merecía: también se encontraba totalmente consciente de que lo merecía.

¿Cuál es el escenario para los poderosos del Barcelona en 2020, si obligan a Messi a quedarse en el plantel culé en contra de su voluntad o, peor aún, a ir a instancias judiciales para ratificar su derecho a no concederle la libertad o una libertad a precio justo?

Los pragmáticos que dicen "Nadie es más grande que el club, ni siquiera Messi" pueden ser descartados como personas que no conocen absolutamente nada sobre esta situación o sus protagonistas. Imaginarse a Messi descontento, esforzándose a medias, negociando a mitad de temporada con una serie de clubes, probablemente despojado de la capitanía y cruzando dardos con un nuevo técnico conocido por su rudeza y carencia de tacto, como lo es Ronald Koeman, es una idea desastrosa.

No debería permitírsele ir simplemente porque se enfadará, por supuesto; no defiendo semejante cosa. Debería permitírsele ir porque él se merece aprovechar al máximo sus últimos dos años de nivel magnífico en una atmósfera competitiva y rigurosa, donde se exija a diario la excelencia de todos y cada uno de sus empleados. Más que ello: se le debería permitir irse, gratis o por una tarifa simbólica, porque Messi se encuentra a un nivel estratosféricamente muy por encima de la superestrella común, al punto que el público amante del balompié (definición en la que incluyo aficionados, colegas jugadores, técnicos, medios de comunicación, auspiciadores y todos y cada uno de los públicos que aman nuestro deporte) merece verle prosperando, contento, destruyendo a sus rivales, comprometido, exitoso y puesto a prueba durante los tres o cuatro años por venir.

Los 12 meses siguientes, especialmente si esta Junta Directiva permanece en su puesto hasta las elecciones que los estatutos obligan a celebrar el próximo verano, prometen ser, en el caso de Messi, un desperdicio de tiempo precioso.

Lo que hace de esta situación algo mucho más desastroso para el Barcelona y para cualquiera que le importe un ápice el futuro del club catalán, es que la Junta Directiva se ha puesto a contemplar las luces de un auto que se aproxima a toda velocidad, como si fueran un conejo particularmente tonto y testarudo, durante muchos meses. Perder a una superestrella, como lo es Neymar, debido a su ineptitud completa para interpretar una situación o hacer algo al respecto, puede ser considerado como desconsiderado, pero repetir este patrón con el jugador más grande de la historia es simplemente una muestra de ineptitud a escala gigantesca. Un ejemplo de ello ocurrió en octubre de 2016, cuando Neymar rechazó una mejoría de su contrato, que habría implicado un aumento sustancial a su cláusula de rescisión (mucho más allá de los €222 millones escritos en su contrato). La Junta Directiva del Barcelona parecía completamente ignorante del hecho que el brasileño les enviaba un mensaje claro: "MI INTENCIÓN ES DEJAR EL EQUIPO EN LA PRÓXIMA VENTANA DE FICHAJES". Con mayúsculas.

Hasta el momento que el PSG depositó esos €222 millones en las oficinas de La Liga en Madrid y logró llevarse al genio creador del Barcelona a la capital francesa, la jerarquía del Camp Nou seguía comportándose como el Emperador con "nuevo traje". El resto del mundo sabía bien que habían sido despojados de sus prendas; pero la junta culé seguía ufanándose de vestir ropas fastuosas confeccionadas con plumas de pavorreal. Ver que este escenario se repite, apenas tres años después, y con un talento (y activo financiero) entre los más poderosos de todos los tiempos, como lo es Messi, nos hace juzgar nuestra capacidad de creer. De hecho, si la justicia futbolística existiera en el mundo, la actitud de la junta del Barça debería constituir una ofensa penal, incluso si sólo fuera condenada con la libertad condicional u obligar a barrer la basura de las calles.

Cuando el entorno de Messi negoció su renovación contractual en 2017, los cercanos al argentino se esforzaron con tesón para lograr incluir una cláusula que incluyera que todos los veranos a partir de mayo de 2018, se le podría permitir la salida gratuita del equipo si él le expresaba al club su deseo de partir antes de concluir el mes de mayo.

Reiteramos: No sabemos qué otros indicios necesitaban los ejecutivos del Camp Nou para entender que ya Messi tenía en mente que llegaría un momento similar a lo vivido esta semana, cuando la ineptitud del club y el interés propio de ciertos ejecutivos obligarían al rosarino a decir: "Soy demasiado bueno para ustedes. Me voy". Desde el momento cuando el séquito de Messi salió de la oficina de Bartomeu en 2017, el presidente azulgrana y sus acólitos debieron haber aprovechado todas y cada una de sus horas laborables para implementar la contratación de jugadores, estrategias, hábitos, decisiones y actitudes que garantizaran que Messi se sintiera contento y permaneciera con el club hasta su retiro. Por el contrario, se desempeñaron con una mediocridad tal que llevaron al jugador a sentir hartazgo. Motivaron a Messi a dejar a un lado su amor y lealtad al FC Barcelona: cosas que había expresado sentir reiterada y combativamente.

