Alejado de la crispación que se vivió alrededor de la España de Luis Enrique, Luis de la Fuente es un líder tan silencioso como carismático para sus futbolistas y un tipo humilde, cercano para todos
BARCELONA -- Luis de la Fuente fue recibido como nuevo seleccionador, tras el fiasco español en el Mundial de Qatar, con más dudas que apoyos. Fue una elección arriesgada del entonces presidente de la Federación Española, Luis Rubiales, atendiendo al perfil bajo del entrenador riojano, su nula experiencia en grandes banquillos y el desapego que en aquel entonces existía entre el equipo nacional y su entorno.
Nada que ver con Luis Enrique, De la Fuente sorprendió desde el primer día por sus modales cercanos con los periodistas, su educación, proximidad y buen talante en las ruedas de prensa, donde no le dolían prendas a la hora de argumentar sus decisiones. O su disposición para facilitar entrevistas individuales con cualquier medio.
"Es tan normal, tanto, que a veces da apuro cualquier crítica que le hayamos podido hacer" confió este lunes a ESPN un periodista catalán desplazado a Alemania y que de regreso a casa reconoció su alegría "especial" por el triunfo de un seleccionador cuyo trato personal con todos los enviados "ha sido exquisito".
De la Fuente es católico, creyente y practicante. Reza a diario y lo reconoce ante cualquiera, de la misma forma que se declara aficionado a los Toros (sabiendo que eso no es precisamente muy popular en la España de la modernidad) y se revela fan incondicional de Julio Iglesias. Ni utiliza las redes sociales ni pone en el escenario a su familia, que se mantiene en el anonimato con excepción de su hijo Alberto, único que ha seguido sus pasos y que trabaja como analista en las categorías inferiores de la federación española.
El suyo ha sido el triunfo de la normalidad. La de un tipo que fue visto con sospecha desde que aplaudió el famoso discurso del "no voy a dimitir" de Rubiales y al que le costó, desde la humildad y discreción, alejarse del ex presidente federativo. Conciliador en sus alocuciones, ni el éxito en Alemania provocó que pasara facturas (pudiéndolo hacer) con nadie.
Alejado de todo afán de protagonismo innecesario, la crispación que fue habitual durante la etapa de Luis Enrique desapareció desde el primer día y si acogió con satisfacción pero humildad el triunfo en la Liga de las Naciones, durante la concentración de la Eurocopa en Alemania se descubrió hasta qué punto alcanza el liderazgo silencioso que tiene entre sus futbolistas y colaboradores.
El seleccionador cumplió 63 años el 21 de junio, un día después de vencer España a Italia y asegurarse su clasificación para los octavos de final de la Eurocopa. Aquel día recibió las lógicas felicitaciones desde dentro y fuera del vestuario, de los periodistas también, y agradeció con su habitual discreción el homenaje, también discreto, del que fue objeto...
Por entonces, a tres días de cerrar la fase de grupos contra Albania, el papel de España aún se mantenía a la sombra de Francia o Alemania. Empezaba a ser candidata, pero no aún aspirante real y mucho menos favorita, por más que De la Fuente repitiera a quien quisiera escucharle que su equipo "es el mejor de todos" y se mostrase "convencido" de las opciones de la Roja, fuera quien fuera el rival que tocase a partir de los cruces decisivos.
El mister "lidera a través del cariño, a través de demostrar lo mucho que confía en nosotros pero cuando tiene que echarnos una bronca o mostrar enfado también lo hace aunque no sea su 'modus operandi' principal" relató Mikel Merino tras la victoria de cuartos sobre Alemania, en la que fue protagonista principal con el gol de la victoria.
España, la Roja, ha demostrado ser una familia unida desde el primer día, alrededor de un seleccionador que en 2015 dirigió a la selección sub'19 que se proclamó campeona de Europa y en la que ya figuraba Merino, junto a Unai Simón y Rodri. Cuatro años después se proclamó campeón del Europeo sub 21 con Unai, Merino, Fabián Ruiz, Oyarzabal y Dani Olmo, a los que se añadirían Zubimendi, Pedri y Cucurella en el equipo que acudió a los Juegos Olímpicos y que conquistó la medalla de plata.
"Nos conoce bien y le conocemos bien. Es increíble que lo haya hecho paso a paso, sin problemas. Se merece el reconocimiento por haber ganado la Eurocopa, con todas las dificultades que han habido" sentenció, feliz, Rodri, proclamado mejor futbolista del torneo y para quien, tal como en todo el vestuario, la relación de normalidad, proximidad y tranquilidad entre todos sus componentes fue, ha sido, uno de los secretos para alcanzar el título.
Desde los intocables y hasta los 'invisibles', los 26 jugadores que han convivido en esta Eurocopa se llevarán además del título y de su lugar reservado en la historia, un
agradecimiento íntimo para su entrenador, que cada día, del primero al último, les recordó su potencial, su calidad y su capacidad para ganar, ganar y volver a ganar. Aquella legendaria diatriba de Luis Aragonés que ha vuelto, con toda la normalidad, al seno de esta nueva/vieja España.
Futbolista discreto, pero que entre 1980 y 1993 disputó 254 partidos en Primera División divididos entre Athletic y Sevilla, celebrando con los leones dos títulos de Liga, uno de Copa y una Supercopa, su carrera de entrenador comenzó en 1997, con un currículum más que discreto hasta que en 2013 se incorporó a la Federación Española, gracias a la mediación de su amigo Iñaki Sáez y entrando en el staff de las categorías inferiores.
En 2015 tuvo a su cargo el primer gran reto: la Eurocopa sub'19 y el triunfo (2-0 en la final a Rusia) fue el comienzo de su crecimiento discreto, de su revolución tranquila, alejado de los focos pero entregado a sus jugadores y trabajo, en una España a la que ha conducido al mayor éxito posible.
Todo logrado con una sonrisa y sin una mala palabra. Algo entre inaudito e inverosímil en el fútbol profesional de hoy en día.