Podemos asemejarlo a ver al Papa declararse ateo, o a los hinchas del Manchester United votando por el Leeds como segundo equipo favorito.

Veremos cómo se produce un tumulto de opiniones motivados por la ira. Todas las frases imaginables, desde "Messi es desleal", pasando por "Él no puede imponerle condiciones al club" hasta "Bartomeu, dimisión" y "¡Es vital celebrar elecciones inmediatas!". Sin embargo, no debemos perder de vista el hecho que este hombre, independientemente del club que se ame, ha iluminado nuestras vidas durante los últimos 15 años.

Messi se encuentra al mismo nivel, por lo menos, de Muhammad Alí, Michael Jordan, Juan Manuel Fangio, Jack Nicklaus, Tiger Woods, Rafael Nadal y Roger Federer: mencionen el deporte, mencionen la leyenda. Messi los iguala. De hecho, les reto a negar con argumentos que sus vidas han sido mejores, más brillantes, más alegres, más divertidas, después de ver a Messi jugar durante su época en el Barcelona. No permitan que eso quede oscurecido por el ruido y el humo.

Dos de los pocos argumentos que los escépticos han podido esgrimir en contra de Messi han sido, primero, su preferencia expresada hasta ahora, por ser hombre de un solo club. Es una tesis que siempre he considerado espuria. Solo los grandes atletas sobresalen cuando viven la totalidad de sus carreras en un solo lugar, haciendo las mismas cosas y manteniéndose totalmente ineludibles.

El segundo es ese tema del Mundial. No, no lo ha ganado; pero sí es cierto que la Champions League es hoy en día un torneo mucho más importante, mucho más prestigioso, y el sinsentido de decir que Maradona ganó la Copa del Mundo por cuenta propia, se ha convertido en un fastidio recurrente.

Sin embargo, nadie negará que Messi ansía tener ese trofeo, al menos para demostrar su amor y dedicación por la selección de Argentina. Y yo creo que también lo quiere para satisfacer cualquier ansia personal de gloria. En este momento, apuesto lo que sea que la forma en la cual el Barcelona, durante la jornada del lunes, descartó a Luis Suárez, el mejor amigo que Messi tiene en el ámbito del fútbol, surtió influencias para que tomara esta decisión tan súbitamente. Pero también apostaría a que si existe algo que fundamenta como nada su disgusto con los estándares impuestos en el Camp Nou es su deseo de entrenar y jugar fútbol ultra competitivo todas las semanas, desde hoy hasta el momento cuando la Argentina, ojalá, compita por la Copa del Mundo 2022; que será su última, me imagino, como futbolista internacional competitivo.

Ahora bien: ¿a dónde irá? ¿Manchester City? ¿Paris Saint-Germain? ¿Inter Milan? ¿Inter Miami? No sé cuál sea su preferencia, pero su pase no se producirá sin que él, al menos en lo mental, elija el sitio donde le gustaría estar cuando vuelva a iniciarse la acción del balompié.

¿City? Pues bien, sería un refugio seguro y jugaría en una liga que le encanta; aunque no estoy seguro de que Guardiola, considerando su deseo de que su plantel juegue con presión alta, sería el autor de una operación Messi en el City. Esos serían los dueños del equipo y ¿quién puede luchar con sus intenciones?

En el caso del PSG: si pueden juntar a Messi, Neymar, Kylian Mbappé y Angel Di María en una misma plantilla, pues que Dios ayude a cualquiera que no se sienta perplejo por esa idea.

Inter de Milán: No y no. La ciudad y el proyecto del club podrían interesarles, pero el nivel de compañeros y rivales no encajan con lo que él necesita en estos momentos.

De todos modos, Messi tiene ante sí un partido importante por ganar antes que todo, un cotejo en el cual la directiva barcelonista, si tiene un ápice de decencia, se ahorrará decenas de millones de euros concediendo elegantemente, diciendo: "Lo dañamos, Leo. Aceptamos que es hora de que te vayas. Muchas gracias, buena suerte y que Dios te bendiga".

Sin embargo, y con toda tristeza, es más probable que los ineptos Keystone Kops en Can Barça y el Camp Nou terminen chocando entre ellos, permitiendo que la situación empeore, en vez de mejorar.